Era la que no quería aparecer en público, la que se tapaba la cara delante del fotógrafo. La que aparecía mencionada como la hermana, la esposa, la amiga de otros que concentraban las miradas y la atención de los especialistas. Silvina Ocampo estuvo asociada al secreto, a un misterio rodeado de especulaciones y rumores alrededor de su intimidad, y pareció fuera de lugar en las imágenes y los estudios sobre el grupo de la revista Sur. Pero desde ese margen se desplaza hacia el centro de la literatura argentina, en un movimiento que reafirman nuevos estudios y reediciones de sus cuentos.
Si no pudo ser leída en su época, como planteó Sylvia Molloy, en el presente se suceden las interpretaciones. Silvina Ocampo marginal. De labores menores y lecturas oblicuas, de María Julia Rossi, y Entre telas. Vestimenta y metamorfosis en los cuentos de Silvina Ocampo, de Luciana Olmedo Wehitt, coinciden en reabrir la obra a través de pasajes poco recorridos. La reedición de Viaje olvidado, el primer libro de Ocampo, y la publicación de la antología La enemistad de las cosas y otros cuentos complementan el rescate de una escritura que fue juzgada excéntrica porque no se correspondía con la actualidad literaria.
Pero los reconocimientos no disuelven una extrañeza que es marca de escritura, dice María Julia Rossi: “La marginalidad de Ocampo ha ido cambiando con el tiempo. La idea de su obra como marginal en el canon literario ya no es vigente como lo fue en otras décadas, naturalmente, pero su estética sigue ofreciendo una exploración de lo marginal que es única e irrepetible”. Luciana Olmedo Wehitt observa un carácter productivo en el paso al costado de la figuración, porque “mantenerse al margen le dio muchísima libertad creativa; y hay que ver también qué se esperaba en su época de una escritora”.
“Fue contemporánea de Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Martha Lynch”, recuerda Olmedo Wehitt para situar nombres que, a diferencia de la autora de Autobiografía de Irene, tuvieron un reconocimiento más amplio “y participaron no solo de debates culturales y políticos, sino también de la escena social construyendo otra figura de autor”. Pero desde la década de 1980 la bibliografía sobre Silvina Ocampo define un universo en expansión: “Es un verdadero fetiche de la academia”, observó Mariana Enriquez en La hermana menor (2014). Y tal vez una clave del interés sea qué se espera hoy de una escritora.
El feminismo por otros medios. En Silvina Ocampo marginal, Rossi analiza textos en principio laterales de la obra: el único ensayo que Ocampo publicó en vida, como introducción a la antología Poetas líricos ingleses (1949); traducciones, entre ellas la de Emily Dickinson (“una suerte de venturosa transmigración”, según el prólogo de Jorge Luis Borges); las dedicatorias que escribió en algunos de sus libros para Victoria Ocampo, que cifran la relación entre las hermanas; prácticas de reescritura a través de distintos géneros y, en particular, cuentos en los que los personajes de mujeres son examinados “a la luz de una relación tentativa con ideas centrales del feminismo actual”. El libro fue publicado por la editorial de la Universidad Nacional de Rosario y su título “juega con la pluralidad de sentidos con que puede interpretarse”.
La construcción de personajes marginales en los cuentos suele ser referida a la biografía de Ocampo: la atracción que sentía de niña por los mendigos y los sirvientes, su primer contacto con la muerte, las experiencias en que se insinuaba la sexualidad, apuntó Mariana Enríquez en La hermana menor, contienen parte de su literatura. También revelan “algo retorcido, algo perverso” que se proyecta como un núcleo duro y de difícil acceso en otros episodios, por ejemplo el vínculo con Adolfo Bioy Casares, en un matrimonio muy abierto.
Rossi abordó la cuestión en un libro anterior, Ficciones de emancipación. Sirvientes literarios en la obra de Silvina Ocampo, Elena Garro y Clarice Lispector (2020). Los relatos de Ocampo son “emancipatorios” porque los sirvientes ocupan “lugares prominentes, constructivos o amenazadores, y en última instancia soberanos”, y cuestionan el orden doméstico, a diferencia de lo que ocurre en otros textos donde las clases sociales no se confunden, por ejemplo los de Victoria Ocampo.
