CULTURA
La ciudad pensada XV

Buenos Aires secreta: la influencia de Gaudí

¿Qué huellas encontramos en la ciudad del magnífico artista catalán?

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La influencia de Gaudí en la arquitectura de Buenos Aires. | Laura Navarro

En Nueva York pudo haberse levantado un especial hotel rascacielos de 360 metros de altura. El Hotel Atraccion diseñado por Antonio Gaudí (1852-1926), el gran arquitecto, nacido en Reus, en Tarragona, Cataluña. La construcción, nunca realizada, habría exhibido una forma paraboloide, con un cuerpo central más alto que los laterales, flanqueado por ocho cuerpos con galerías de arte, museos y auditorios, y rematado por una estrella.  

En la ciudad de la Estatua de la Libertad también, las calles 13 y 14 llevan a las pasarelas de acceso a un patio de recreo, de diez hectáreas con un especial diseño arquitectónico del británico Thomas Heatherwick, que semeja una alfombra voladora, propia de la imaginación oriental, que se “despliega” en Little Island, sobre el Río Hudson, lugar antes con una frenética actividad portuaria. Pero su signo distintivo son las 132 “tulipas” que rematan las columnas que reciben todo el peso de la plataforma-alfombra cubierta por cientos de árboles, arbustos, plantas y césped. Al contemplar esas columnas rápido se comprende que están inspiradas en el arte de Gaudí.  

Y en la ciudad de Buenos Aires, también podemos descubrir otras huellas del inefable artista catalán.  

 

El edificio de la cúpula  

Cada vez que pasamos por la esquina de Ayacucho y Rivadavia, siempre nos sorprende el edificio coronado por una cúpula que, en un día diáfano, resplandece como un vivaz ojo hipnótico; y todo esto muy cerca de otras cúpulas, más prominentes que bellas, como la del Congreso Nacional, y la del Santuario Nacional de Santa Rosa de Lima, en la avenida Belgrano y Pasco.  

Desde el suelo hasta su altura de 40 metros, en el edificio de Rivadavia 2009, se suceden una planta baja (hoy una concesionaria de autos), un entrepiso, luego cuatro pisos con departamentos; y una terraza de 350 metros cuadrados y ornamentaciones que replican la gaudiniana Casa Battló, en Barcelona.  

En lo alto, se emplaza la cúpula de forma de cebolla, facetada por 952 piezas de vidrio espejado resplandeciente, magnético, y rematada por una veleta de hierro. Desde Rivadavia, o desde Ayacucho también, se divisan réplicas de la puerta del Dragón del Parque Güell de Gaudí en Barcelona, y también las chimeneas con las figuras de guerreros medievales como las que abundan en la fachada de la Sagrada Familia gaudiniana, o en la terraza de la Casa Milà, también conocida como La pedrera (“cantera” en catalán).  

Dentro de la cúpula, un acto de magia astronómica, astrológica, celeste: un telescopio para ligar ojos terrenales con la luz de las estrellas en las noches, o con el fulgor plateado de la Luna y otros cuerpos siderales.  

El creador de la rareza fue el ingeniero civil Eduardo Rodríguez Ortega (1871-1938). Admirador de Gaudí, decidió entonces homenajearlo con una obra representativa de su arte. En 1907, se inauguró el edificio. El deterioro de décadas sin conservación, condujeron a un necesario trabajo de restauración en 1999, por el arquitecto Fernando Lorenzi. Se restauró el revoque de piedra parís original, y se incorporó un elemento simbólico que reafirmó la raigambre gaudiniana del edificio: el escudo de Cataluña y una frase en catalán: “No hi ha somnis impossibles” (No hay sueños imposibles).  

Rodríguez Ortega gustaba de las matemáticas, de la mentalidad científica y de los grandes desafíos constructivos. La ingeniería civil era el camino adecuado para unir esas predilecciones. Pero era una carrera que aún no existía en Argentina. Por eso marchó a Europa para cursar estudios en La escuela para Nobles de Berlín. Se graduó con medalla de honor, y recibió su diploma de manos del mismísimo káiser Guillermo II de Alemania.   

