El lenguaje es dinámico, transforma a las personas en un intercambio que hace a lo social un rico magma de la comunicación, el arte y el conocimiento. La historia humana está inmersa en esa dinámica de las palabras que, con las actuales herramientas de intercambio, desplazan el tiempo, lo aceleran, apropiándose de los espacios de discusión y reflexión. Los estudios filológicos en nuestra lengua muestran, por ejemplo, que en el siglo XIV se incorporaron por el uso más de 600 neologismos, entre ellos: científico, imprenta y renglón. Estos términos serán claves, más allá de la materialidad que designan, para la difusión de la palabra escrita. Pero las palabras también valen más allá de su objeto y pueden adquirir otros significados, como es el caso del término “bruja”, que en determinado momento equivalía a una muerte segura tras una terrible tortura. Algo similar a lo que pasó en este país con la denominación “subversivo”, o con la palabra “jude” en Alemania a partir del año 1933. Y las grandes crisis, o los eventos singulares, cuantiosos, fueron responsables de la incorporación de nuevos términos al habla global como talibán, atentado suicida, Scud, ántrax. Como entre nosotros, argentinos, lo fueron Exocet y gurka.
En este contexto de inestabilidad emocional (incertidumbre, miedo, angustia), y retiro físico forzoso, la diversidad lingüística adquiere nuevos vocablos, por la inmediatez de la intoxicación viral, por el estado de excepción reinante en casi todo el planeta. De hecho, llama la atención que el pasado jueves, la Real Academia Española realizara una reunión virtual presidida por los reyes y donde participaron, entre otros, Luis Goytisolo, Arturo Pérez-Reverte y Mario Vargas Llosa. Dentro del temario se destacan la definición de ciertas palabras y la incorporación de neologismos, vale decir se observaron términos como confinar, morgue, coronavirus, cuarentenar o videollamada. El contexto en que esta reunión se realiza es un tanto macabro: la situación sanitaria española hace pensar más si en un futuro existirán suficientes hablantes para acatar las normativas del lenguaje que emita la RAE que en la buena salud de las palabras a incorporar. Cabe recordar aquí la hilarante intervención de Roberto Fontanarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua realizado en Rosario (2004), sobre la buena salud de las malas palabras.
De hecho, las palabras se utilizan, circulan, toman vida en el habla cotidiana de todas las personas, en todo el mundo, sin importar aprobación de autoridad alguna. Por ejemplo, la plataforma de aprendizaje de idiomas Babbel.com, difundió una información de prensa donde destaca el uso de nuevos términos referidos a la pandemia y vinculados a su significado social. On-nomi, en japonés, es el término impuesto en dicha lengua y que designa al “beber online” durante una videollamada: si no hay bar, hacemos el bar virtual. Hamsterkauf, en alemán, refiere a la compra compulsiva dejando vacíos los estantes de los supermercados: hámster (por el roedor) y kauf (compra), dan noción de la metáfora sobre el hámster que acumula comida en sus mofletes para todo el invierno. Coronials, en inglés, refiere a los que nacerán luego de este período de confinamiento, porque se estima un baby boom similar al de la década de 1950. Covidiot / Covidiota, en inglés y portugués, no necesita mucha traducción: designa a quienes no acatan las normas de prevención ante la pandemia. Mientras que en nuestra lengua, infodemia es el término utilizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para referirse a la invasión de noticias maliciosas o falsas, que aumentan el pánico, alimentan la angustia o promueven conductas incorrectas.
Uso, abuso, disidencia y sospecha, son los términos que de manera subterránea recorren los discursos sociales e individuales. También las comunicaciones oficiales muestran fallas que, de ser tomadas al pie de la letra como si las palabras tuvieran un nivel de verdad incuestionable, pueden ocasionar el riesgo sanitario de miles de adultos mayores en interminables colas bancarias o cientos de intoxicados por consumo de detergente para erradicar el COVID-19. En este último caso, el covidiot es el emisor y no el destinatario del mensaje. Pero todo el andamiaje discursivo en torno a los nuevos glosarios, como siempre, choca con lo real. Y el ejemplo es reciente, también preocupante. Ayer, en nombre de la palabra “libertad”, un nutrido grupo de hombres armados ocupó la legislatura del estado de Michigan, Estados Unidos, mientras sus diputados debatían la extensión del confinamiento; es un suceso comparable a lo que ocurrió el 23 de febrero de 1981, cuando Antonio Tejero tomó por asalto el Congreso de Diputados de España. Ante esto, ¿de qué manera revisamos el significado de la palabra libertad para actualizar su uso? ¿Estamos a tiempo o ya perdimos noción de lo que representaba?