CULTURA
Cuidado integral

Cuando la cultura cura: el impacto del arte y la creatividad en el bienestar

Fundación Medifé y el Área de Comunicación y Cultura de FLACSO Argentina presentaron un informe donde la cultura actúa como medicina cotidiana. Entre los beneficios más destacados se encuentran la reducción de la ansiedad y la depresión, la prevención del deterioro cognitivo en adultos mayores y una notable mejora en la calidad de vida.

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El informe Culture For Health Report (2022) sostiene que las prácticas culturales —ya sea leer, pintar, bailar, asistir a un concierto o ver una obra de teatro— tienen efectos terapéuticos comprobados. | María Eugenia Cerutti

En un escenario postpandémico que exige repensar nuestras prioridades, el informe elaborado por Fundación Medifé y el Área de Comunicación y Cultura de FLACSO Argentina titulado "Cultura para la salud: Efectos de las actividades culturales en el bienestar", nos trae una investigación reciente que explora el impacto de la participación cultural en la salud y la calidad de vida de las personas en la Ciudad de Buenos Aires y vuelve a poner sobre la mesa una idea poderosa pero muchas veces subestimada: la cultura, en sus múltiples formas, no es solo entretenimiento, sino una herramienta fundamental para el bienestar individual y colectivo. A través de encuestas, entrevistas y testimonios, la investigación traza una línea directa entre la participación en actividades culturales y mejoras concretas en la salud física, mental y emocional.

El informe "Culture For Health Report" (2022) sostiene que las prácticas culturales —ya sea leer, bailar, asistir a un concierto o ver una obra de teatro— tienen efectos terapéuticos comprobados. La Organización Mundial de la Salud ya lo había anticipado en 2019, tras revisar más de 3.000 estudios que avalan esta relación. Entre los beneficios más destacados se encuentran la reducción de la ansiedad y la depresión, la prevención del deterioro cognitivo en adultos mayores y una notable mejora en la calidad de vida.

Veamos una radiografía del consumo cultural en Buenos Aires. Entre 2021 y 2023 el Área de Comunicación y Cultura de FLACSO Argentina realizó cuatro olas de encuestas sobre prácticas culturales en la Ciudad de Buenos Aires. Participaron 3.600 personas, cuyas respuestas trazan un mapa diverso y profundo del vínculo entre cultura y bienestar. Más del 95% de los encuestados realiza al menos cinco consumos culturales distintos: leer, mirar, escuchar, asistir a eventos o practicar alguna disciplina artística. Lejos de ser un lujo para pocos, la cultura emerge como una experiencia transversal que abarca todos los sectores sociales.

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¿Para qué sirve la cultura? Una pregunta con múltiples respuestas. Aunque muchas veces separada del ámbito sanitario, la cultura se revela como un componente esencial de la salud integral. En palabras de Mariana Trocca, psicoanalista coordinadora de Salud Mental en Medifé, y una de las expertas entrevistadas, “la cultura va más allá del consumo: genera lazos, promueve la expresión, habilita lo colectivo”. Virginia Montero aporta desde su campo: “Las prácticas culturales mejoran la neuroplasticidad y la memoria, fundamentales en poblaciones vulnerables”. Enrique Avogadro, por su parte, enfatiza la dimensión comunitaria: “La participación cultural potencia el desarrollo individual, pero también el de una sociedad entera”.

A pesar de estos beneficios, no todas las personas acceden con igual facilidad a la cultura. Las barreras económicas, la falta de tiempo o de compañía, e incluso el desinterés, son obstáculos que persisten. Las mujeres, las personas mayores y los residentes del GBA son quienes enfrentan mayores dificultades. No obstante, también son los que más demandan nuevas propuestas: cursos, talleres, recitales y actividades al aire libre figuran entre los deseos más frecuentes.

Otra clave: territorio, circuitos y hábitos. La cercanía y el entorno barrial influyen significativamente en los hábitos culturales. Mientras que muchos habitantes del GBA se trasladan a la Ciudad para acceder a museos o teatros, los porteños de mayor edad y nivel socioeconómico bajo tienden a participar de actividades en su propio barrio. En ambos casos, el espacio público —plazas, ferias, parques— juega un rol clave como escenario cultural cotidiano.

De la infancia al presente: cómo se forma una vida cultural: los datos también revelan que las trayectorias culturales comienzan en casa. El 81% de quienes crecieron en hogares lectores continúan leyendo en la adultez. Las madres aparecen como las principales promotoras de actividades culturales en la infancia, seguidas por la escuela. Estas experiencias tempranas moldean el consumo cultural futuro y fortalecen el vínculo entre cultura y bienestar a lo largo de la vida.

El informe propone avanzar hacia un modelo de salud más integrador. Entre las recomendaciones se destacan: capacitar a profesionales de la salud sobre los beneficios de las actividades culturales, crear alianzas entre centros de salud e instituciones culturales, prescribir actividades artísticas como complemento terapéutico, y fomentar espacios de encuentro comunitario. En este camino, experiencias como la del Grupo Catalinas Sur —teatro comunitario fundado en 1983 en La Boca— se convierten en ejemplos inspiradores de cómo el arte puede transformar vidas y comunidades.

El 76% de los encuestados coincide en que la cultura aporta bienestar y vitalidad. La participación cultural no solo enriquece la vida individual, sino que fortalece el tejido social y promueve la inclusión. Lejos de ser un lujo, la cultura se reafirma como un derecho y una necesidad. Incorporarla a las políticas de salud pública no es solo una posibilidad: es una urgencia.

