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Un dilema trágico

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Massa-Milei. De uno conocemos manipulación; del otro, nacido de la ira, sus exabruptos. | Pablo Cuarterolo / Sergio Piemonte

Nunca estuvieron juntos (sí rejuntados), y nunca mostraron que, como conjunto, su vocación fuera el cambio. Buena parte de ellos, especialmente la ligada al radicalismo, expuso inclinación hacia lo de siempre (la disputa intestina, la transa entre sí y con el oficialismo al que dicen oponerse, etcétera), antes que a lo nuevo. La ruptura actual de Juntos por el Cambio, nombre contradictorio si los hay, era tan previsible como lo fueron sus derrotas en las PASO y en las elecciones generales, a las que llegó sin propuestas inspiradoras para una sociedad golpeada, desgastada y desesperanzada, sin ofrecer una visión convocante, con un lenguaje desabrido y rencillas internas desmotivadoras y decepcionantes. Demasiados votos obtuvieron para lo que proponían. Y posiblemente, una gran porción de esos votos era más en contra de los otros candidatos, fundamentalmente el oficialista, que en favor de un programa propio.

Aun así, esta coalición, que entre 2015 y 2019 ya había desbaratado con tibieza y con torpeza la posibilidad de producir una transformación en el país, siguió representando a casi un tercio de la ciudadanía. Y ese tercio, huérfano y desconcertado, deberá elegir nuevamente dentro de pocas semanas. Sumada  otra tercera parte, la que irrumpió desde el fondo del hartazgo, de la bronca y de las pulsiones ocultas en la sombra colectiva (ese reservorio profundo que  suma las sombras individuales, a las que Carl Jung definió como el depósito inconsciente de lo que cada uno rechaza en sí mismo y de los deseos y pasiones que nos habitan y que escondemos por ser opuestos a los valores aceptados socialmente), ambos tercios configuran el alto porcentaje de votantes que rechazan la continuidad de un régimen corrupto, indigno, generador de una catástrofe social, moral y económica aberrante e imperdonable.

El dilema: seguir hundiéndose en el lodo, o saltar sin paracaídas ni garantías al vacío

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El candidato oficialista dice no pertenecer al gobierno responsable de tal desastre. Es una más, ni siquiera la más flagrante, de las mentiras que constituyen su estilo y su trayectoria. No sólo pertenece al gobierno, del cual es ministro de Economía (acaso el peor de la historia), sino uno de sus sostenes ideológicos. De este candidato los ciudadanos sabemos todo, lo vimos y vemos en acción. Conocemos su capacidad de manipulación, su hipocresía para negar sus propios dichos y acciones, la irresponsabilidad conque condujo a la economía a un estado terminal, sus asociaciones turbias en negociados que comprometen el bien común y se nutren de él, sus amistades particulares, con personajes corruptos (Insaurralde es solo uno, el más inocultable), su machismo evidenciado en actitudes, en palabras y en la ausencia de mujeres en su entorno más decisivo. Sabemos que para sus fines personales todos los medios están justificados. Ese candidato se dice ahora adalid de la democracia. Pero con su democracia no se come, no se educa y no se cura.

Frente al candidato oficialista estará el outsider nacido de la ira, la desesperación, la asfixia y el agobio de un porcentaje creciente de la sociedad que, sintiéndose acorralada y habiendo tocado su límite, eligió la reacción más estridente. De este candidato conocemos lo que dice, sus exabruptos, sus desbordes emocionales, sus proyectos contraculturales respecto de la política, la economía e incluso la moral prevalecientes. Pero no sabemos cómo actúa en el poder, cómo gestiona y cuáles serían los resultados no contrafácticos de su posible gestión. Nunca lo vimos ahí. Se puede decir (y se dice) que está loco, diagnóstico que puede pecar de superficial y hasta de moralista. Quizás convenga tomar en cuenta lo que representa como emergente del estado actual de las cosas. Lo cierto es que, hoy en día, esta es la opción dramática (el dilema trágico, como plantean las grandes obras de Shakespeare y de los dramaturgos griegos) ante el que se encuentra el 70% de la sociedad. Seguir hundiéndose en el lodo hasta perecer, o saltar a un espacio desconocido, sin paracaídas y sin garantías. No hay modo de no elegir. No elegir es también una elección. Y no hay elección sin consecuencia.

*Escritor y periodista.