En la escena literaria representó un personaje reservado. “Ocampo no encaja en las imágenes disponibles de lo que era una escritora en su época: eso le valió varios epítetos que la hacían descentrada, difícil de clasificar y que hoy asociaríamos con la originalidad y la rareza, que ha ido adquiriendo un valor afirmativo”, observa Rossi, doctorada en Literatura Latinoamericana en Pittsburgh y profesora en John Jay College, Universidad de Nueva York.
La distancia pareció evidente en relación con el feminismo. En su libro, y también en la antología La enemistad de las cosas, que compiló y prologó para Eudeba, Rossi rescata a Ocampo del campo enemigo en el que fue situada y afirma que las abjuraciones (“no soy feminista”, “hablar de feminismo es para mí como hablar de un viaje en globo”) deben ser puestas en contexto: “La definición que Ocampo rechazaba del feminismo era la que varias personas de su entorno compartían y que no es difícil de rechazar por su esencialismo y su esquematismo”. En cambio, “nuestras miradas contemporáneas nos permiten llamar feministas a ideas que tenían que ver con la liberación de ciertos mandatos que restringían las posibilidades de las mujeres de elegir por sí mismas y que aparecen deliberadamente en sus cuentos”.
Rossi argumenta que en vez de señalar las faltas de Ocampo –al no asumir la causa feminista como el personaje público que era a su pesar– habría que observar lo que hizo: “El feminismo de Silvina Ocampo tiene lugar en su escritura”. En Las repeticiones, uno de los cuentos que analiza, la narradora escucha el relato que otra voz hace de su vida amorosa; no está claro que ambas sean mujeres, la heteronormatividad está cuestionada por la elección de los objetos amorosos y debilitada por la erosión de las marcas de género convencionales; en El automóvil, las opiniones de un hombre sobre su esposa, piloto de carreras, parodian discursos antifeministas y misóginos; los manuscritos de Carta perdida en un cajón, consultados en el archivo que custodia Ernesto Montequin, revelan a través de las correcciones la búsqueda de representar “un deseo sexual disidente”.
La marginalidad de Silvina Ocampo es entonces la de una escritora todavía no leída que eligió el cuento “como el espacio para cifrar profundas críticas a las instituciones más opresivas contra la mujer en las escalas doméstica y personal”. Al margen de las declaraciones periodísticas, dice Rossi, “sus cuentos reclaman para sus personajes mujeres un despliegue de agencia y de potestad sobre el mundo que para muchas mujeres contemporáneas de Ocampo era inimaginable”.
Los desnudos y los vestidos. Luciana Olmedo Wehitt (Bahía Blanca, 1980) sabía que su tesis de maestría estaría referida a Silvina Ocampo pero no había definido su tema. “En simultáneo escribí una nota sobre Silvina como artista visual –cuenta–. Me interesaba ese lado B, esa Silvina que no conocemos tanto, me llamaba la atención el poco material que existía. Relevé información en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Fundación Espigas, en la prensa, toda la documentación que hubiera sobre su producción pictórica. En medio de la búsqueda descubrí que Silvina no había participado en una exposición de desnudos que le había ofrecido Emilio Pettorutti para no ofender a su madre. Me obsesioné con eso. ¿Cómo era posible? Su obra estaba repleta de desnudos”.
Entre telas fue publicado por Gata Flora. Pero la escritura del libro requirió un camino de indagación para Olmedo Wehitt, magíster en Estudios Literarios Latinoamericanos por la Untref e investigadora del Conicet. “Volví sobre su literatura para ver si encontraba desnudos, de qué manera Ocampo los exponía. Buscando desnudos encontré la vestimenta. Entonces, como digo en el texto introductorio, el desnudo pictórico me llevó a la vestimenta literaria y la vestimenta literaria al desnudo literario que opera sobre esa dialéctica cuerpo vestido/cuerpo desnudo”.
Las tesis de Entre telas comenzaron a perfilarse en aquel artículo inicial: “Los cuentos de Silvina, las vestimentas que aparentan exhibir los rasgos de personalidad de los personajes esconden la llave que permite dirigir la mirada hacia el interior de los cuerpos que envuelven. Los vestidos son disfraces que, como sus textos, ocultan al impostor: es en sus puntos y puntadas finales donde solemos encontrar la punta del ovillo”.