Tejer la identidad: el psiquiatra que eligió los hilos para definirse

¿Cómo es que una práctica artesanal puede volverse algo más que un pasatiempo y convertirse en una forma de estar en el mundo? En el caso de Ricardo Gorodisch, la respuesta se teje —literalmente— con lana, paciencia y convicción. Aunque su currículum podría llenar varias páginas, él prefiere una sola palabra para presentarse: tejedor.

Médico, psiquiatra, psicoterapeuta. Fundador y presidente de la Fundación Kaleidos, dedicada al desarrollo infantil y adolescente. Con una trayectoria académica y clínica que muchos envidiarían, Gorodisch parece tomar distancia de cada uno de esos títulos con una mezcla de ironía y lucidez. “Estudié medicina y psiquiatría, pero no te recomiendo un psicofármaco porque estoy peleado con la industria”, lanza. “Me formé en psicoanálisis, pero que no se acueste ningún paciente en el diván: hablemos. Nunca tomo la identidad definitiva de esos roles. No soy médico, no soy psiquiatra, no soy psicoanalista. Pero sí soy tejedor”.

Y no lo dice en tono figurado. Las bufandas, cardigans y sweaters que salen de sus agujas recorren el mundo y despiertan elogios que cruzan fronteras. No faltan colegas y amigos que, sorprendidos por el diseño y la calidad de sus piezas, le preguntan dónde se venden o cómo conseguir uno. Gorodisch sonríe ante esas preguntas, como si lo más importante no fuera el producto final, sino el acto de tejer en sí mismo: el gesto íntimo, rítmico y transformador de entrelazar hilos hasta que se vuelvan abrigo. Una identidad elegida punto por punto. Agrega: “Muchos me piden si puedo tejerles algo, sin mucha noción del tiempo que puede llevarme realizar uno de los tejidos. Me encanta tejer para otros, mi pareja, mis hijos y ex mujer, madre y hermanos así como para los amigos”.

Aunque el arte siempre estuvo presente en la vida de Ricardo —como refugio, como lenguaje, como sostén en momentos que él mismo describe como de quiebre—, fue la curiosidad la que lo llevó a descubrir el tejido. Lo que empezó como un experimento casual, casi un juego, pronto se transformó en algo más profundo: una forma de reconstruirse, una práctica cotidiana que terminó por redefinir su identidad.

Sigue: “La llegada del tejido a mi vida fue genial. Hice un viaje a Islandia con una pareja de amigos de toda la vida. Los días eran larguísimos y mi amiga, gran tejedora, se la pasaba con las agujas y un día le pedí que me enseñe. Estábamos en el lugar perfecto porque en Islandia mucha gente teje, así que fuimos al supermercado y ahí compré mis primeras agujas y una lana preciosa y ella en esa semana me empezó a enseñar las cuestiones fundamentales”.

Desde su rol de médico, psiquiatra o psicoterapeuta —según la puerta por la que se lo aborde—, Ricardo suele sugerir a sus pacientes que incorporen actividades artísticas o manuales, siempre en sintonía con los intereses de cada uno. Conoce de cerca el poder que tienen esas prácticas para mejorar el bienestar. No solo lo respaldan las investigaciones más recientes en medicina y neurociencias, que destacan el impacto del trabajo manual en la reconexión neuronal; también lo avala su propia experiencia. “Lo que produzco no es que me gusta —aclara—, me hace bien”.

Concluye desde la identidad: el diccionario de léxico judeo-latinoamericano dice que la palabra en yiddish tzures significa “problemas, complicaciones, conflictos, penas”. El tejido, en la vida de Ricardo, llegó para aplacarlos: “Algo que siempre me caracterizó tiene que ver con lo que la palabra tzures enfatiza, una preocupación cotidiana que va minando el espíritu. El judaísmo viene con la larga historia de persecusiones y aniquilaciones, mi familia fue masacrada en el holocausto, hubo y hay problemas de salud que van y vienen, hay angustias, y este país que nos hace sufrir todos los días y que yo no puedo no empatizar con los sufrimientos de los otros. Reconozco en mí un nivel de preocupación cotidiana, tzures, lo tengo muy presente y a lo largo de mi vida estuve muy atento a qué hacer para mitigarlo. El tejido me baja esos niveles, porque a pesar de todo lo cotidiano que nos aqueja, gracias a esta práctica los tzures no ganan, podés convivir en un nivel que no mina el alma”.

La creciente evidencia sobre los vínculos entre la participación cultural y el bienestar —así como el rol que puede desempeñar la cultura frente a los desafíos psicológicos, sociales y vinculares de la actualidad— refuerza la urgencia de tender puentes entre dos mundos que aún suelen transitar caminos paralelos: el de la salud y el de la cultura. Impulsar el desarrollo cultural y fomentar su articulación con el ámbito sanitario no es solo una apuesta por la creatividad, sino una estrategia concreta para mejorar la calidad de vida y promover una salud más integral.

El informe no sólo reúne evidencia sólida sobre los beneficios de la cultura en la salud y el bienestar, sino que también plantea la necesidad de revisar y articular de otro modo las políticas públicas en ambos campos. Propone un enfoque interdisciplinario que reconozca el valor de las prácticas culturales como herramientas activas para el cuidado integral. En ese sentido, la cultura se posiciona como un pilar clave para mejorar la calidad de vida, y su integración en las estrategias de bienestar abre nuevas posibilidades tanto para el desarrollo personal como para el fortalecimiento del tejido social.