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Carta de un médico al sistema de salud: un bono que pone el dedo en la realidad sanitaria

Desde hace tiempo, la crisis ahora agravada tiene dos rehenes: los médicos y los pacientes. Para los colegas cobrar resulta una verdadera odisea y obtener honorarios dignos una utopía.

Carta de un médico al sistema de salud
Carta de un médico al sistema de salud | Perfil Cedoc

Los médicos y los pacientes son rehenes del sistema de salud. 

El pasado 22 de septiembre, asistí en representación del Consejo de Médicos de la Provincia de Córdoba, a la reunión nacional de la Confederación de Entidades Médicas Colegiadas (Confemeco), celebrada en Santa Fe, con la asistencia de las instituciones deontológicas de la mayoría de las provincias.

Esa es la cruda realidad. Desde hace tiempo, la crisis ahora agravada tiene dos rehenes: los médicos y los pacientes.

El objetivo fue analizar la situación de crisis del sistema de salud que pone en serio riesgo, como alertó nuestra organización, la atención médica. Así también, expresar nuestro apoyo a la decisión de los colegas que prestan sus servicios a Obras Sociales y Prepagas, a nivel nacional, de percibir un bono adicional en sus consultas, que permitan brindar continuidad a las prestaciones y a vivir decentemente.

Los honorarios médicos indignos son una realidad que arrastramos desde hace ya largo tiempo y es un reclamo permanente que cuenta con la pertinaz negativa de los financiadores de la salud, como decimos en la declaración, de dar respuesta a una situación injusta, que se agrava y se profundiza cuando un contexto de inflación la torna insoportable. Hoy dichas financiadoras de la salud
“pagan lo que quieren y cuando quieren, sin convenir ni pactar los honorarios ni el tiempo de percepción de los mismos
, con valores de consulta de 1000 a 3000 pesos, liquidados entre 60 y 120 días de efectuada la atención”.

Esa es la cruda realidad. Desde hace tiempo, la crisis ahora agravada tiene dos rehenes: los médicos y los pacientes.

Para los colegas cobrar resulta una verdadera odisea y obtener honorarios dignos una utopía.

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Nos han convertido, como decía René Favaloro (otra víctima de este sistema) en “mendigos” de un sistema en crisis, “que nos angustia, nos desvela y nos condena a llamar, llamar y golpear puertas, sin más respuesta que el silencio”. El Estado, en sus
distintas jurisdicciones, declara que no puede intervenir porque la crisis tan evidente, que no quieren ver, es un problema entre “privados”, como si los Estados no tuvieran responsabilidad alguna en la dirección y el control de todos y cada uno de los sectores de la salud.

Los pacientes, a su vez, que tienen su atención en los hospitales públicos, muchos de ellos con niveles de excelencia reconocida, pero que, limitados presupuestariamente, deben afrontar la falta de recursos, las condiciones impropias para el trabajo médico y en la dificultad de acceder a turnos en tiempos razonables. De lo contrario, pagar cuotas onerosas para la atención en obras sociales o centros de atención de la medicina prepaga, que aumentan constantemente y crecen cuando las personas tienen más años y más
necesitan de la atención de la salud.

Los colegas afirman que cuando las prepagas actualizan los valores de las consultas -que lo hacen con frecuencia- en la mayoría de los casos, no se extiende a nosotros. Es decir, médicos con honorarios indignos, son pagados con considerables retrasos, trabajando en condiciones adversas, con la obligación de recurrir al pluriempleo y, además, dar la cara ante el paciente por la inequidades de un sistema de atención impuesto por una medicina de mercado, cuyo objetivo central es el lucro, que deja de lado los criterios profesionales, fruto de años y años de formación, para imponer criterios puramente economicistas que no se
condicen con la medicina.

Los pacientes individuales, a su vez, limitados en su capacidad de resistir deben caer en la necesidad de adecuarse a una realidad de atención de primera, segunda o tercera categoría, según sus posibilidades, con la modalidad de una “medicina exprés” de consultas breves, porque de esa manera permiten mayores ganancias empresarias.

Así, médicos y pacientes, se convierten en financiadores compulsivos y anónimos del sistema de salud. Por políticas erróneas e interesadas, la salud dejó de ser un derecho para convertirse lamentablemente en un producto de mercado regido por sus propias leyes.

