El ministro de Economía, Sergio Massa, anunció que a partir de octubre el Impuesto a las Ganancias para los trabajadores en relación de dependencia se aplicará a los salarios que superen los 1,77 millones de pesos, equivalente a 15 veces el salario mínimo. Casi en simultáneo envió al Congreso un proyecto de ley que profundiza y solidifica la tendencia a reducir la incidencia de este impuesto entre los asalariados.
Desde el punto de vista de la política es otro ejemplo de la degradación del sistema democrático. En la competencia por el poder, todo vale si suma votos. Se acepta con resignación que no haya reparos ni sanciones por mentir, nombrar empleados públicos, utilizar la publicidad oficial en beneficio propio y hacer promesas incumplibles. Pero la audacia de aumentar la emisión monetaria a razón de un billón de pesos al año, cuando existe el riesgo de hiperinflación, supera todos los antecedentes de oportunismo irresponsable.
¿Pero qué dice la teoría económica y la experiencia de otros países en torno a minimizar la incidencia del tributo entre los asalariados? La primera recomendación es que antes de bajar impuestos hay que tener el espacio fiscal para financiar la pérdida de recursos. La razón es que, de financiarse con emisión monetaria, como es el caso, las consecuencias serán agregar combustible al proceso inflacionario.
Pero dejando de lado este crucial aspecto, poner énfasis en reducir este impuesto y no otros que contempla el sistema tributario argentino, tampoco tiene respaldo. La teoría económica y las buenas prácticas aplicadas en otros países colocan al impuesto a los ingresos (mal llamado en la Argentina impuesto a las ganancias) en la categoría de “buenos” impuestos. En general, junto con el IVA, son los pilares sobre los que se basa el financiamiento del Estado.
No contar con estos pilares es lo que lleva a apelar a “malos” impuestos. La lista en la Argentina se integra por más de 150 tributos, mucho de ellos muy rudimentarios. El resultado es el desaliento a la inversión, la producción, la generación de empleos de calidad y una distribución del ingreso más regresiva. Lo que no se cobra de ganancias se termina pagando en, por ejemplo, ingresos brutos, tasas municipales, retenciones, cargas sociales e impuesto al cheque.
En el caso del impuesto a las ganancias es tan importante como fuente de generación de ingresos, como porque es la principal herramienta, dentro del sistema tributario, orientada a contribuir a una mejor distribución personal del ingreso. Bien estructurado (aspecto que no se cumple en la Argentina) es el instrumento que permite que la contribución que hace cada ciudadano al financiamiento del Estado sea proporcionalmente mayor a medida que más alto es su nivel de ingresos.
Para eso es clave considerar como base imponible la suma de todos los ingresos de las personas (sin importa su fuente), aplicar deducibles diseñados con lógico y razonabilidad y utilizar una escala de alícuotas progresiva. La lógica es que no pagan el impuesto los sectores de más bajas ingresos, su incidencia recién aparece en segmentos medios y aumenta gradualmente a medida que se llegue a los ingresos más altos.
La configuración con la que se aplica en la Argentina se aparta de estas recomendaciones. Como ocurre con otros impuestos, se fueron acumulando parches que llevaron a una conformación amorfa. La suma de improvisaciones confluye en un diseño poco consistente y complejo, plagado de tratamientos especiales. En este océano de incoherencias se filtran las presiones sectoriales que buscan beneficios propios a costa del resto de la sociedad.
La principal consecuencia es que el impuesto no logra los impactos de progresividad ni los niveles de recaudación que se alcanzan en los países bien organizados. Se trata de evidencias, no sólo de opiniones. En la Argentina se recauda a través del impuesto a las ganancias aplicado a las personas aproximadamente el 2% del PBI. En los países desarrollados, el impuesto a los ingresos personales logra generar ingresos para el Estado en el orden del 8% del PBI.
La iniciativa del oficialismo va en la línea de profundizar el descalabro del impuesto. En el actual contexto inflacionario representa, además, una decisión temeraria. Pero lo más curioso es que la hipocresía y el oportunismo trascienden la intencionalidad electoral que impulsa al ministro. Otros sectores de la sociedad apoyan de manera explícita o implícita la iniciativa. Es muy contradictorio que, por un lado, se proclame la meta de promover una sociedad más igualitaria e inclusiva. Pero por el otro, bajo el argumento falaz de que el salario no es ganancia, se apoya que el Estado no use la principal herramienta tributaria que cuenta para fomentar una distribución de ingresos más equitativa.
Los resultados de las elecciones dirán si el audaz oportunismo de Massa ayudó a juntar votos. Donde no hay incertidumbre es en los enormes costos que provocan estas improvisaciones. Se trata de un ejemplo muy ilustrativo de las causas de por qué la Argentina es un país decadente.
Un ordenamiento tributario integral
La crisis (que se profundiza en la medida que se suman improvisaciones como la reforma de ganancias) y la transición política son una nueva oportunidad de rectificar el rumbo. Para ello es imprescindible no seguir agregando parches y tener la audacia de abrazar una reforma integral que ponga en orden la compleja estructura fiscal del país. Tanto por el lado de los tributos como del gasto público.
Uno de los eslabones es la consolidación de todos los impuestos relacionados con la obtención de ingresos en un único “impuesto a los ingresos personales”. Este tributo debería aplicarse de manera equitativa sobre la totalidad de las remuneraciones, estableciendo mínimos no imponibles uniformes para todos los contribuyentes y alícuotas progresivas que se incrementen suavemente con el nivel de ingresos y eviten así las abruptas transiciones en la presión tributaria.
Como contrapartida, se debería tender a eliminar la participación de impuestos distorsivos al consumo y a la producción, como Ingresos Brutos y retenciones sobre las exportaciones. La clave para una reforma de esta magnitud radica en la simplificación y en la unificación de los impuestos. Este enfoque no sólo simplificará la administración tributaria, sino que también promoverá una mayor equidad en la distribución de la carga impositiva.
También es crucial mejorar la calidad de la gestión pública. En el resto del mundo quienes pagan ganancias reciben como contrapartida de parte del Estado servicios de calidad en educación, salud, seguridad y transporte. Esto también es central para darle viabilidad y legitimidad al impuesto.
Coordinadora de Investigación Idesa Argentina