Una de las tantas voces críticas que se elevó durante la última edición de la Feria del Libro de Córdoba fue la de la escritora y periodista cultural Eugenia Almeida.Su mirada complementa el otro aspecto que muestran los números del Tribunal de Cuentas: ¿Qué feria tuvimos y qué feria merecemos? Es decir, cuál es la política cultural que se propone desde el Estado.
Como asistente y usuaria de la Feria –no participó como invitada de ninguna de las actividades propuestas– en esta conversación con PERFIL CÓRDOBA, la autora prefiere comenzar con una advertencia. Y se refiere a la dificultad de un cuestionamiento que “termine lastimando a aquellas personas que están al medio, no los organizadores, que trabajan y que, prácticamente, no tienen reconocimiento público y económico”. Y agrega: “La necesidad de visibilizar que algunas políticas públicas se sostienen por ser una maquinaria que se alimenta de la buena intención de esas personas, que terminan dándole rédito político a funcionarios, con base en un trabajo ajeno que es desconocido”. “El Estado, en todos sus niveles, no puede participar y mucho menos avalar situaciones de precarización de los trabajadores, en este caso de la cultura, históricamente postergados y ninguneados”
“Un spot de campaña”.
En ese marco, Almeida reflexiona: “Me preocupa que las políticas culturales estuvieran pensadas en función del spot de campaña; lo que se vea grande, filmado desde un drone. La cultura no se puede gestionar así”.
Ante la pregunta sobre los aciertos y desaciertos de la edición 2022 de la feria, la escritora ejemplifica lo anterior al decir que se la utilizó como una plataforma de promoción de la imagen de Martín Llaryora: “Hubo charlas en las que detrás de los escritores proyectaban imágenes del intendente en lo que claramente era campaña. Fue una falta de respeto, desconocimiento y una muestra de falta de pudor. El evento, desde arriba, insisto, se diseñó con la lógica de lo que se podía mostrar. Manifestaron una visión de la cultura como una de las cosas que pueden usar como campaña, y no es solo un problema de esta gestión, pero que sí lo llevó a su punto más alto”.
Sobre los espectáculos musicales, la también periodista considera que son incuestionables en sí, aunque advierte: “Lejos de agregar algo a la Feria del Libro, la convirtieron en una de música que debería haberse hecho en otro momento. Porque finalmente los costos entran bajo el capote de la del libro, y la ponen en riesgo”.
—El justificativo de la Municipalidad es que el diseño fue en función de la “palabra” en todas sus expresiones. Por eso dicen que “la elección de los músicos” se dio “con una estrecha vinculación con el mundo de las letras”.
—Ante esa respuesta, no cuestiono el enlace, sino el hecho de repensar lo que era el evento cultural más grande que teníamos en algo que es otra cosa. Deberíamos preguntarnos entre todos si eso nos gusta, si era necesario que se hicieran en simultáneo y encima bajo el paraguas presupuestario de la Feria del Libro.
—¿Hasta qué punto el planteo de la feria como espacio de venta promueve el acceso a la cultura?
—Marcaría dos niveles. Primero, discutamos qué feria queremos: si con muchos o menos stands, si es importante promocionar la venta, cómo ayudamos a los libreros para que hagan promociones y para que no se repitan los mismos libros en todos los puestos. Todo es discutible y depende de los curadores y su margen mínimo de decisión. En otro nivel, me preocupa la gravedad de la falta de transparencia, el uso como plataforma política, el no cuidado de la promoción de la lectura. Encima, el programa no estuvo previamente. No había datos. Primero dieron a conocer lo gastronómico, luego lo musical y finalmente lo literario. Y no fue un error logístico, fue un desprecio. Me consta que quienes trabajaron en esto sacaban humo por las manos por la velocidad con la que lo hicieron.
—¿Qué otro desacierto percibiste?
—En el plano de la programación, tenemos una escritora que arrasa en el mundo, la invitan a todos los festivales, no hace falta enumerar la repercusión que tiene el trabajo de Camila Sosa Villada. ¿Por qué no abrió la feria? ¿Por qué no hubo una conferencia de apertura, como en Buenos Aires u otras ciudades? Camila estuvo, pero no contratada por ellos, sino firmando libros en Rubén Libros, con una enorme repercusión. Otra cuestión: el país invitado fue China. Fui a buscar el stand, quizás me perdí y fue un error mío, pero lo que encontré era uno del Instituto Confucio, perfecto que esté, pero si hay un país invitado tienen que venir autores y actividades alrededor de la producción literaria de esa nación.
“La política del drone”.
La también columnista de los SRT insiste en que la idea propuesta por la Secretaría de Cultura y Juventud fue “hacer algo que se vea, desde las apariencias: la política del drone, que se pueda filmar desde lejos, pero si bajás demasiado se ven algunos escenarios montados y nada más. Me da pena, porque hubo un gran esfuerzo y talento malgastado”.
—Hubo también cierto malestar con la ubicación en el Cabildo –por fuera del circuito grande– del Espacio Barón Biza, dedicado a las editoriales independientes de Córdoba.
—Como usuaria de la feria me hubiera gustado que esté todo junto. La descentralización es otra cosa, ir a los barrios. Conozco a personas que no sabían que estaban ahí, no se lo promocionó tan intensamente. Hubo un olvido de la enorme riqueza y potencia del mundo editorial de Córdoba. Presumiría de la efervescencia, la cantidad y la heterogeneidad de editoriales que tenemos y no lo visibilizaron y subrayaron.
—Volviendo al diseño de una política cultural, ¿cómo presuponés que será la próxima? ¿Tomarán nota? Porque encima se dará en año electoral.
—Ojalá, pero a los puestos de gestión cultural tienen que ocuparlos personas que sepan de gestión y cultura. Casi nunca se cumple, no solo con este gobierno. Y la situación en Córdoba tiene una doble cara, por un lado, la potencia que describí. Por ejemplo, se conocieron los resultados de los ganadores del Fondo Nacional de las Artes y en todas las categorías hay un cordobés. También faltan políticas públicas de sostén serias, que apoyen en el largo plazo. Esas lógicas de postergación se repiten en todos los niveles, son necesarias políticas públicas reales para cubrir la desprotección de las pequeñas y medianas editoriales, así como a artistas que no son bestseller.
Por último, Almeida explicita algo que no pasa, de acuerdo a su experiencia en otras ferias de las que participa: “Los escritores somos trabajadores y tenemos que cobrar honorarios, debemos recibir vouchers para comida, así como un buen lugar donde dormir. Eso proponen en cualquier feria del país. Habría que preguntarles a quienes vinieron, qué recibieron y si estuvieron cómodos. Y hubo gente descontenta”.
“Hay que pensar que la feria es algo de todos –concluye– no de una gestión. Es necesario proyectarla y mejorarla. Con una política que no dependa de la idea de cultura de quien esté en funciones, con trabajo de campo, que sí hubo, pero no se reconoció. Dichas todas estas críticas, pasaron cosas hermosas, pero a pesar de quienes organizaron la feria desde la Municipalidad”.