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Borges en el laberinto circular

Acaba de aparecer Borges y el anillo del ser, de Rubén H. Ríos, publicado en España por editorial Verbum, donde el autor muestra la circularidad en la obra del escritor argentino y reconstruye, a partir del relato “La esfera de Pascal”, los diferentes momentos y formulaciones que asume el tránsito de una metáfora decisiva en la historia de las metáforas del mundo.

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Literatura y metafísica. Ríos es escritor, periodista y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Borges es el más grande escritor argentino de todos los tiempos. | cedoc

La literatura de Borges extiende sólidos puentes con los senderos filosóficos del pensar. Esa relación no es secreta, esquiva o encriptada. El genio borgeano construye sus redes ficcionales mediante ideas-fuerza de resonancia filosófica: el tiempo, el eterno retorno, la naturaleza del lenguaje, el poder expresivo da las metáforas. Una de ellas, la metáfora del círculo adquiere un resplandor de diamante en sus escritos: la metáfora de la circularidad en “La esfera de Pascal”, ensayo cardinal de Borges que insiste en una imagen para expresar una totalidad esquiva y que atraviesa la historia. Con tesón y habilidad filosóficas, Rubén H. Ríos ensaya una lectura anclada en “un corpus de relatos y ensayos de Borges, a partir de la ‘La esfera de Pascal’”, y desde un interpretación donde literatura y metafísica confluyen a través de grandes cimas del intelecto filosófico: Nietzsche, Deleuze, Platón, Habermas y la mirada ontoteológica heideggeriana. Heidegger revela que la historia de la metafísica está atrapada por el embrujo de una ilusión: confundir el ente con el ser. El ente se agazapa como fundamento a priori y el ser que da y abre sentido del ente se desvanece.

La metafísica no puede pensar el ser. En el ser “no hay nada”: nihilismo de la metafísica con marca nietzscheana. El ser deviene lo esquivo y ausente, fondo sin fondo. Entonces el humano se repliega en metáforas. Como “La esfera de Pascal” cuya frase inicial es “Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas”, y concluye “Quizás la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas”. La metáfora central que se repite e insiste en el rumor de la historia resuena desde el mundo antiguo hasta su recepción en Pascal. Pero según Ríos, la repetición de la metáfora de “La esfera de Pascal” no alude a la “historia universal” sino “a la tradición de la metafísica y, por tanto, a la gran determinación del orden occidental del mundo”. La metáfora de la esfera es la “metáfora de Dios, el ser, el universo, el espacio, la naturaleza, en una palabra, la metafísica”, subraya el autor.

El ser es una esfera eterna cuya circunferencia no está en ninguna parte y su centro en todas partes. Pero a Borges no la interesa tanto la geométrica de la figura de la esfera sino “una arqueología de la circularidad”. En ese interés arqueológico, con celo erudito, el autor de Ficciones reconstruye los momentos en los que la esfera gira en su circularidad recurrente: Jenófanes en las tierras griegas; el Corpus Hermeticum, doctrina de la integración de este mundo con el orden celeste nacida entre el Nilo, Alejandría y los desiertos egipcios; la Edad Media y su recepción final por Pascal, el que manifestó su terror ante los espacios infinitos que lo aterraban en la entraña del barroco de la infinitud. Pero la circularidad en la que Borges se demora, “siempre se trataría de la complexión circular de la metafísica, la circulación sin fin de lo Mismo”. En esa circularidad, como circus (“cerco”) “se concentra la determinación metafísica del pensamiento occidental”, enfatiza Ríos.

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La totalidad como circularidad se manifiesta también en Platón, lo que robustece su pertenencia al mundo antiguo, que se edificó sobre una cosmología geocéntrica, la tierra como centro inmóvil del universo conocido, en el modelo de la física aristotélica. Pero la esfera y sus circularidad en la antigüedad, que acogía y protegía en su carácter limitado o finito, tendrá, como observa Ríos, siguiendo la teorización de Borges, un efecto desorientador. Copérnico acomete el descentramiento de la Tierra, deconstruye su emplazamiento en el centro de la esfera antes inmóvil. La trasformación copernicana expande la esfera que ya no se ciñe a los cielos planetarios y es succionada por la infinitud del universo. En el centro ya no está un Dios que protege, remedo de un fundamento metafísico. Ahora es el infinito el que tiene su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna, por lo que, como acusa Pascal y observa Borges: “los hombres se sintieron perdidos en el tiempo y el espacio”. La circularidad arrastra al de-sasosiego y la desorientación, no hacia la certeza de un ser sabido: “Nadie está en algún día, en algún lugar; nadie sabe el tamaño de su cara”, agrega Borges. La circularidad también seduce a Borges (y a Ríos) con sus itinerarios a través de la doctrina de los ciclos de Pitágoras, Platón o el Eterno Retorno de Nietzsche. Lo circular nuevamente rueda en la apropiación imposible de un ser eterno.

Borges participa del eterno retorno del círculo, pero también de la certeza de lo impensado del ser que la metafísica siempre quiere hacer lo presente y trasparente. No en vano Borges y el anillo del ser, en sus partes finales, despliega las líneas de la posmetafísica de Habermas. Desde su meticuloso celo analítico y extensa fundamentación, Borges y el anillo del ser demuestra la fecundidad del posible encuentro entre los tejidos conceptuales de la filosofía y la literatura, la del autor de El Aleph, con su predisposición hacia las metáforas de lo que siempre se escapa.