En 1984, cuando
David Leavitt era todavía un estudiante de literatura en la Universidad de Yale,
se publicó su primera colección de cuentos titulada
Baile en familia
(Anagrama). Al año siguiente, el libro fue nominado para el premio PEN/Faulkner que,
junto con el premio Pulitzer, son los máximos galardones a los que aspiran los escritores
norteamericanos dentro de su país.
Leavitt, a los veinticuatro años, se hizo famoso. Luego publicó su segunda
colección de cuentos, a la cual le siguieron novelas y libros de no ficción. Como dijo Russell
Banks, “cuando un escritor se hace famoso siendo demasiado joven el problema es que, en algún
momento, fracasa en público”. Además, lleva consigo el peso de tener que superar a aquel
muchacho que vivió su momento de gloria.
David tuvo su traspié público cuando se retiró de la venta su libro
Cuando Inglaterra duerme (1993), porque Sir Stephen Spender lo demandó por plagiar su
autobiografía. Leavitt escribió una nouvelle sobre el desafortunado episodio, que forma
parte del excelente libro Arkansas.
Sin embargo,
nada de esto impidió que la novela volviera a las librerías y que sea considerada su mejor
obra literaria. Situada en la década del 30 en Inglaterra, es la historia del romance
entre un joven escritor británico aristocrático que cree que, con el tiempo, superará su
homosexualidad y un empleado de clase baja idealista y sensible que es miembro del Partido
Comunista.
En ese momento, David Leavitt y su compañero Mark Mitchell, coautor de
Placeres italianos y
Vida y una casa en el sur de Toscana, emigraron a Italia. Cuando
llevaban diez años residiendo en Europa, a Leavitt le ofrecieron el cargo de profesor en el
departamento de literatura creativa de la Universidad de Florida. Así es como volvieron,
hace seis años, a su país natal.
Llegar a Gainesville, la pequeña ciudad en el norte del estado de Florida donde reside
Leavitt no es una tarea sencilla. En varias zonas de los Estados Unidos la gente de clase media
viaja o en su propio auto o en avión. Tomar un micro no tiene el romanticismo que se ve en las
películas. Los ómnibus Greyhound no funcionan. Allí van delincuentes, inmigrantes ilegales y alguna
gente paupérrima. La empresa especula con que los pasajeros no se van a quejar: prefieren
mantenerse en el anonimato.
A raíz de las demoras en salir, de que el micro se descompuso por el camino y de que todos
los pasajeros tuvimos que repartirnos en otros transportes, la entrevista no pudo realizarse a la
hora pactada. Leavitt llegó, preocupado, a la terminal. “Tendría que haberte avisado”,
dice, “en los Estados Unidos no se puede viajar en micros de larga distancia. No cumplen
horarios. Y no me sorprende que se haya roto. Hace muchos años los tomaba, por eso conozco el tema,
pero hace mucho tiempo que ya no”.
La conversación tuvo lugar, entonces, en el auto de Leavitt, en el lobby del hotel y, a la
mañana siguiente, en el café favorito del escritor.
Leavitt es amable y le agrada hacer de guía turístico. Luego de pasear por la
universidad, vamos al bar donde desayuna casi todos los días. Él y los demás profesores de
escritura se encuentran en pleno debate respecto de las admisiones de estudiantes para el próximo
año. “Hay algo que veo en alumnos que vienen de otras universidades y también en la
nuestra”, afirma. “Sus cuentos están muy bien escritos y armados, pero se los siente
vacíos en un sentido fundamental. Creo que el problema es que muchos de estos chicos nunca han
escrito por voluntad propia o por el mero deseo de hacerlo. No solamente escriben como parte de sus
tareas; sino que, además, siempre han asistido a talleres literarios. Hay un chiste que circula y
es que el tema para un cuento sale de una máquina expendedora. Entonces, por ejemplo, opción 3 es
chico autista, opción 4 es esposa infeliz y aburrida”.
Continúa reflexionando mientras apoya la bandeja con los cafés y unas enormes medialunas
caseras sobre la mesa. Allí todo es auto servicio: “Tengo bastante ambivalencia respecto del
proceso de aprendizaje, lo veo algo artificial. Enseño de una forma poco convencional, intento que
los alumnos no escriban para un público sino que lo hagan acerca de lo que les interesa. Algunos
son fantásticos, entienden enseguida. Esta tarde dicto uno de los talleres. Se lee un cuento, que
los demás también han leído. Luego comienza un debate. Cuando hay un escritor con fuerza narrativa
y original, puede resultar una gran ayuda”.
Consultado acerca de la edad de los estudiantes, contesta: “Son alumnos graduados,
cursan un master. Yo hice solamente una licenciatura. En ese momento, hace veintitrés años, no
existía la idea de que si alguien quería ser escritor debía seguir un posgrado. Asistí a talleres
literarios con profesores excéntricos como Gordon Lish y Michael Maloney. Ahora, prácticamente todo
aspirante a escritor continúa con estudios de posgrado. Se convirtió en una carrera, para conseguir
un trabajo de profesor hay que tener una maestría en arte. En cierto sentido, el novelista está
comenzando a formar parte de la vida académica”.
