El diario de Adolfo Bioy Casares, anotaciones de sus encuentros cotidianos con Jorge Luis
Borges, es una obra inclasificable –mezcla de memorias, costumbrismo, anec- dotario,causerie del siglo XIX y ensayo literario. Más que diálogo es un monólogo de Borges.
“Diríase que sólo quiere hablar él (no escucha, interrumpe) y que no le importa que
lo oigan”, señalaba Bioy. La arbitrariedad, el ingenio, el chiste, la
boutade, la parodia y la erudición extravagante, idiosincrática, maníaca son sus rasgos
pero –así lo testimonian sus numerosas conferencias y entrevistas– Borges era dueño de
un estilo oral tan elaborado como el de sus escritos. Y estas páginas danprueba de ello.
El origen de la amistad entre Bioy y Borges no estuvo en el mutuo respeto por la obra
literaria de cada uno –los escritos de Bioy eran escasos cuando se conocieron y a él no le
habían gustado los primeros libros de Borges– sino que “fue admiración por su
pensamientoexpresado en las conversaciones”. En cierto momento, incluso, Bioy
escribe: “Pensé que su vida había sido sólo una larga conversación”. A ambos los unía,
además, el común escepticismo.
Este diario también es incalificable porque los dos protagonistas tienen gran intuición pero
escaso discernimiento para separar la paja del trigo. Por momentos uno se siente tentado a apelar
al propio Borges, que calificaba los encuentros entre Goethe y Eckermann de“conversaciones de
dos idiotas (…) diálogo entre dos imbéciles”.
Ciertas páginas recuerdan lo que Borges pensaba de los chistes de Macedonio Fernández:
buenos para contarlos en una mesa de café, no para ser escritos. O la burla que suscitarían en
Macedonio sus propias ocurrencias si hubieran sido dichas por otro.
Macedonio, digámoslo de paso, estuvo lejos de ser una reverencia supersticiosa de Borges
–como habitualmente se cree– sino que, por el contrario, Borges reconocíaque fue unade
susmalas influencias y sólo lo veíacomo un personaje pintoresco. No difería mucho de ésta su
opinión sobre Xul Solar; para Borges los dos eran malevos literarios similares a Nicanor Paredes o
Jacinto Chiclana.
Al mismo tiempo, el diario nos informa que Macedonio y Xul se despreciaban y coincidían, en
cambio, en su atracción por el nazismo y el antisemitismo. La genialidad de ambos fueron inventos
de algunos escritores y críticos de las generaciones del ‘60 y el ‘70, ávidos de crear
ídolos “de culto”. Otros personajes raros, que aparecen en este libro, no han tenido el
mismo afortunado destino, tal Cabito Bioy, un poeta y
clochard intelectual, primo de Adolfo y pariente del general Agustín Lanusse, que vestía
con ropa regalada por sus parientes ricos, pero sucia y ajada, y cuyo aire de vagabundo le causaba
dificultades para entrar en la Biblioteca Nacional, siendo director su amigo Borges.
Asombra el número de páginas de este libro –muchasde ellas prescindibles porque, como
decía Bioy refiriéndose al diario de Edward Gibbon, “se registran cosas que se creyeron
importantes y luego se revelan como desprovistas de significado”. Junto a éstas hay otras,
aparentemente triviales que, con el paso del tiempo, han devenidoen documento histórico porque
algunos hechos fugaces habrían caído en el olvido. Por ejemplo, los modismos y palabras usados
durante unos años y luego abandonados. Así, Borges llamaba la atención sobrealgunos términos del
habla cotidiana como “fantástico” o “regio” utilizados en el sentido amplio
que tiene hoy“bárbaro”. El buen oído de ambos para escuchar el lenguaje de los porteños
será, precisamente, uno de los atractivos de la obra en común: los cuentos de Bustos Domecq.
Estas observaciones triviales son las que se leen con mayor interés, así como los chismes que pueden encantar a un lector voyeurista, que tiene el particular privilegio de agregarse a las veladas del departamento de Bioy y Silvina Ocampo y asistir a las indiscretas conversaciones con su invitado. Así los registros de Bioy satisfarán tanto como la lectura de Fanny Uveda y Jovita Iglesias, esas dos discípulas de Celeste Albaret, creadora de un nuevo subgénero literario: el de la mirada del valet sobre el gran hombre. “Un diario tenía que ser indiscreto”, afirmaba Bioy.
Rencillas y sarcasmos.
Su diario carece, sin embargo, de verdadera intimidad: poco sabemos de lo que
Borges pensaba de Bioy; aparte de las reflexiones puramente literarias, apenas nos enteramos de
algunas torpezas de Borges: orinaba “fuera del tiesto”, olvidaba cerrarse la bragueta,
no se bañaba con frecuencia o se quedaba dormido en la mesa con la dentadura postiza en la mano.
