En los más de cuarenta años en los que publicó sus dibujos en la portada de Le Monde, Plantu –o Jean Plantureux– ha sido implacable con todos. Hábil en el uso de la metáfora, de la ironía, artesano de la sinécdoque, del oxímoron y de los entimemas visuales con los que se produce en el lector la sensación increíblemente persuasiva de participar del razonamiento, Plantu conoce cada engranaje de ese artefacto semiótico poderosísimo, que es la caricatura política: un género con un nivel de irreverencia y un poder perlocutorio difícilmente alcanzables en la escritura de un artículo, y que tal vez por ese mismo pathos, por ese estar siempre al borde de la línea roja, ha devenido símbolo –o “barómetro”, como dice él– de la libertad de expresión.
Recientemente ha venido a Buenos Aires a inaugurar una exposición de sus dibujos, entre los que hay muchos referidos a América Latina y relacionados, más precisamente, a las intromisiones estadounidenses en la política del continente (por ejemplo, hay uno del año ’76 en el que se ve a un polizonte bailando tango con un desvalido al son de corcheas y semicorcheas que fluyen desde la bandera norteamericana: una precoz metáfora del entonces incipiente Plan Cóndor y del no tan incipiente cipayismo de las cúpulas militares).
En el hall del Club Francés, café de por medio, recuerda que hace cuarenta años “cuando dibujaba a América Latina siempre eran dictaduras: Paraguay, Salvador, Nicaragua, Argentina. Hice por ejemplo dibujos para el boicot contra la Copa del Mundo del ’78, y también hice los primeros dibujos sobre el golpe militar en Chile, y quiero aprovechar para decir que el 11 de septiembre de 1973 hubo tres mil muertos en Chile y nadie habla de eso en Europa, pero cuando hay tres mil muertos, el 11 de septiembre en Nueva York, todo el mundo habla”.
Mientras explora su tablet, en busca de viñetas que ejemplifiquen sus dichos, cuenta que siempre ha tenido una mirada crítica respecto a la política norteamericana. “El director de Le Monde no dejó de hacer libros contra el imperio americano, y yo estuve sumergido en este ambiente político, militante, e hice una gran cantidad de dibujos para criticar el rol de los Estados Unidos, incluso siendo un país que adoro. Por ejemplo cuando hubo intervenciones militares en Gaza, yo muestro siempre el rol de los fundamentalistas de Gaza, que hacen túneles para hacer atentados contra Israel, pero nunca olvido los túneles americanos. Ese es el rol del dibujante de prensa”.
Consciente del potencial epistémico y aleccionador que para el homo videns tiene la imagen, concibe a la caricatura como una techné retórica para suscitar en los lectores alguna reacción frente a las injusticias. Pero se impone algunos límites, como la vida privada de hombres y mujeres políticos. “Eso es una línea roja que respeto, no me interesa”, afirma. Y enseguida agrega: “También cuando hago dibujos contra los yihadistas, siempre trato de que no sean humillantes para los creyentes, que merecen mi respeto”. Una postura por cierto distinta a la de los dibujantes de Charlie Hebdo, a quienes sin embargo ha defendido cada vez que ha tenido ocasión; aunque considera que hoy en día “hay que ser más pícaro, más astuto, que los fundamentalistas que nos esperan en la esquina. No hay que hacerles el regalo de hacer dibujos humillantes; ellos sólo esperan ese tipo de dibujos para poder tirar a la gente en la calle con Kalashnicovs, y por lo menos yo no les voy a hacer ese regalo: jamás me voy a poner en situación de disculparme con esta gente, nunca”.
En relación al semanario satírico, víctima del reciente atentado, agrega que tiene las mismas reflexiones que hace diez años, cuando promulgaron fatwas contra los dibujantes daneses que también habían incurrido en la “herejía iconoclasta” de representar la figura de Mahoma. “En ese entonces yo fui a Dinamarca para conversar con los dibujantes y comprendí que habíamos girado hacia un nuevo mundo mediático donde gente que se hace pasar por medieval sabe utilizar muy bien internet. Entonces a causa de esa experiencia volví a Europa para decirles a mis amigos, en Francia y en otros lugares, que estábamos frente a un nuevo sistema de manipulación de las imágenes”, porque saberlo, explica, “permite soslayar las interdicciones”.
En el 2006, y a partir de esa experiencia en Dinamarca, fundó junto a Kofi Annan la asociación Cartooning for peace, que nuclea dibujantes de todo el mundo, promueve valores como la tolerancia, el respeto hacia la diversidad cultural y la libertad de expresión, y respalda a quienes sufren alguna censura por parte de algún grupo de poder. Le pregunto cómo ve esas cuestiones en Argentina, pero casi inmediatamente me arrepiento. “Yo fui a muchos países como Irán, Argelia, Gaza, Turquía, muchos lugares donde la libertad de expresión no es tan simple…”, y junto a los cuales –me doy cuenta, mientras sigue hablando– nuestras pequeñas rencillas semánticas, señalamientos o incluso “carpetazos”, son apenas un juego de niños: Orwell para principiantes.