CULTURA
entrevista

“El fotógrafo es de algún modo un escritor”

La reciente publicación de la autobiografía del fotógrafo argentino Carlos Fadigati es la ocasión para revisar un período de profundas transformaciones culturales que quedaron inmortalizadas por su lente, en cuyas imágenes se pasean personalidades como Vidal Buzzi, Francis Mallmann, Romero Brest, Sandro, Marta Minujín e Isabel Sarli, entre otras.

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El ilusionista. Un retrato muy recordado de su autoría: Marta Minujín; y los tomates publicado en la revista Cuisine & Vins. | cedoc

El consumo, la moda, el arte de vanguardia, el rock, el erotismo y la gastronomía tuvieron un testigo particularmente atento en Buenos Aires entre fines de los años 60 y fines de los 90. Carlos Fadigati registró en ese período tendencias, personajes y transformaciones culturales como fotógrafo publicitario y de revistas especializadas. Al cabo del tiempo esa memoria visual alcanza la forma de un libro: Fadi, material sensible, una autobiografía publicada en Barcelona, donde vive.

“El fotógrafo es de algún modo un escritor, ambos necesitan estar motivados por un relato que los atraviese”, dice Fadigati. En su caso las primeras imágenes provienen de un álbum familiar y la historia remite al padre, chef en grandes hoteles de Italia y Suiza y jefe de partida en el restaurante Tea Room de las tiendas Gath & Chaves en Buenos Aires, quien lo introdujo a la vez en el mundo de la cocina y en el de la fotografía, cuando le regaló una cámara Kodak Fiesta.

Fadigati nació en Roma en 1946 y emigró con sus padres a la Argentina en 1952. A los 14 años, cuando ya tomaba fotos de sus vecinos en Ciudadela, se inició en el oficio como ayudante de un fotógrafo de casamientos, retratos y sociales en el barrio de Flores. El capítulo decisivo de su formación transcurrió a partir de 1963 en el estudio de Alberto Migone y Pablo Izquierdo, donde concurrían agencias importantes y grandes empresas. “Mi aprendizaje –como el de todos los de mi generación– se parecía al de los aprendices del Renacimiento. Todo venía de nuestros maestros, de los que ya habían recorrido un largo camino en la profesión”, recuerda en Material sensible.

Fadigati abre su archivo de imágenes y en el relato alterna anécdotas personales con reflexiones sobre la fotografía y sus transformaciones. Antes de la irrupción de la tecnología digital, “solo algunos fotógrafos diestros en la magia del cuarto oscuro” conocían las técnicas de laboratorio más complicadas y las estrategias para realzar las imágenes que valoraba la publicidad. Entre los trucos que revela se encuentran el uso de dobles para componer personajes y de cintas para realzar los pechos en los desnudos de mujeres. 

En el capítulo inicial de Material sensible, Fadigati reconstruye la creación de la imagen de una marca de chocolate. La misión consistía en obtener algo imposible por las leyes de la física: el efecto de salpicado de un objeto en el instante de sumergirse en un líquido, para el caso el de una frutilla en chocolate que debió ser simulado en pintura látex. Fue una de las primeras gigantografías que se apreciaron en Buenos Aires, cuando no había noticias del Photoshop.

Jorge Romero Brest, Marta Minujín y la movida del Di Tella, el B.A. Rock, Egle Martin para el almanaque de una marca de neumáticos, Ante Garmaz y sus modelos en desfiles de moda, entre otros, posaron ante la cámara de Fadigati. “La fotografía pasó de ser principalmente documentalista de la vida social, familiar, civil o bélica, a convertirse en un modo de interpretar la vida cotidiana de las personas –afirma, a propósito de los cambios en los años 70–. La publicidad se apropió de ella. La imagen fotográfica pasó de ser ilustradora a comunicar en sí misma”.

Entre esas transformaciones, la producción de Fadigati coincidió con la eclosión de la gastronomía. Trabajó con Gato Dumas –“sacó al cocinero de la cocina y lo expuso dignamente, una figura que hasta ese momento no gozaba de ningún prestigio”– y con Ramiro Rodríguez Pardo, entre otros chefs, registró pubs y restaurantes pioneros como Drugstore, La Chimére y Clark’s y durante doce años hizo la fotografía de tapa de Cuisine & Vins, la revista de Miguel Brascó y Lucila Goto.

En sus trabajos para Status, la “revista masculina” dirigida por Brascó, fotografió a personalidades y políticos y enfrentó un nuevo desafío: realizar fotografía erótica en tiempos de la dictadura militar. “No se podía publicar un desnudo total, porque lo censuraban. Los desnudos eran más bien sugestivos, porque no se tenía que ver nada”, recuerda Fadigati.

Fue otra especialidad: “Me gustaban las fotografías de desnudos y tenía buena relación con las modelos que concurrían al estudio. Entonces les preguntaba si querían posar y no perdía oportunidad de fotografiar a aquellas que accedían. Así llegué a tener en stock cantidad de imágenes de desnudos. Se dio la oportunidad de venderlas en el exterior por intermedio de un amigo que hacía comerciales y viajaba seguido a Centroamérica donde este tipo de fotos con las bellas mujeres argentinas estaban bien cotizadas”.

Los programas y aplicaciones disponibles hasta en la web resuelven hoy lo que antes exigía años de trabajo y conocimientos sobre químicos, procesos, tipos de papeles, ampliadoras y lentes. Ante la novedad, sin embargo, “es cierto lo que decía Cortázar”: el encanto de la fotografía consiste en lo que aparece inesperadamente y para capturarlo se necesita el ojo capaz de presentir lo insólito.

La tecnología tampoco resuelve el asunto. “Los fotógrafos profesionales actualmente se enfrentan a nuevos desafíos impuestos por un mercado que exige más y más imágenes que conmuevan y sacien a ojos ávidos”, dice Fadigati. Y para demostrarlo saca de la galera otra imagen imposible, la del corcho disparado por el espumante y el splash del líquido cerca del pico de la botella. “No hay ojo humano que pueda observar ese instante”, pero existen fotógrafos capaces de crear la ilusión.