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De cómo el arte virtual se volvió la fiebre del oro

Un video acerca de la destrucción de una obra por el fuego vale más que la obra en sí. Otro video de diez segundos se vende a 6,6 millones de dólares. Son “bienes digitales” con el certificado de originalidad, con un dueño irremplazable.

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Digitales. Cien artistas digitales NFT. | cedoc

Ocurren manifestaciones asombrosas en la vida “digital” humana acrecentada por la pandemia. En una subasta en línea, a fines del mes pasado, el artista digital Chris Torres vendió por 590 mil dólares una ilustración digital (meme). Consiste en un gato con arco iris del que existen millones de copias y versiones. Casi en simultáneo, un coleccionista de arte radicado en Miami de origen español, Pablo Rodríguez-Fraile, vendió un video de diez segundos del artista digital Beeple (Mile Winkelmann) por 6,6 millones de dólares, en octubre del año pasado lo había comprado en solo 67 mil dólares. El video consiste en un Trump gigante tirado en el suelo como ballena varada, el cuerpo decorado con graffitis, en un ambiente urbano donde caminan personas, todo generado con un software de tres dimensiones. La oferta y demanda se realiza en plataformas web específicas, donde cada usuario adopta una identidad digital, asociada a una cuenta con criptomonedas, con las que se adquiere este tipo de obras. Para una muestra de qué tipo de arte digital y sus valores, pueden visitar el Museum of Crypto Artr, MoCA (niftygateway.com/profile/pablo).

Lo que hace valioso a estos “bienes digitales” es el certificado de único, original y que tiene un dueño irremplazable salvo que lo venda. En términos accesibles: el certificado de autenticidad replica la condición de original que utiliza el mercado del arte. Esta convención asociada a un software, se la denomina NFT (Non-fungible token), vale decir una pieza de ADN digital irrepetible inherente al objeto, como huella digital, la de los dedos. Para acceder a la criptomoneda, al final del camino el usuario debe entregar dinero, por lo que toda esta parafernalia tiene un verdadero lazo con la realidad. Lo misterioso es: ¿qué hace que un humano coloque dinero en un entorno abstracto? Mientras la pregunta circula, el mundo del arte acusa el golpe y muestra su poder de adaptación para captar el dinero que abunda. Lo llaman “mercado de nicho”.

El jueves que viene se cierra la venta de un collage de 5.000 imágenes digitales de Beeple, que existe únicamente como NFT. Las ofertas ya superan los 3 millones de dólares y la subasta está a cargo de la afamada casa Christie’s, que aceptará pagos en ether, moneda digital. Hace tres días, el artista británico Damien Hirst y el grabador Heni Leviathan vendieron un juego de ocho cuadros impresos firmados por el artista, cada uno en 3.000 dólares. Este martes se subastará Morons, un video NFT del artista callejero Bansky donde, en cierto lugar de Brooklyn, Nueva York, se quemó un cuadro del mismo con transmisión en vivo por la cuenta de Twitter BurnBansky (se puede ver en https://twitter.com/BurntBanksy); en este caso lo recaudado se donará a obras de caridad. Pero esto plantea un tema de fondo: el acto de destrucción valdrá más que la obra en sí misma, que ya no existe como tal.

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El crítico de arte Blake Gopnik refiere, en un artículo publicado por The Art Newspaper, al artista neodadaísta francés Yves Klein. En 1958 realizó en París una exposición bajo el nombre La especialización de la sensibilidad al estado de la materia prima en la sensibilidad pictórica estabilizada, el vacío. El público compraba la experiencia de ingresar a cierto espacio vacío, recibiendo un certificado por dicha obra (o experiencia). Vale decir, eran dueños de una nada en papel que remitía al pasado. 

Para el escritor y economista patagónico Jorge Mayer, que estudia el fenómeno del comercio virtual, “ethereum es más sofisticada que bitcoin. Se habla de contratos inteligentes que se cumplen automáticamente. En la medida que esos procesos sean automáticos podemos sospechar que se pueden desencriptar. Por lo tanto, ¿cuánto de blindado tiene un NFT que certifica originalidad?” Mayer también refiere al Crimen perfecto, libro de Jean Baudrillard: “El autor señala que el crimen perfecto, por irresoluble, es que nos mudamos a la virtualidad. Ya no importa el plano de la experiencia material sino esa otra existencia en la que yo soy otro.” Y concluye: “Recordando al Mago de Oz, ¿hemos automatizado al hombre detrás de la cortina? Parece que el plan es un dios de algoritmos”.