La metamorfosis en los cuentos de Ocampo está en la agenda de la crítica por lo menos desde los textos que le dedicó Noemí Ulla. La cuestión no es el tema sino el punto de vista y el sistema que se construye, dice Olmedo Wehitt: “Toda la bibliografía, por ejemplo los textos de Judith Podlubne sobre la voz narrativa o los de Jorge Panesi sobre el doble y los espejos, me nutrió. En una investigación así se trata de armar un mundo, en este caso el mundo de Silvina, y ver desde dónde la miraron los otros para detectar nuevas formas de mirar. Incluso cuando mirando lo mismo ves otra cosa, como me pasó con los valiosísimos ensayos en que Andrea Ostrov trabaja la vestimenta”.
Dos observaciones de Alejandra Pizarnik recorren en particular Entre telas: “La capacidad de los textos de Silvina para abrir a mundos otros, a otras realidades, y para que el tiempo tome la forma del espacio”. Esas premisas no refieren directamente a la vestimenta pero postulan un “pasaje imperceptible” en el que también pude jugar el doblez entre el vestido y el desnudo. “En Invenciones del recuerdo, su autobiografía póstuma, notas que escribió entre 1960 y 1980, encuentro claves para la lectura de muchos de sus cuentos. Por ejemplo, la mención a la casa donde vivían cuatro tías solteras, que eran vecinas en la calle Viamonte; las casas se comunicaban a través del vestidor de la mamá de Silvina. Me gusta pensar en imágenes y eso es lo que me genera Silvina, una lectura lenta que despierta imágenes, imágenes que son pensamientos, que devienen una idea. Pero una imagen que pertenece a otra disciplina, que es una melodía, una película, un óleo”, dice Olmedo Wehitt, que por otra parte coescribió y codirigió la obra El árbol, basada en El árbol de Saussure, de Héctor Libertella. Entre telas incluye una recomendación musical para acompañar la lectura y el último capítulo, sobre el desnudo y la metamorfosis, enlaza con Muta, un cortometraje de Lucrecia Martel para Miu Miu.
El archivo, ida y vuelta. En la historia de la crítica literaria, el rescate de Silvina Ocampo coincide con el desarrollo de las lecturas feministas. Pero María Julia Rossi no cree que esta perspectiva pueda resolver las fallas de las lecturas precedentes: “Las miradas feministas abren más posibilidades de interpretación, posibilidades obturadas durante mucho tiempo, y sin duda producen reparaciones. A Ocampo no la leemos más porque sea mujer sino porque su obra es extraordinaria. Su mirada también sigue siendo marginal, no solamente entendida en su tiempo y en su clase, sino en su originalidad para concebir el mundo”.
La obra pictórica de Silvina Ocampo es otra dimensión desconocida, un misterio que solo conocen el albacea y unos pocos coleccionistas. Olmedo Wehitt hizo un rastreo minucioso a través de bibliotecas, instituciones de arte e instituciones privadas, trabaja actualmente en un estudio comparado con la producción literaria y desgrana algunas pistas: “Silvina Ocampo dejó de exponer pero no de pintar. Hay una entrevista de María Moreno en la que dice que pintar es como una obligación mística. Además de desnudos hay muchos retratos, algunos muy conocidos como los de Borges, Enrique Pezzoni y Pizarnik, ilustraciones para el teatro de títeres La Sirena, que tuvo con Julia Bullrich y Horacio Butler, y para publicaciones como Martín Fierro y Sur. Escribía y dibujaba en cualquier lugar”.
Rossi destaca el sentido de la reescritura: “La repetición de temas, e incluso de argumentos, también a través de los géneros textuales, es parte visible de la obra de Ocampo y, como tal, es muy sugestiva”. Para observarlo, “no es necesario esperar a que se pueda acceder al archivo”. También Olmedo Wehitt sigue esa poética en la práctica de “reescribir cuentos y poemas muchas veces, por ejemplo en cuentos de La furia y de Cornelia frente al espejo, que en realidad son segundas y terceras versiones de textos escritos en la misma época que los de Viaje olvidado; escribir era reescribir”.
El trabajo en la edición genética de cuentos de Ocampo, como integrante de un equipo liderado por Daniel Balderston, fue para Rossi el ábrete sésamo del archivo y el acceso a manuscritos que cita en Silvina Ocampo marginal: “Esa pequeña muestra, de la que aprendí mucho, como se ve en el libro, es muy promisoria: Ocampo guardó numerosas versiones de sus textos publicados y eso fue resguardado con pareja minuciosidad por su albacea, Ernesto Montequin. Cuando esos materiales estén a disposición para ser investigados, aprenderemos muchísimo más sobre sus procesos creativos, que son, sospecho, tan insondables como su obra misma”.