Leavitt es un escritor prolífico, lleva unos veinte libros publicados: “Acabo
de terminar una novela”, cuenta, “se publicará en septiembre, el título es
The Indian Clerk (El empleado hindú)”. Dice que al escribir el libro de no ficción
sobre el matemático Alan Turning, titulado
Alan Turning y la invención de la computadora, para su sorpresa quedó totalmente fascinado
con el tema. Fue entonces cuando dio con el material que luego llevó a la ficción. “La novela
está basada en la historia real de un matemático hindú llamado Srinivasa Ramanujan, un autodidacta
brillante. En 1913 lo descubrió G.H. Hardy, un excéntrico y carismático profesor de Cambridge, otro
gran matemático. Llevó a Ramanujan a Inglaterra en 1914, en los albores de la Primera Guerra
Mundial, quien terminó permaneciendo allí a lo largo el conflicto bélico. La historia trata acerca
de la relación entre ellos”.
“Ramanujan envió cartas similares a otros matemáticos”, aclara. “Los demás
lo ignoraron. Parecía un poco lunático, pero Hardy reconoció el genio. Ahora Ramanujan es
considerado uno de los matemáticos más importantes del siglo XX. Murió a los treinta años justo al
volver a la India. El motivo de su muerte no está muy claro, el diagnóstico oficial fue
tuberculosis, pero parece que padeció alguna otra enfermedad. Su salud fue decayendo durante el
tiempo que pasó en Inglaterra, se trató de una experiencia bastante desgraciada. La novela está
narrada en tercera persona, aunque hay algunas partes en primera. Aparece una conferencia
imaginaria que dio Hardy en 1937 en Harvard sobre Ramanujan. Lo que escribí es la conferencia que
hubiera dado si hubiera contado la verdad. Creo que él se sentía bastante responsable por la muerte
prematura de Ramanujan, pero es algo de lo que no hablaba”.
Cuenta, maravillado, con los ojos azules bien abiertos detrás de los anteojos, que
fue a la India por un mes. Estuvo en Bombay y en Madras, donde nació Ramanujan.
“Hardy era ateo y Ramanujan era un devoto hinduista, inclusive sostenía que varios de sus
descubrimientos se los había dictado una diosa. Para Hardy era muy difícil aceptar que Ramanujan
verdaderamente creyera en este tipo de revelaciones. De acuerdo con sus colegas, Hardy era gay. No
me gusta usar esta palabra para la década del veinte, más bien decían que era un homosexual no
practicante, no creo que eso fuera cierto. Uno de los ángulos que me interesó de esta historia es
que Hardy, no voy a decir que estaba enamorado, pero está claro que tenía un fuerte impulso por
salvar a Ramanujan. Además, era miembro de los ‘Apóstoles’, una sociedad secreta de
Cambridge junto con E.M. Forster, Lytton Stratchey y Bertrand Russell. Todos aparecen en la
novela”. Respecto del hindú agrega lo siguiente: “Ramanujan es enigmático, decidí no
entrar en su punto de vista. Dejé que fuera ese personaje misterioso y exótico en el que todos
estos británicos se interesan”.
A Leavitt le fascina la investigación, afirma que ése es uno de los motivos por los
cuales le gusta ambientar sus novelas en el pasado. Vestido con jeans, una remera y un buzo,
parecería un estudiante algo desalineado si no fuera porque su cara y la escasez de pelo denotan
los cuarenta y seis años que tiene: “Hice bastante investigación antes de empezar y seguí a
medida que avanzaba con la novela. Quise que fuera lo más precisa posible. Escribí una nota de unas
quince páginas al final del libro donde cuento acerca de esto. Fui a Cambridge; sin embargo, todo
se ha facilitado con Internet. Te doy un ejemplo: necesitaba aclarar una pregunta inquietante
acerca de si Hardy había sido voluntario en la Primera Guerra Mundial o no. Era pacifista, pero
había distintas versiones. Algunos decían que se negó; otros, que no le permitieron enrolarse por
mala salud. Descubrí en la red unas cartas entre Hardy y Bertrand Russell sobre el tema. Escribí al
archivo de Bertrand Russell y me las enviaron. La biblioteca de nuestra universidad está suscripta
a una gran cantidad de bases de datos, como la del diario Times de Londres. En ese sentido ser
profesor es una suerte, los abonos mensuales son muy caros”.
David interrumpe la conversación, pasa por la calle un hombre vestido con ropa de mujer, lo
señala y susurra: “Estamos todos intrigados con este hombre, no parece estar haciendo un
cambio de sexo, a pesar de la vestimenta. Gainesville está lleno de gente extraña. Todavía quedan
hippies de la década del setenta”.
