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Un espejismo llamado Alberto

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Trío. El Presidente se autoempoderó ante Cristina y Massa, pero parece ficción. | Pablo Cuarterolo

De repente, se envalentonó el Presidente y quiso ejercer como tal, en una suerte de déjà vu de abril de 2020, cuando en el arranque de la pandemia y del pico de su popularidad concentraba las principales decisiones del Gobierno.

Desde entonces, un mar ha corrido bajo el puente. Pero Alberto Fernández retoma la lapicera y se vanagloria de la designación personal e inconsulta de las nuevas tres ministras que ingresaron al Gabinete.

“Los lugares que se abrieron son de gente mía, así que yo decido los reemplazos”, dicen que se le escuchó razonar, en relación a los cambios en Desarrollo, Trabajo y Mujeres. No le falta razón, sobre todo en las dos primeras carteras, pese a ciertas omisiones.

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Zabaleta cumplió con su anunciada salida para no quedarse a la intemperie 2023. Con su experiencia, sabe que hay menos futuro a cargo de Desarrollo Social, loteado y controlado por movimientos sociales y La Cámpora, que si vuelve a pelearla desde la intendencia de Hurlingham. Se cansó, además, del albertismo ilusorio.

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Con idéntica lógica, atención a la posibilidad de que un “rayo zabaletizador” atraviese el Gabinete y otros (ex) intendentes, que podrían dejar sus lugares para regresar al territorio. Hay que anotar en esa lista a Katopodis (de Obras Públicas a San Martín) y Ferraresi (de Vivienda a Avellaneda).

La salud fue el disparador formal de la renuncia de Moroni, amigo presidencial desde hace décadas. Pero tampoco se sintió muy contenido, en especial en los últimos tiempos, en los que se multiplicó la ofensiva del kirchnerismo y del massismo. Sabía que solo podía ser peor, ante los conflictos laborales por el desmadre inflacionario.

Acaso esas presiones agudizaron la sobreactuación de Alberto F de la semana que pasó. Que no habló con Cristina (con quien volvió a interrumpirse el diálogo tras los últimos intercambios post atentado). Que no habló con Massa (que se maneja con autonomía). Que no habló con la CGT (que lo dejó afuera de su celebración del 17 de Octubre, algo inédito para un jefe de Estado y presidente del PJ).

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Los paréntesis marcan, de alguna forma, la metáfora albertista: la demostración de poder luce hueca, por más que el Presidente crea lo contrario. En la jerga futbolística, se diría que es como festejar un saque lateral.

El espejismo presidencial se completó con su súbita decisión de asistir al cierre del Coloquio de IDEA en Mar del Plata. Allí, ante el indisimulado desinterés empresarial, desgranó las bondades del crecimiento económico y omitió las dificultades crecientes de su sostenibilidad.

Agrandado por creer que ocupa otra vez el centro de la escena, Alberto tiró sobre el escenario un palo en dos direcciones, al plantear que bajo su gestión nadie recibió un pedido de coima para conseguir contratos de obra pública. Con el fantasma de la causa Cuadernos (y también la del juicio de Vialidad), los apuntados fueron tanto los empresarios como el kirchnerismo.

Cristina y Massa deberían tomar nota que el Presidente puede no tener ya poder real, pero sí alguna capacidad de hacer (les) daño.