Un espacio de fuga
Luciana Olmedo Wehitt
En la prosa Silvina explora lo prohibido, lo otro. Deglute su cultura indefinidamente para poder subsistir; violenta el centro amenazante de su clase con la misma violencia con que lo condena. Se ensancha y se desplaza para llevar a sus personajes por idéntico camino. Traslada a las institutrices, los cocineros, las planchadoras y las costureras de quienes creció rodeada al centro de la escena, y en ese mismo territorio permite que los niños de la Casa Grande se rebelen contra los órdenes preestablecidos; autoriza a los habitantes de la senzala a burlarlos, calladamente. En sus cuentos, Silvina se amputa el Ocampo para animarse a ser simplemente Sin, su ambiguo sobrenombre (¿La pecadora? ¿La que no tiene nada? ¿La que porque no tiene nada se anima a pecar?). Evocación y expulsión del origen para poder conjurarlo (cfr. Agamben). Solo la prosa le permite salirse del campo alambrado del endecasílabo que la obliga a mantener el rigor con la forma y la fidelidad con la clase. Desde ahí logra que sus personajes tengan el destino que ella se construyó a través de los cuentos: liberar el deseo, permitir su circulación y habilitar la aparición de lo otro en uno. Desde ahí logra construir una identidad al margen del centro (que no es lo mismo que el margen de la sociedad o de la vida) y convertirse en una observadora privilegiada; en un ser y una escritora que encuentra un espacio de fuga con respecto a límites temáticos, formales y de clase.
(Fragmento de la introducción a Entre telas).
El cambio en sus múltiples formas
María Julia Rossi
En el cuento Hombres animales enredaderas leemos: “Pensar en transformaciones me da vértigo”. Así, además de perseguir la variedad, la premisa de La enemistad de las cosas (Eudeba, 2025) es el cambio en sus muchas formas. Como metamorfosis, como mudanza, como conversión, como mutación, como cuestionamiento de lo que permanece y celebración de lo que se altera. Como reivindicación de otras formas de ser y de estar, como busca de otras formas posibles. En los cuentos de Ocampo, el cambio se evoca y se representa con variaciones, a veces se apodera del argumento e incluso penetra las ficciones de una manera más estructural, constitutiva. Atender al cambio como tema, como estrategia, como principio constructivo, interno o comparativo, textual o formal, puede constituir una perspectiva para comprender a Silvina Ocampo como una artista que somete sus materiales estéticos a una constante transformación. Esto es algo que, desde la crítica y el análisis textual, ya venía pensando paralelamente en Silvina Ocampo marginal.
Cosas y personajes
Reeditado por Emecé, Viaje olvidado fue el primer libro publicado por Silvina Ocampo (1903-1993) y tuvo su primera reseña en las páginas de la revista Sur, firmada por Victoria Ocampo. La hermana mayor se declaró tan sorprendida como cualquier lector ante los textos: “Se tiene la impresión de que los personajes son cosas, y las cosas personajes, como en la infancia. Y todo esto está escrito en un lenguaje hablado, lleno de hallazgos que encantan y de desaciertos que molestan”, escribió. El comentario también fue leído posteriormente a la luz de las diferencias literarias entre ambas y de la distancia de Silvina Ocampo con Sur, el grupo en el que incluyen las historias de la literatura.
“Sur no era solo una revista que editaba literatura: era una tribuna de disputa cultural –escribe Mariana Enriquez en La hermana menor–. Y en ese sentido, el lugar dentro de la revista de Silvina, en relación con los debates estéticos y políticos que allí se jugaban, no era central sino más bien, y quizá intencionadamente, secundario”. El punto en común con el grupo fue el acendrado sentimiento antiperonista, que la llevó a contribuir a un número de Sur dedicado a celebrar el golpe militar de 1955.
En La enemistad de las cosas, María Julia Rossi recorre la producción de Ocampo desde su primer libro hasta incluir cuentos de aparición póstuma como Las repeticiones. El criterio de selección es temático y formal: la metamorfosis como objeto de la narración y a la vez como procedimiento, ya que Ocampo escribió y reescribió varios de los textos en diversos géneros y lenguas y para diversos públicos. Como Borges, al parecer, no creyó en el concepto de versión definitiva.