El nuevo ingeniero era de origen español. Eso quizá en parte influyó en su admiración por el modernismo de Gaudí. Al emprender la obra, Rodríguez Ortega, conocedor de las novedades más avanzadas de su tiempo, recurrió a una técnica innovadora: el ferrocemento, precedente del hormigón armado. Esto derivó en controversia. El desconocimiento de la técnica en el medio local hizo creer que la construcción colapsaría. Algunos de sus colegas lo denunciaron. Pero en su defensa Rodríguez Ortega fue tan convincente que la novedad fue aprobada, e incluso, después, se difundió con rapidez.   

Durante casi un siglo, el edificio permaneció desatendido. En el momento de su restauración, la terraza era un virtual vertedero al aire libre colmada de escombros, heladeras y bañeras en desuso. Y allí estaban también las réplicas de hierro a escala del Dragón Ladón de las Hespérides de la finca Güell, y unos bancos en trencadís rojo que recuerdan al famoso Park en Barcelona. El trencadís es la ornamentación a través de fragmentos cerámicos, azulejo principalmente, y pegados en argamasa, propios de la arquitectura modernista catalana.​ 

Y el dragón pertenece originalmente a la reja de entrada de la finca Güell, un diseño forjado en hierro que hace visibles pasajes del poema “L’Atlàntida”, de Jacint Verdaguer; y que se inspira en el momento mitológico de uno de los trabajos de Hércules cuando el héroe griego arrebató las manzanas de oro del árbol que crecía en el Jardín de las Hespéridas, custodiado por el dragón Ladón. Ladón fue vencido, y como castigo se lo convirtió en una constelación.  

Y de hecho la forma del animal imita la distribución de constelaciones del cielo boreal: la cabeza equivale a la constelación del Dragón, la pata a la de Hércules, y la cola corresponde a la Osa Menor.  

Así, inadvertidamente, no solo por la cúpula y su telescopio, sino también por la forma del tenso dragón de boca abierta y cola enroscada, el edificio en Buenos Aires se corresponde con una trama celeste.  

 

Más allá de Cataluña  

Si la presencia de Gaudí se extendió hasta la Argentina es porque primero se propagó más allá de Cataluña. Ejemplos: en Colmillas, un pueblo cántabro en el norte de España, se levanta El capricho (1885) inspirado en el arte oriental; en León, el Palacio Episcopal de Astorga (1915), diseñado a distancia sin la presencia del arquitecto en el lugar; la Casa de los Botines (1894), o la Casa Fernández y Andrés, también en León, hoy sede de la Caja España; y la reforma, en 1902, del interior de la Catedral de Santa María de Palma de Mallorca.   

Obras fuera del territorio catalán, junto a los otros grandes momentos de la arquitectura gaudiniana en Barcelona como la Casa Milá (1910), ya mencionada. Y, claro, el Parque Güell (1914), llamado así por Eusebio Güell, gran mecenas de Gaudí: y la belleza sólida, solemne y conmovedora de la Sagrada Familia, iniciada en 1883 y todavía en construcción.  

En sus comienzos, Gaudí recibió la influencia oriental de la India, Persia (de ahí sus dorados y plateados), Japón; y también Egipto, o la arquitectura islámica española, como el art nazarí y mudéjar. Luego absorbió el neogótico por la intermediación del restaurador Viollet le Duc; una corriente a la que, no obstante, vio como defectuosa, siempre dependiente del compás y el apuntalamiento de los contrafuertes, una arquitectura con muletas, que mejor reluce cuando está inacabada o en ruinas. Sin embargo, esto se relaciona también con su famoso modernismo, y su estética que recrimina laos productos en serie, iguales, estandarizados, de la Revolución Industrial; por eso su valoración de lo ornamental y lo artesanal en la línea de William Morris; y los nuevos materiales; y también una vuelta a las raíces culturales catalanas.  

Pero al final, Gaudí confluye en un estilo personal de vanguardia fuertemente inspirado en la naturaleza, por paisajes como la montaña de Montserrat, las cuevas de Mallorca y otros lugares; e inspirado también en formas geométricas paraboloides, hiperbólicas, helicoidales, espirales; o la curva cuaternaria generada por una cuerda o un cable sin rigidez. También juncos, cañas, huesos, troncos de árboles lo inspiraron. De ahí lo dinámico de sus formas, la impresión de una vida orgánica que irradia sus creaciones.    

Y la naturaleza también está presente en la segunda casa en Buenos Aires que se inspiró en el naturalismo de Gaudí, pródiga en lo curvilíneo y formas orgánicas: la Casa de los Lirios.  

