CULTURA
Muestra

Como una plegaria

Los cuadros de Cynthia Cohen establecen una relación muy profunda con la utilización de color. No sólo porque lo usa y lo combina sino por la expresión que logra a partir de lo que se podría definir como “un exceso controlado”. En “Revelaciones”, su reciente trabajo que expone en la galería MC, construye extrañas imágenes que alguna vez fueron familiares. Opera por tamaño y nitidez de sus trazos sobre fondo de paisajes y telones en donde incrusta piedras preciosas en colores y poderes que flotan en distintos momentos de días serranos.

Todo lo sólido se desvanece en el aire de las pinturas de Cynthia Cohen.
Todo lo sólido se desvanece en el aire de las pinturas de Cynthia Cohen. | Cedoc

André Breton firmó el primer Manifiesto del Surrealismo en 1924 para encontrar la salida a la observación realista de los hechos y los rígidos esquemas de la razón. La propuesta era buscar significados más a allá del conocimiento consciente, meterse en las profundidades del yo, aprovechar el gran descubrimiento de Sigmund Freud: el inconsciente. Hurgar en los sueños, más que en la vigilia para la creación y acercar realidades distantes, de manera precisa, juntar la emoción con las imágenes. Darle al arte una nueva posibilidad de existencia, ya que, leemos, “el surrealismo, tal como lo concibo, proclama bastante nuestro inconformismo absoluto para que se le pueda citar en el proceso al mundo real como testigo de descargo”.

Mediante esta preceptiva, Breton decreta el eclipse del gusto, lo entiende como una gran mancha, y hace una lectura histórica en la cual lo maravilloso que no es igual en todas las épocas. Porque, según su definición es: “una especie de revelación general de la que sólo nos llega algún detalle”. Serán los paisajes peligrosos que denominan los ocultistas, los leones alados y el pez soluble, entre algunas imágenes de cuño vanguardista las que le provoquen al autor de Nadja una sonrisa y temor infantil, al mismo tiempo. En todo caso, esa lectura retrospectiva del gusto y de lo maravilloso que está en el Manifiesto es la clave, también, de la aparición de una visión surrealista del arte (y del mundo) en etapas posteriores.

Todo lo sólido se desvanece en el aire de las pinturas de Cynthia Cohen.

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La antigua palabra griega traducida como revelación es apokálypsis, que significa “revelar, quitar el velo”, y fue a partir de la traducción del último libro del Nuevo Testamento escrito por San Juan en la isla de Patmos que fue sinónimo de fin de los tiempos. Nos quedamos con la primera acepción y el surrealismo, entonces, es una revelación en el sentido original del término que lo encontramos en el contexto religioso y místico para referirse al acceso a una verdad oculta, libre de tragedia, plena, sustancial e iluminadora.

Cynthia Cohen es exhaustiva, inteligente e intuitiva a la vez. Sus cuadros establecen una relación muy profunda con la utilización de color. No sólo porque lo usa y lo combina sino por la expresión que logra a partir de lo que se podría definir como “un exceso controlado”. En el caso de esta artista y sus cuadros, se puede hacer una analogía con la figura retórica de la hipérbole que consiste en una exageración intencionada con el objetivo de plasmar en el interlocutor una idea o una imagen difícil de olvidar. Con las mediaciones de rigor que la disciplina exige, quien vea las obras de Cohen no podrá olvidar esas enormes figuras como salidas de la combinación de un deseo infantil con una experiencia religiosa y sensorial, atravesadas por la historia del arte, condimentadas con una poderosa imaginación pop, toques de ironía, humor y sensualidad. 

Todo lo sólido se desvanece en el aire de las pinturas de Cynthia Cohen.


En Revelaciones, su reciente trabajo que expone en la galería de la calle Pagano (un chiste del destino), construye extrañas imágenes que fueron, alguna vez, familiares. Opera por tamaño y nitidez de sus trazos sobre fondo de paisajes y telones en donde incrusta piedras preciosas en colores y poderes que flotan en distintos momentos de días serranos. Todo lo sólido se desvanece en el aire de sus pinturas, como si le quitara el peso y las pusiera a volar.

La fauna, la flora y los minerales del surrealismo son inconfesables y la artista es una suerte de médium entre un mundo y otro. Lleva y trae ambientes y panoramas; inventa encuentros fortuitos entre una lengua, la cereza del postre y una gema azul. Saca el rayo invisible del surrealismo para la lucha contra el adocenamiento, la trivialidad, la ramplonería. Vaticina, como si fuera una pitonisa pop, que podrá triunfar contra todo eso con su ejército de lenguas, su escuadra de manos y sus pasteles y dulces. Promueve con sus colores y pone al descubierto esa sentencia tan expresiva de la vanguardia: “este verano las rosas son azules; la madera es vidrio, la tierra envuelta en su verdor me impresiona tan poco como un aparecido. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte.”