El último gesto de Ambrose Bierce (1842-1913 o 1914) fue como un chiste de humor negro, una incitación a imaginar su muerte en detalle. Antes de cruzar la frontera hacia México, en plena insurgencia de Pancho Villa, dejó en sus cartas unas pocas pistas para que se construyera su leyenda y luego se esfumó definitivamente. Pese a los esfuerzos de biógrafos y otros investigadores puestos a descubrir su fecha y lugar de defunción, la ya centenaria y “misteriosa desaparición de un creador de misterios”, al decir de Rodolfo Walsh, continúa viva como uno de los más potentes mitos de auto-ficción construidos por un escritor.
Autor de más de cuarenta relatos fantásticos, de terror, de soldados y fantasmas y desaparecidos, además del misántropo Diccionario del Diablo (donde define al cínico como “un canalla cuya visión defectuosa hace que vea las cosas como son, no como deberían ser”), Bierce fue un guerrero norteño que participó como oficial topógrafo en la Guerra de Secesión y un polémico periodista en los diarios de San Francisco, ciudad donde vivió casi treinta años pese a aborrecerla al punto de desearle “otro terremoto”. Como escritor de ficción cultivó el horror, lo sobrenatural, el crimen siniestro y el chiste macabro, con mayor precisión que Poe en la forma breve. Pudo gozar de cierta fama paralela a la de Mark Twain en los últimos años de su vida y bastante publicidad tras su desaparición, cuando con 71 años y su asma a cuestas decidió abandonar los EE.UU. en dirección al Sur.
“Espero cruzar a Sudamérica vía México, si logro atravesar este país sin que me pongan contra la pared y me fusilen por gringo. Aunque eso sería mejor que morir en la cama” escribió a un amigo antes de partir hacia la zona dominada por Pancho Villa. La búsqueda de “un pequeño valle en los Andes” que habría confesado a su ex amante Blanche Partington, fue desautorizada en otra carta como “expresión geográfica” que no debía ser tomada literalmente. “Iré a México con un propósito muy definido que, sin embargo, no puede ser revelado por el momento”, escribió en septiembre de 1913. “Hay muchísimo combate del lado mexicano del Río Grande, pero mantengo mi intención de ir” escribió a su sobrina Lora en octubre de ese año. “En mi carácter de ‘testigo inocente’ se supone que estaré a salvo si no llevo demasiado dinero encima… Mi eventual destino es Sudamérica, pero probablemente no llegue hasta allí este año”. En otra carta decía: “Si escuchas que me pusieron contra una pared de piedra y me acribillaron a tiros, debes saber que es un modo muy bueno de dejar la vida. Es mejor que la vejez, la enfermedad o caerse de una escalera. Ser un gringo en México, eso es eutanasia”.
Sus últimas cartas desde territorio estadounidense están fechadas entre noviembre y diciembre de 2013. Desde Laredo, Texas, escribió a su amigo George Sterling sugiriendo que estaba por cruzar la frontera vadeando el río durante la noche. De su sobrina Lora se despidió con estas palabras: “No estaré aquí lo suficiente para tener noticias tuyas, y tampoco sé dónde iré más tarde. Supongo que no importa mucho. Adiós (en castellano en el original)”. En otra carta, fechada el 26 de diciembre en Chihuahua y descubierta por el investigador Leon Day en los archivos personales de Blanche Partington en la Universidad de California, Bierce escribió como despedida a su ex la enigmática frase “Mañana parto en dirección desconocida”.
Las controversias sobre su paradero comenzaron casi de inmediato y fueron creciendo a medida que se afirmó la certeza de su muerte por el mero paso del tiempo. En 1922 se publicó la mayor parte de su correspondencia. En 1928, un cowboy y aventurero texano llamado O’Reilly, que habría acompañado la insurgencia mexicana junto a Villa, escribió en The New York Times sobre un estadounidense muerto a balazos cerca de una cantina en Sierra Mojada: la leyenda dice que cayó riendo a carcajadas. Esta versión interesó más tarde al arqueólogo forense Clyde Snow, entre otros que llegaron a Chihuahua a buscar un cadaver que nunca fue visto.
La leyenda del escritor que se adentra en zonas peligrosas para ser muerto por soldados federales o insurgentes mexicanos motivó la novela Gringo viejo de Carlos Fuentes, donde el personaje inspirado en Bierce busca que lo maten porque no es capaz de matarse a sí mismo o porque, si de algo hay que morir, mejor ser fusilado frente a un paredón. En cuanto a las primeras biografías de Bierce, publicadas a partir de 1929, especularon con que el cuentista podría haberse suicidado en secreto para dar la impresión de que había desaparecido como los personajes de algunos de sus relatos. Las últimas biografías retomaron esta idea. En 1995, Roy Morris especuló con que el suicidio era una hipótesis razonable, aunque para ello Bierce ni siquiera tendría que haber cruzado a México, aunque ésta fuese la indicación que dejara en sus cartas. Morir fusilado, desaparecer en acción: estas palabras habrían completado el autorretrato, con una pincelada de broma siniestra, de un creador de misterios, en genio y figura, hasta la sepultura.