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Leer | Unsplash | Clay Banks

Me acordé por caso de Secuestro y muerte, la notable película que Rafael Filippelli estrenó en 2010. ¿Qué secuestro y qué muerte? Los de Pedro Eugenio Aramburu a manos de los montoneros. Del guion participó Beatriz Sarlo, quien había revisado su reacción de época a propósito de ese secuestro y esa muerte en el prólogo del ensayo La pasión y la excepción, de 2003.

Me acordé de Política y/o violencia, de Pilar Calveiro, publicado en 2013, en el que examina con especial lucidez su pasado de militancia en Montoneros, y de la fuerte autocrítica que formula al analizar de qué manera la lógica bélica le fue ganando espacio a la lógica política en el interior de esa organización.

Como se habló en estos días de Ortega Peña, me acordé de La muerte no duele, el muy buen documental que Tomás de Leone hizo sobre él (lo vi ¡en el Gaumont!). Me acordé también de Monte Chingolo, el valioso relato de Gustavo Plis Sterenberg, de 2001, sobre el ataque del ERP a un cuartel militar en diciembre de 1975. Y me acordé de Cenizas que te rodearon al caer, un libro igualmente encomiable, de Federico Lorenz, editado en 2017, sobre la historia de Ana María González y el atentado contra el general Cesáreo Cardozo, jefe de la Policía Federal, en junio de 1976.

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Me acordé del debate suscitado por una carta abierta de Oscar del Barco con la consigna “No matarás”, y de que la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA publicó un libro de Graciana Vázquez Villanueva dedicado a ese debate. Me acordé de los sucesivos números de la revista Lucha Armada en la Argentina, que a lo largo de una década reunió diversas intervenciones críticas sobre el recurso a la violencia de algunas de las fuerzas revolucionarias entre los años 60 y 70.

Pensé además en Bombita Rodríguez, el personaje con el que Diego Capusotto genialmente nos dio a ver que era posible abordar el terrible desencuentro histórico entre el recurso a la lucha armada y el campo popular, y al mismo tiempo reír a carcajadas.

Son apenas algunas coordenadas. Obviamente, hay muchas más. Lo que no alcanzo a entender, en función de eso, es cómo se pretende establecer que estos temas no han sido tratados y analizados, o que esta parte de la historia no ha sido contada. Todos tenemos libros que no hemos leído, películas que no hemos visto, programas que hemos pasado por alto. Pero es problemático convertir ese desconocimiento particular en una regla general. Sobre todo cuando semejante proyección, negligente de por sí, se formula nada menos que desde el poder del Estado.