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Un título elocuente

El libro tiene un final feliz, porque el protagonista logra engañar a las autoridades chinas y emigrar a los Estados Unidos.

Aunque los uigures tienen unos dos mil quinientos años de existencia, no había oído hablar de ellos hasta hace poco, cuando pasaron a ser un caso paradigmático de minoría perseguida. Aunque hay uigures en Kazajistán, Kirguistán y Uzbekistán, la mayoría de estos campesinos del desierto, que hablan una lengua de la familia del turco, se estableció en la región autónoma de Sinkiang al noroeste de China. Los uigures son mayoritariamente musulmanes (más sunitas que chiítas) y practican la religión con distinto grado de observancia. Pero en los últimos años, especialmente a partir del ascenso al poder de Xi Jinping, pasaron a ser uno de los cinco enemigos oficiales del Partido Comunista, que el régimen denomina “los cinco venenos” junto con los tibetanos, la secta Falun Gong, el movimiento por la democracia y los defensores de la independencia de Taiwán.

La represión contra los uigures se practica de múltiples maneras. Acusados de ser fundamentalistas, terroristas y separatistas, aunque la gran mayoría no pertenece a ningún movimiento político ni confesional, los doce millones de uigures (una estimación oficial posiblemente a la baja), son constantemente vigilados y al menos un millón ha sido internado en campos de concentración, donde, como en los tiempos de la Revolución Cultural, se los reeduca para que sean fieles a las consignas del Partido, abandonen la religión y delaten a sus vecinos. Hay cámaras de vigilancia en los negocios uigures y en las casas, policías que inspeccionan semanalmente el comportamiento de los ciudadanos uigures. Estos sufren detenciones en masa y esterilizaciones forzadas, además de la prohibición de los nombres islámicos, la destrucción de las mezquitas, la quema del Corán, la supresión del uigur en la enseñanza y una política demográfica orientada a que dejen de ser mayoría en su región natal (como de hecho ya ocurre). Para los uigures es muy complicado conseguir trabajo y vivienda, estudiar en la Universidad y viajar al extranjero. Su destino manifiesto es la asimilación forzosa y, finalmente, la desaparición como etnia.

Vendrán a detenerme a medianoche es un libro de ficción autobiográfica de Tahir Hamut Izgil, poeta y cineasta uigur contemporáneo, que cuenta cómo la política del gobierno chino se fue endureciendo en Urumqi, la capital de Sinkiang, donde residía el autor. Este es originario de Kashgar, una ciudad más tradicional y más devota, donde los uigures ya venían siendo acosados. El libro tiene un final feliz, porque el protagonista logra engañar a las autoridades chinas y emigrar a los Estados Unidos con su familia. Tahir no carga las tintas en el relato de las atrocidades cometidas contra sus vecinos, amigos y colegas. Más bien es una descripción del modo en que la atmósfera entre sus familiares y entre los intelectuales uigures fue cambiando paulatinamente a medida en que las medidas policiales se hacían más severas y sus conocidos comenzaban a desaparecer. Cómo fue que pasaron de creer que estaban viviendo la discriminación habitual contra su pueblo a darse cuenta de que esta vez las cosas eran distintas y el gobierno iba por todo. El relato de Tahir es un cuento de terror, un terror sordo y creciente, no muy distinto al que vivieron los judíos en la Alemania nazi, de la que muy pocos lograron escapar a tiempo.

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