Ya que cambió de tema, pide hacer un paréntesis y pregunta por Buenos Aires. Hoy en día, todo
americano de cierto nivel de educación que se precie de conocer el mundo estuvo en Buenos Aires, o
quiere venir o ya se compró un departamento aquí. Leavitt, aunque nunca visitó esta ciudad, sabe
los nombres de varios barrios porteños. “Como vivimos tanto tiempo en Italia y vendimos la
casa que teníamos en el sur de Toscana, siempre estamos pensando en comprar un departamento en
algún otro sitio que nos guste. Miramos muchos sitios en Internet donde se ven edificios antiguos
de Buenos Aires que parecen extraordinarios. De todas formas, es más bien un juego, no creo que lo
hagamos”. Lo comenta con cierta culpa, dado que reconoce que lo que están haciendo sus
compatriotas es aprovecharse de la diferencia cambiaria.
“Escribo mucho”, admite, “estoy tratando de tomarme un respiro. Esta última
novela me llevó tres años y es larga, al menos para mí. Fue una experiencia muy intensa. Es un
placer no estar escribiendo por un tiempo, solamente vivir”.
Entonces habla de sus lecturas favoritas: “Paso por períodos en los que leo a un
escritor con un increíble entusiasmo. Algunos fueron Graham Greene, Vladimir Nabokov y Collette.
Ahora es Olivia Manning, una autora inglesa cuya mejor obra es La trilogía de los Balcanes una
serie de novelas situadas en los Balcanes durante la Segunda Guerra Mundial. Tratan acerca de una
pareja que, por una cantidad de circunstancias, termina en esa zona. No es una novelista muy
conocida, sin embargo es excelente”.
Pero parece que no puede dejar el vicio y confiesa con una sonrisa: “Ahora estoy en
otra aventura. No sé cómo empecé a interesarme en esto: los inmigrantes rusos en París en la década
del veinte, justo después de la revolución. París recién se convirtió en un gran centro de rusos
emigrados un poco después. Había un famoso café donde se juntaban”.
“Quiero escribirlo desde la perspectiva de un extranjero. Creo que el protagonista de
la novela va a ser un americano residente en París en aquella época. Una de las cosas que me
fascinan de Francia es que en su cultura se ven los inicios de Internet. No en términos de las
computadoras sino de los sistemas de comunicación masiva. Hacia fines del siglo XIX tenían el petit
bleu, que era una serie de tubos a través de los cuales se podían enviar cartas. Luego el Minitel
que también fue un precursor”.
Parece, entonces, que seguirán llegando nuevas novelas de Leavitt.
Para aspirantes a escritores
David Leavitt les recomienda a sus alumnos distintos autores. Algunos funcionan y otros no.
“Los hago leer muchas novelas breves”, afirma “quiero que vean cómo hacer para
pasar de escribir cuentos a novelas. Hoy vamos a hablar sobre Las abuelas de Glenway Wescott. Es
una obra maestra pero de muy pocas páginas, justo en el borde de lo que se podría considerar una
novela”.
También les sugiere que lean Mashenka, la primera novela de Nabokov, porque quiere que vean
que este autor, alguna vez, fue joven. “Penélope Fitzgerald tiene varias novelas que me
encantan”, continúa. “Algunos de los maestros del relato que enseño constantemente son
los grandes cuentistas norteamericanos John Cheever, Flannery O’Connor y Grace Paley. Otro
libro de cuentos muy bueno es El hijo de Jesús, de Dennis Johnson. Muriel Spark está en el
programa, también un escritor holandés Willem Elsschot, autor de Villa des Roses. Se hizo una
película espantosa basada en esa novela. Ese es un problema, cada vez que les recomiendo The End of
the Affair de Graham Greene, alguien me dice que vio la película con Julianne Moore, pésima
también. Es difícil explicarles que escribir ficción no tiene nada que ver con escribir para
películas. Todos los alumnos, en especial los de los primeros años, pertenecen a una cultura muy
visual”.
Para aspirantes a escritores
La tiranía de las grandes editoriales que, a su vez, pertenecen a gigantes empresas
multimedia norteamericanas o europeas, ha condenado a la literatura a ser un hijo bastardo.
Históricamente, los resultados comerciales de la venta de novelas han sido, como mínimo, inciertos.
Así es como autores de renombre hace una década son hoy rechazados por poco rentables.
A raíz este fenómeno, el de que tantos autores quedaron sin editor, comenzó otro: el de las
pequeñas y medianas editoriales emergentes. En definitiva, un autor con pocos lectores pero fieles,
siempre va a dar alguna ganancia. Así lo pensaron algunos emprendedores. Por otro lado, las
universidades, cuyas cátedras de literatura creativa las vuelven famosas, también se llevan una
parte de aquello que rechazan las editoriales.
Así es como surgen nuevas revistas literarias donde aparecen trabajos de excelentes poetas,
novelistas, cuentistas y ensayistas. En 2006 comenzó a publicarse la revista literaria Subtropics,
con el subsidio, entre otros, de la Universidad de Florida. El editor es el propio Leavitt.
Publican poesía y prosa de autores que escriben originalmente en inglés, y dos o tres textos en
traducción por número.
En el próximo número saldrá un cuento de una escritora rusa llamada Olga Slavnikova. Otros
colaboradores son: Harold Bloom, Ariel Dorfman, Joanna Scott, Lucia Perillo, y también se incluyen
textos de autores tales como Jaques Prevert o la poeta rumana Mariana Marin.