Homofonías, afinidades semánticas, ambigüedades, ambivalencias, choques de sentidos, polisemias, juegos de significado, retruécanos, juegos de sonoridades, asociaciones y duplicidades semánticas, juegos de oxímoron, proliferación de sinalefas, prefijos que se multiplican y raíces en fuga, usos agramaticales, matices temporales, significados indecidibles, quiasmos, juegos fonéticos, errancia de los signos, plurivalencias, palíndromos, pleonasmos, homonimias, aporías, y algunas otras complejidades más, para decirlo de una vez, que componen y descomponen (a la vez) este texto ejemplar –si eso es posible– de la diseminación derridiana. Todo lo cual, de modo sinuoso y delirante, eleva a cierto reino posmetafísico, donde el mundo estalla en innumerables horizontes, a la traductora –Ana Levstein– como una heroína que sobrevive a un pasmoso embrollo del francés. Sus notas y aclaraciones, por decir así, evitan la perdición total en lo sígnico.
En cualquier caso, el origen de esta puesta en abismo del discurso (o del orden del lenguaje) de Jacques Derrida es una conferencia sobre la obra del poeta-ensayista Francis Ponge, ante la presencia de él, según se dice, pronunciada en Cerisy-la-Salle en agosto de 1975, posiblemente en uno de los Coloquios. El texto completo en versión bilingüe se publicó en 1984 en Estados Unidos. Desde luego, la elección de la “firma Ponge” (tratado una y otra vez como éponge y ponge, es decir, “esponja”, por no recargar el asunto más con el asunto de la marca de las comillas del caso) por parte de Derrida responde a cierta afinidad o aire de familia de ambos para degustar la inconsistencia de las palabras respecto de las cosas, y la indiferencia de estas con relación a las primeras. De alguna manera, lo que hace la poesía de Ponge con lo no-palabra (los objetos cotidianos), en una suerte de vértigo, es lo que hace la diseminación derridiana con la escritura de aquella que toma como “objeto”. Las comillas últimas se explican en la medida que solo forzando mucho lo que expresa esta palabra, que procede del latín, se podría aplicarla en calidad de principio de realidad. De ninguna manera hay en la intertextualidad enloquecida de este libro algo así como una presencia de cosas, salvo que los signos ocupen el lugar de ellas.
No obstante, en Signéponge (la traductora ha preferido dejarla en su polivocidad) no se trata de una cosificación de las palabras, ni tampoco de las “cosas”, ni en Ponge ni en Derrida, sino, en uno y otro, de poesía. La dispersión o diseminación casi absoluta, la irradiación por doquier de sentidos y de sinsentidos –y pueden intercambiarse, incluso– tienen la función, poética y filosófica a la vez, derridiana por excelencia (filósofo-poeta, acaso la contracara de Ponge), de destruir el logocentrismo, la identidad de la presencia de lo real, esa luminosidad que se vuelve opaca ni bien las partículas del discurso empiezan a brillar por sí solas, en una maravillosa danza en la que baila la sombra errante del mundo.
Signéponge
Autor: Jacques Derrida
Género: ensayo
Otras obras del autor: De la gramatología; Espectros de Marx; La hospitalidad; Márgenes de la filosofía; La voz y el fenómeno; La verdad en pintura; El monolingüismo del otro; Dar la muerte
Editorial: La Cebra, $ 20.000
Traducción: Ana Levstein