Otra inocultable realidad que el diario de Bioy señalaes la mediocridad y la chatura del
mundillo literario de aquellos años, que no difieren demasiado del actual. Pienso cuántos autores
cuyos nombres llenan hoy las revistas culturales y los suplementos literarios serán olvidados como
lo han sido, por ejemplo, Antonio Aita, Wally Zenner y tantos otros, citados hasta el cansancio en
estos diálogos.
Sorprende que a pesar de burlarse de quienes “(…) están disfrazados de
escritores, lo único que tienen de escritores es pertenecer a la SADE”, los propios
Borges y Bioy,a su vez, ocuparan tanto tiempo en las intrigas de la SADE o del PEN Club, los
concursos literarios y los banquetes celebratorios. También es incongruente que frecuentaran y
hasta firmaran libros junto a algunos de los escritoresque tanto despreciaban.
Sus bromas, obstinadas en marcar lo ridículo y en la parodia de toda solemnidad intelectual,
llegaban a veces al humor negro, como cuando sugerían que los comunistas premiaron a María Rosa
Oliver creyendo que había quedado tullida en su combate contra el capitalismo. Admiramos la actitud
de Bioy, y también la de Borges, cuando señala“la celosa idolatría que vela porque nadie
objete nada contra algunas figuras (Shakespeare, Cervantes, San Martín)”. Pero decepciona que
esa saludable iconoclastía sea, con frecuencia, usada contra figuras de tercero o cuarto orden del
mundo de las letras. Es raro que Borges, tan cuidadoso en la elección del adjetivo, descalifique no
sólo a esos modestos partiquinos locales sino también a los clásicos universales –ni
Shakespeare se salva– y olvidado de los matices y la ironía habituales en él echara mano a
epítetos como “bruto”, “sonso” o “inmundo” que utilizados por
otros hubieran merecido el juicio condenatorio del propio Borges. En la literatura argentina el
único que se libra de estas diatribas, y no siempre, esPaul Groussac, que no casualmente había
nacido en Francia.
De todos modos el diario ratifica que la literatura ocupaba la mayor parte del tiempo de lavida de Borges y de Bioy, salvo algunas amoríos siempre desdichados del primero. Para Bioy, como lo mostraba su diario anterior,la sexualidad estaba entre sus preocupaciones. Sin embargo, acaso como tributo al puritanismo de su amigo –“para Borges el sexo es sucio”–, el erotismo está ausente de este texto, excepción hecha de las alusiones homofóbicas.
Cine y política. Las abundantes reflexiones sobre libros y escritores muestran las
preferencias de Borges, tanto sus limitaciones –la reiteración de autores ingleses hasta no
más allá del siglo XIX, o de otros casi desconocidos que sólo pueden interesar a losestudiantes de
Letras– como su menosprecio por los géneros en bloque, por ejemplo por toda la novela
realista, social y psicológica del siglo XIX y primera parte del XX, más aún por el género novela
en general.
No faltan, sin embargo, osados aciertos; por ejemplo, la desmitificación de esa falsa obra
maestra,
Don Segundo Sombra, o los párrafos dedicados a la defensa de la traducción, a la crítica
de Góngora, James Joyce, la escuela objetivista francesa, el vanguardismo, todos
ellos“intocables” para la crítica de moda, así como también la condena al nuevo
edificio de la Biblioteca Nacional.
El cine aparece poco en las conversaciones, a pesar de que Bioy era un cinéfilo y Borges lo
había sido antes de quedar ciego. En otros temas por los que mucho seinteresaban, como el
tango, llegaban a decir dislates: menospreciaban a Gardel pero admiraban a Jorge Vidal, un mal
imitador de aquél; desconocían a las grandes orquestas y se extasiaban ante un conjunto
circunstancial como
Los muchachos de antes. El imprescindible Julio De Caro sólo aparece referido por su
casamiento con una dama de alcurnia.
A pesar del cosmopolitismo del que losacusaban sus
adversarios, rara vez hablaban dela política mundial y cuando se referían a la política local, las
opiniones de Borges no diferían de las de doña Leonor Acevedo y sus amigas a la hora del té. Su
repudio al sufragio, a la democracia que lo llevaba a considerar a Roque Sáenz Peña “una
calamidad”, su adoración ciega por los militares y su servilismo a todo golpe de Estado,
prenunciaban ya sus apologíasa las dictaduras de Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet.
El sueño de Borges y de Bioy, fue, sin duda, ser Samuel Johnson y James Boswell –citados con frecuencia y siempre con admiración–, pero en algún rapto de sinceridad, Borges sospechó que más bien tendrían el destino de otros personajes menos prestigiosos que veían la historia universal como algo ridículo y deleznable: “Vos y yo nos estamos pareciendo a Bouvard y Pécuchet”.