El médico con sus largos años de formación ha devenido en un insignificante eslabón de la cadena. Los que tienen la palabra son los grandes empresarios, los inversionistas y los intermediarios.

El bono y los pacientes

El bono es una decisión extrema, que afecta al paciente que lo debe pagar. Es una medida que nos duele, pero es el único camino posible, con la esperanza de que se escuche el reclamo y que la solución incluya tanto al médico como al paciente. Estamos convencidos de que no sólo defendemos la dignidad profesional avasallada, sino que también defendemos a la población que
merece una mejor atención.

Somos plenamente conscientes de que la relación médico-paciente es el núcleo central del acto médico. Durante mucho tiempo, ese vínculo estuvo regido por un fuerte autoritarismo, que reducía al paciente a un rol pasivo, tanto en lo que hacía al diagnóstico como al tratamiento de una enfermedad. El médico era quien tenía la palabra. No requería dar explicaciones ni buscar el consentimiento del paciente. Afortunadamente, esa manera de ejercer la medicina quedó atrás.

Fue un cambio cultural que concluyó con la idea de que la salud era un dominio exclusivo del médico. Actualmente, los derechos de los pacientes, el consentimiento informado, la muerte digna, la humanización del parto, entre otros avances, plantean a la salud como un espacio compartido entre nosotros, los enfermos y la sociedad.

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Pero, simultáneamente, se produjo lamentablemente un proceso de mercantilización de la medicina, en el que el médico y el paciente quedaban fuera de los criterios económicos prevalentes.

Esos criterios influyeron fuertemente en el deterioro de la relación médico-paciente, pero más allá de los intereses de los “dueños del negocio”, para los médicos en general prosiguió siendo el eje del acto médico. Esa empatía cultivada por los profesionales de la salud es lo que permite su comprensión de de nuestra situación límite.

Como afirmó nuestro presidente, el Dr. Héctor Oviedo, hay una asimetría muy grande entre las posibilidades de negociación de médicos y financiadores. “Los grandes tienen mucho más poder de negociación que los pequeños prestadores. Entonces, hay como una posición dominante excesiva y aparecen formas distintas de tratar de paliar estas diferencias”. A veces no son las deseadas, sino que las impone la realidad.

Hay mucha hipocresía en los análisis de los que critican el bono. Los problemas económicos que encierra la crisis de la  salud, derivados de la inflación o de prácticas indebidas y reiteradas deben ser pagadas, afirma Oviedo, por los que reciben, mes a mes –sin demoras- un ingreso por su cobertura, es decir los financiadores.

No deben hacerse cargo ni los establecimientos, ni los trabajadores de la salud, ni los pacientes. Esa es nuestra lucha.

Los análisis de la crisis para ser reales deben evitar la hipocresía de no abordar el tema de una manera integral y situacional. No se puede analizar sin tener en cuenta la dura realidad de los colegas. Menos juzgar.

Ya en 2002, cuando se intentaba introducir el modelo de las “gerenciadoras”, un ex presidente de nuestra institución ya fallecido, el Dr. Mario Daniel Fernández, afirmaba que la incapacidad para resolver los problemas del sistema sanitario o la falta de valor para afrontar los grandes intereses que lucran con la salud, con mucha hipocresía, “suelen buscar en los médicos en particular y en los trabajadores de salud en general, a los chivos expiatorios de sus desatinos”.

Como lo analizábamos en nuestra revista institucional de septiembre, el Código de Ética Médica que nos rige prevé infracción para aquel colega que prestando servicios arancelados, cobra sumas adicionales que no corresponden. Pero, con la misma fuerza, el Código obliga al médico a no percibir honorarios inferiores a los establecidos como éticos, facultad que tiene el Consejo de fijarlos y que en la actualidad asciende a $6000 la consulta diurna, que es precisamente el valor que se toma en cuenta por los médicos que plantean el bono, lo que es ignorado por los financiadores.

Cifra que no es magia, sino el resultado del análisis pormenorizado del costo de la vida.

* Por Diego Bernard, vicepresidente del Consejo Medico de la Pcia. De Córdoba