CULTURA
bourdieu no se acaba nunca

Cólera y desencantamiento

Autor de una obra combustible que cuestiona como ninguna los fundamentos sobre los que descansan el Estado y la educación burguesa, la editorial Siglo XXI publica un tomo (“Intervenciones políticas. Un sociólogo en la barricada”) con los últimos textos dispersos de Pierre Bourdieu, acaso el único sociólogo que supo hacer de sus herramientas teóricas un campo de combate.

Bourdieu. Fue uno de los más destacados representantes de la sociología contemporánea. A la izq., la cubierta del libro que acaba de aparecer.
| Gentileza Flia Sanchez

Intervenciones políticas. Un sociólogo en la barricada (Siglo XXI Editores) es el título de un nuevo libro de Pierre Bourdieu (1930-2002) que se compone de textos dispersos y no definitivos del intelectual francés editados poco tiempo después de su deceso. La edición al cuidado de Franck Poupeau y Thierry Discepolo no pretende cerrar ni canonizar al pensador sino, por el contrario, abrir puertas y líneas interpretativas no exentas de polémica. Profesor del Collège de France (de 1981 hasta su muerte), Bourdieu combina la erudición interdisciplinaria con el ejercicio crítico constante. Ese estilo quizá haya sido definido de modo propicio y atinado por Michel Onfray, quien habló de “genio colérico”. Efectivamente, algo de ese temperamento escéptico, disconforme, de esa insumisión sistemática que no termina de cerrar es lo que se ve precipitado sobre estos textos.

En gran medida tenemos aquí un perfil y en particular un relevamiento testimonial, además, del “último Bourdieu”, de esa neutralidad axiológica mutilada en su ocaso en favor de una militancia de tiempo completo. Esa imagen que transmitían muchos medios parecía peligrosa o incluso amenazaba con hacer sucumbir el resto de su obra, que tenía rigor técnico y lejanía. En proceso de canonización hacia una imagen académica, estos textos permiten dimensionar mejor y dar una evaluación total de las posiciones de Bourdieu.

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Intervenciones políticas tiene un estricto ordenamiento cronológico englobado por temáticas más o menos coherentes. A saber: el problema argelino, la guerra colonial (1961-1963), la revisión de Mayo del 68, sus efectos colaterales, sus herederos y actualización (1964-1970), el rol de los intelectuales en las luchas sociales, las diferentes formas de intervención pública, la jerarquía y la metodología académica (1971-1986), la vida universitaria y una analítica de la docencia (1984-1990), cuestiones políticas varias que van desde la caída del Muro de Berlín a la guerra yugoslava o el islamismo (1988-1995). Se trata, en definitiva, de piezas que hay que leer en el marco de la lógica del compromiso político y el aura militantista. ¿Pero no sería interesante ir más allá?
Si bien, como señalan los editores, muchos de estos artículos y entrevistas han sido objeto de condena o se ha relativizado su valor al calor de la coyuntura, también se puede encontrar en su interior la pintura del “mandarín” bajando a la calle. Son textos donde, por ejemplo, descubrimos la relación ambivalente (de reconocimiento a la vez que rechazo) e incluso despectiva de Bourdieu hacia Jean-Paul Sartre, el afecto hacia el intelectual liberal Raymond Aron, o el vínculo respetuoso y admirado con Michel Foucault a pesar de las disidencias políticas que tenían. Lo mismo se observa en su discurrir respecto de Mayo del ’68, evento que para Bourdieu quedó desertificado en el campo político (lo decía veinte años después). Lo más rescatable, dirá el sociólogo, fue ese espíritu antiinstitucional, ese humor burlón, sexual y desfachatado, la explosión de una izquierda libertaria y antitotalitaria que luego fue absorbida por la llamada “segunda izquierda” que encabezó Michel Rocard, primer ministro de François Mitterrand entre 1988-1991 (al que Bourdieu fustigó duramente).

También aparece la crítica al neoliberalismo ascendente de la década del 70, al cual muchos intelectuales (entre ellos, Foucault) veían como una interesante renovación teórica incluso para las nuevas formas de izquierda. Bourdieu critica la utopía liberal de Milton Friedman, en particular su visión de los vouchers educativos, del mismo modo que el “economicismo”, al que define como patología social no sólo propia del liberalismo sino también del marxismo. Cito: “El economicismo conduce a revoluciones parciales o frustradas. El estalinismo, que todavía se perfila en el horizonte de tantos discursos sobre el mundo social, es también una especie de utopismo cientificista, fundado sobre una fe patológica en los poderes de la ciencia social”. En cierto sentido, muchas de las críticas de Bourdieu parecen responder a una sensación de agobio, donde no hay a la vista un modelo alternativo. Son textos teñidos de un profundo desencantamiento. Lo mismo se percibe en sus epítetos hacia los filósofos, a quienes califica de “narcisistas”, del mismo modo que a los científicos, a quienes tilda de “positivistas pedestres”. Las jerarquías universitarias y la burocracia estatal también reciben el sablazo colérico del sociólogo. Todo pareciera llevar a un callejón sin salida para este Bourdieu indignado.
En una entrevista de marzo de 1993 Sylvaine Pasquier le pregunta al pensador: “¿Y en cuanto a la función del Estado?”. Dice Bourdieu: “No es posible definirla sino rechazando la alternativa del liberalismo y el socialismo –uno de esos dualismos que bloquean el pensamiento–. Los dos sistemas, al menos en su definición estricta y raigal, tienen en común reducir la complejidad del mundo social a su dimensión económica y poner al servicio de la economía el gobierno”. Ese tono marca la mirada de estas intervenciones. Portadoras de un pesimismo a menudo desesperante.