Atento al asesoramiento de profesionales de la salud, el gobierno francés habilita a sus ciudadanos a salir una hora por día a hacer ejercicios al aire libre, en solitario y manteniendo prudencial distancia de los demás. Distintas fuerzas de seguridad se ocupan de chequear los permisos en papel de aquellos que quieren ir a caminar, correr o hacer estocadas, siempre y cuando no lo hagan a más de un kilómetro de su domicilio legal. Deben presentar un papel consignando hora de salida y otros datos sencillos.
La medida se mantiene vigente desde el comienzo de la cuarentena, que hasta hoy ha provocado 40.708 infectados, 2.611 de muertos y 7226 curados, como una forma de paliar el acelerado deterioro físico que supone el encierro constante. Ir de compras, pasear a los chicos o trasladarse a la casa de adultos mayores o enfermos que necesiten asistencia, son otros de los motivos por los que la cuarentena puede suspenderse por un rato, en tanto médicos, policías, choferes, enfermeros y periodistas, entre otros, están habilitados para circular en virtud de sus profesiones y oficios.
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Aunque la idea (también vigente en Argentina) “al virus se lo combate entre todos”, se repite con estas y otras palabras como “solidaridad”, “responsabilidad”, etc, en las redes sociales y los medios, es cierto que la cuarentena está generando una grieta entre los franceses que se obstinan en romperla sin justificativos legales y los que la defienden como único camino a la salvación, muchas veces sacando de la ecuación las deficiencias sanitarias acumuladas en los últimos años.
Más allá de la decisiones que se toman a nivel nacional, gobernadores y alcaldes pueden considerar y aplicar otras alternativas, llegando incluso a rozar la incoherencia, dando curso a berretines impensables en otro contexto, poniendo de manifiesto, en definitiva, que el coronavirus es capaz, también, de destapar la olla del abuso institucional.
Además de presentarse como un nuevo conducto para los nacionalismos, la cuarentena -que claramente jaquea a la Unión Europea dada, ya, por muerta por algunos analistas- parece propiciar fantasías feudales en algunas mentes como la de Ferdinand Bernhard, alcalde de Sanary-sur-Mer, un pequeño municipio costero a 50 kilómetros de Marsella, que dispuso sancionar a los habitantes que se alejen a más de diez metros de sus casas.
“Usted siempre podrá ir a tirar su basura en el contenedor”, dijo Bernhard a la prensa. “Pero esta medida va a sancionar a aquellos que quieran pasear el perro, salir de a dos, de a tres y o pretendan caminar o correr para ejercitarse”. Las compras de alimentos o medicación son las únicas permitidas pero deben hacerse en gran cantidad, pues están prohibidas por unidades. Una persona que camine una cuadra por una sola baguette o un paquete de sal o azúcar se arriesga a pagar la multa.
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Cuando fue interpelado por un periodista en cuanto a “los devastadores efectos psíquicos” que puede ocasionar semejante grado de aislamiento, Bernhard se limitó a responder con una pregunta: ¿qué es más importante: una crisis de nervios o seguir con buena salud?”
Con alrededor de 16.000 habitantes en el presente, Sanary sur-Mer fue paradero de numerosos escritores a mediados de la década del 30 (Aldous Huxley fue uno de ellos) y también recibió una nutrida colonia de intelectuales alemanes perseguidos por el régimen nazi.
Tras la declaración de guerra de Francia a Alemania en 1939, todos los alemanes fueron detenidos preventivamente y trasladados a un campo de confinamiento cercano, del que serían deportados a su país de origen, en calidad de detenidos políticos, tras la capitulación francesa en 1940. Gracias a las decisiones de Bernhard, Sanary-sur-Mer agrega un nuevo episodio vinculado al confinamiento a su historia, desgraciadamente acorde a estos tiempos.