 

Una casa vegetal  

Eduardo Rodríguez Ortega acometió su segunda obra gaudiniana, la llamada Casa de los Lirios, en Rivadavia 2027, inaugurado en 1905, y declarado Monumento histórico nacional con un nivel integral de protección.  

El anti-academicismo del art nouveau estaba en auge, y evidenciaba sus puntos de coincidencia con el estilo personalísimo de Gaudí: apropiación con fines decorativos de la naturaleza, plena de líneas curvas y sinuosas formas vegetales.  

El patrón botánico predominante en la creación de Rodríguez Ortega es el lirio. Lirios tapizan en una ondulación ascendente toda la fachada; se propagan como un ser viviente, fluido, con el poder de fijar y sostener balcones, y de confundirse con el hierro de rejas también dinámicas, curvas, florales, vivientes. Lirios en expansión desde el suelo, convertido en una suerte de lugar-raíz, hasta llegar a la baranda superior que cobra la fisonomía de un hombre barbado de yeso y cabellos extendidos; un posible Eolo, dios del viento griego, que sopla para vivificar lo que, en definitiva, es un edificio de vivienda, con planta baja (hoy con una confitería y una dietética), y tres pisos, y una puerta principal que conduce al vestíbulo, escalera, ascensor.  

La ornamentación botánica con tallos, troncos y flores, compone la nervadura que hace circular, imaginariamente, savia y agua por ventanas y balcones. Lo fluido y vivaz es lo que destila también las figuras curvilíneas de la puerta que delatan una calidad de elaboración de los materiales, hoy, perdida.  

Existen muchas casas con cubiertas vegetales, capas agregadas de plantas y hojas sobre las duras superficies. El brillante arquitecto argentino Emilio Ambasz, por ejemplo, creador de una extraordinaria Casa de Recreación espiritual en Sevilla, concibió un edificio cubierto con un amplio y ondulante techo jardín en Fukuoka, Japón. Pero aquí, lo vegetal es nuevamente algo que se superpone, no lo que está integrado a la estructura edilicia misma. Diferente entonces a los lirios que simulan ser, no un añadido, sino el espíritu mismo del edificio. La casa de los Lirios entonces, gran singularidad de la ciudad a orillas del más ancho río.  

 

Lo excepcional, no percibido  

El sello de Gaudí no se extiende solo a Buenos Aires, New York, o distintos lugares de España, más allá de Cataluña. En 1922, cuatro años antes de su muerte, le envió una carta al sacerdote chileno, el franciscano Angélico Aranda. En la misiva había un regalo: un proyecto de capilla de su autoría para ser erigido en Rancagua, a 100 kilómetros al sur de Santiago. El diseño de Gaudí pensado específicamente para un sitio de Latinoamérica espera todavía su realización.  

Pero, aunque no fueran proyectos originales de su mano, en Buenos Aires, dos obras revestidas con la imaginación del artista catalán reposan cerca del Río de la Plata.  

En el universo de Gaudí se funden naturaleza y arquitectura. Por su proyecto artístico las formas orgánicas naturales se inyectan en el cuerpo de los edificios. Entonces, en el teatro de su arte arquitectónico se escenifica lo que parece vivo y en movimiento, lo que se resiste a la impresión de la materia puramente quieta, estática. La Casa de los Lirios expresa entonces la ciudad reconciliada con el reino vegetal. Ciudad-vegetal, ciudad-lirio, por uno de sus edificios más excepcionales. Por Gaudí, traducido por Rodríguez Peña, lo urbano rompe los patrones estandarizados, inexpresivos. Una medicina de la arquitectura como lo quería el inconformista artista austríaco Hundertwasser.  

Y en Rivadavia y Ayacucho, la otra huella del catalán, la edificación se convierte en corona-faro, luz-vidrio, ojo de telescopio; la no percibida escenificación, entonces, de la ciudad suelo, planta, tierra, y la ciudad cielo, estrella, en los dos edificios en Avenida Rivadavia, entre Ayacucho y Rincón. La profundidad imaginativa de Gaudí que aparece entre la ciudad más complacida con las paredes planas, el hierro, el cristal, y los edificios jaula.     

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. En mayo y junio dará cursos sobre filosofía y arte, y cines anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar).