En la madrugada del último domingo dos insólitos duelistas se enfrentaron en un penumbroso pasillo de la ex reina del Plata. Ni los pasos de uno ni del otro habían sido programados para formalizar porfía tan estúpida. Pero allí estaban, sin conocerse y en fatal situación de embestirse. Atribuirlo a lo que se suele denominar “el destino” resultaría un exceso. Mejor suponerlo un ligerísimo temblor en la bizarra placa tectónica de nuestras costumbres. En suma (o en resta, mejor) dos biografías invisibles que al garete de la noche se atisban, crispan y repelen dejando como única huella cuatro palabras colgadas del aire.
Contado así, es apenas un merodeo. Mejor será dejar la interpretación e ir a los hechos:
A las 2 del domingo, mientras dormía con mi mujer, me despertó un sonido de vidrios rotos. Tuve una inquietud normal, por lo que con parsimonia me alcé, comprobé que ella seguía en su sueño y con mi bastón de apoyo me encaminé a buscar motivos. Los tuve pronto. Bastó que pisara el pasillo principal con sus seis metros de biblioteca para que allí enfrente, en la otra boca del mismo emergiera asiluetado un corpachón modelo rugbier que como yo detuvo en seco su paso. La luz de las farolas de la plaza echaban un contraluz de intriga. Las caras de ambos eran dos platos negros. Los cuerpos dos roperos clavados en el piso.
En esta postura permanecimos la mitad de un segundo. La interrumpió una pregunta que me salió del plexo solar previo paso por los testículos y el páncreas. Una pregunta que sigue siendo para mí lo más misterioso de lo sucedido esa noche. Blandiendo el bastón no atiné a otra cosa que a gritar:
-¡¡¡¿Quiéeen soooooos?!!!
Brotada del estupor y radiofónica como nunca mi voz produjo un quiebre en el previsible argumento del suceso. El Yeti no avanzó hacia mi sino que, como avatar de Julio Bocca el gigante se volteó en el aire lanzando, a su vez, una exclamación aún más tonante que la mía:
--Giiinoooo ¡Vaaamoooos, vaaaamoooos!
Y se esfumó del pasillo.
Durante 10, 15 segundos, un estrépito de muebles corridos y vidrios rotos se fue desvaneciendo sin que yo me moviese. El futuro inminente quedaba a seis metros, adelante. ¿Y si el Yeti me esperase en el living? Por default, otro pálpito señalaba que el Ominoso y su evidente cómplice Gino (pronunciar Yino) se las habían tomado al galope.
Y avancé. Con cuidado, claro. Pie derecho, bastón izquierdo más pie izquierdo (van en tándem) hasta confirmar la huida. Primera inspección: faltaban cuatro sillas, una mesa rodante y objetos irrelevantes. Rota la ventana central y ocho (8) manchas de sangre: en dos fallebas y en el piso.
Volví al cuarto y la desperté a Ella que es profunda hasta cuando duerme. Aunque también tiende al pánico por lo que invertí la frase. Tras tocarle el hombro, musité:
- Querida, tranqui. Ya pasó todo. Ya se fueron. Entraron ladrones pero ya no están.
Turbada pero contenida, se ocupó de discar el 911 y el del portero. La Policía llegó en 7 minutos. Un muchacho les contó que vio descolgarse y huir en una camioneta a los dos ladrones. El oficial que subió sacó su conclusión:
- En la penumbra imaginó que su bastón era una escopeta y lo iba a balear (sic).
El domingo por la mañana nos visitaron tres efectivos de Rastros. Una química, plumín en mano, repasó vidrios y objetos. Otro tomó fotos abstractas: rincones, una maceta rota, pisadas. Al ver tantos libros, un suboficial fue tan gentil que necesitó contarme que era lector ”de siempre” y su preferido, Dostoievski.
Seguí esta labor de inspección matinal desde un sillón y por momentos se me duplicó la realidad. ¿Lo que tenía ante mis ojos sucedía en mi casa o eran imágenes de un noticiero y en cualquier momento se corporizaría Canaletti para explicarme qué fue lo que realmente me sucedió esa madrugada?
Aquietada la primera turbulencia, repuestos vidrios y ventanas, y aprendido como un escolar las claves de la alarma flamante, quedan algunos hilos sueltos que zumban en la imaginación:
1.- Como ya adelanté, ¿qué motivó que gritase “¿Quién sos?”. Un adjetivo fiero, una interjección a lo bestia o una puteada habrían cumplido mejor su objetivo ante quien invadía así mi intimidad. Me intriga esa pregunta cuasi ontológica ante el depredador. Sin embargo tuvo tanta eficacia que aumentó el pavor del furtivo.
2.- Papel estelar jugó mi bastón de rama de almendro regalado el año pasado en Santiago de Compostela por mi amigo y poeta gallego Juan Hernández Les. Si como analiza la Seccional 15ª el ladrón lo confundió con una escopeta es que este bastón, viéndome en peligro, se transmutó en escopeta para sacarme del apuro. No deliro: si por un instante fue esa forma la que tomó en la realidad asustadiza de mi agresor, fue escopeta nomás.
3.- Lo que poca gracia me hace ahora es que mi mujer dé en llamarme Rambo o que algunas de sus amigas (a falta de héroes locales) planeen ofrecerme una cena de homenaje. Demasié para el body. A ellas (y a todos) aclaro que mi única valentía consistió en no encender las luces del pasillo del enfrentamiento. De hacerlo, el urso parecido a shrek (así titiló en mi memoria al día siguiente) habría avanzado y de un sopapo dejado en el piso al susodicho octo(genario) que soy.
4.- Chiche Gelblung, Liliana Parodi, Gustavo Silvestre, y otros les ruego no insistir: no daré entrevista alguna sobre este “apoderamiento indebido” citado en la denuncia que pasó a la Fiscalía de Instrucción Nº17 a cargo de Marcelo Munilla Lacasa.
5.- Todo pasa.
(*) Especial para Perfil.com.