Carlos Sadness atraviesa uno de los momentos más introspectivos y fértiles de su carrera artística. Con el lanzamiento de "El ruido de las estrellas", una obra que existe al mismo tiempo como libro y como canción, el músico español profundiza una búsqueda personal que excede los límites del formato musical y se proyecta hacia una reflexión más amplia sobre la identidad, la creatividad y el sentido de la vida contemporánea.
El nuevo single, publicado recientemente, acompaña y expande el universo conceptual de su libro homónimo, agotado en México y otros países de Latinoamérica a pocas semanas de su salida. En diálogo con PERFIL, Sadness explica que ambas obras nacen de un mismo impulso creativo, la necesidad de reconciliarse con la vida y de silenciar el ruido cotidiano para volver a escuchar aquello que verdaderamente importa.

El ruido de las estrellas surge, en primer lugar, como un libro. Un proyecto literario que lo obligó a correrse de la comodidad de la canción para enfrentarse a una escritura directa, sin melodías ni metáforas protectoras. “El libro es transparencia pura, es la verdad de manera quirúrgica”, reconoce. Ese proceso de exposición personal fue el detonante de una nueva etapa creativa que rápidamente se tradujo en canciones y en un disco en gestación.
La canción que lleva el mismo nombre funciona como una extensión natural del libro. A diferencia de otros lanzamientos recientes, Sadness eligió autoproducirla, buscando una cercanía sonora que acompañe el tono confesional del texto. El resultado es una pieza íntima, de voz susurrada y sensibilidad contenida, que dialoga con sus primeros trabajos y recupera una estética más introspectiva dentro de su amplio recorrido musical.
En términos conceptuales, el artista define "El ruido de las estrellas" como una invitación a encontrarse. La canción habla de abandonar las distracciones permanentes del día a día para reconectar con una identidad que, muchas veces, queda sepultada bajo expectativas externas, rutinas y mandatos de éxito. “Dejarse llevar por ese ruido es una forma de volver a quiénes somos”, resume.

Dentro de esa búsqueda, Sadness identifica una frase particularmente autobiográfica: “Volver a pensar como aquel niño me ha costado la mitad de la vida”. Para el músico, esa línea condensa una de las grandes tensiones de la adultez: la pérdida de una mirada honesta y sencilla sobre la felicidad. “De niños nos hacía felices algo mínimo; recuperar eso puede llevar toda una vida”, explica.
El contraste con "La vida perfecta", su otro lanzamiento reciente, es deliberado. Musicalmente más enérgica y pensada para el desahogo colectivo en un festival, esa canción opera como un grito contra la exigencia de perfección y la cultura aspiracional. Aunque distintas en forma, ambas composiciones nacen del mismo lugar: la necesidad de decirle al mundo que no hay vidas impecables ni identidades sin fisuras.
Para Sadness, la música cumple una función central de acompañamiento emocional. En un contexto social que describe como cada vez más solitario, el artista reivindica la canción como una forma de amistad silenciosa. Una experiencia compartida que, tanto desde el rol de creador como de oyente, puede aliviar la sensación de aislamiento.
Esa concepción de la música se remonta a sus inicios. Comenzó a componer a los 16 o 17 años, sin la ambición de convertirse en cantante profesional. La música era, entonces, una expresión artística más, al mismo nivel que el dibujo, la ilustración o la fotografía. Con el tiempo, esa fascinación por la creatividad se consolidó como el eje de su identidad, más allá de los formatos.
A lo largo de su discografía, Sadness aprendió que la identidad es el valor más difícil de sostener y, al mismo tiempo, el más necesario. En un escenario musical saturado, considera que lo genuino no está en la perfección técnica sino en el punto de vista personal. “La gente no necesita más copias de lo que ya existe, sino una voz que diga algo propio”, afirma.

El vínculo con Latinoamérica ocupa un lugar central en su relato. Confirmado para el Vive Latino 2026, el artista planea aprovechar ese regreso para profundizar su presencia en la región. Argentina aparece, en ese recorrido, como un territorio marcado por una relación especialmente intensa con la música: un público que escucha con devoción, acompaña con fidelidad y vive cada concierto como una experiencia emocional. “Siempre intento volver”, afirmó, y subrayó “la pasión” y “el amor por la música” que distingue a la audiencia argentina.
En paralelo, el artista trabaja en un nuevo disco, prácticamente terminado. Su intención es sumar algunas canciones más antes de definir el lanzamiento y encontrar un socio discográfico que acompañe su proyección internacional. “Hoy tengo público en muchos lados”, explicó, y busca una estructura que le permita sostener esa expansión.
La evolución, para Sadness, no implica ruptura sino desplazamiento. Reconoce que canciones como "Isla Morenita" y la etapa de "Tropical Jesus" marcaron un momento específico, asociado a una sonoridad más luminosa. El material que viene, anticipa, será “menos tropical” y más narrativo, con una profundidad lírica que dialoga con el presente.
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El equilibrio entre continuidad y cambio guía su proceso creativo. “Soy el mismo artista, pero no quiero hablar de lo mismo”, afirmó. La consigna es seguir avanzando, acompañar el crecimiento propio y el del público, aceptar las transformaciones sin caer en la repetición.
El título "El ruido de las estrellas" sintetiza esa filosofía. Sadness lo explica como un sonido simbólico que se escucha al nacer, compuesto por “todas las cosas bellas del mundo en armonía”. Con el tiempo, la costumbre lo vuelve imperceptible. “Cuesta toda una vida volver a escucharlo”, dijo. El libro y la canción funcionan, así, como un intento de recuperar esa escucha perdida.
En los próximos meses, Sadness llevará este nuevo universo a los escenarios, tiene previstas presentaciones en España a comienzos de 2026 y una participación destacada en el Vive Latino de Ciudad de México, además de otros festivales europeos a lo largo del año. La gira se inscribe como una extensión natural del proyecto, una forma de compartir en vivo una obra que, paradójicamente, invita a bajar el volumen y prestar atención.