Nunca se sabe muy bien por qué se producen las revueltas sociales, o las rebeliones. Se trata de fenómenos en los que suele aplicar una de las definiciones que da Žižek de “acontecimiento”: son “efectos que exceden sus causas”, irrupciones que nadie espera, y cuyo factor de contingencia es todavía mayor cuando la chispa no procede de los lugares esperables, como fue el caso del Mayo Francés, tal vez el mayor movimiento antiautoritario de la segunda parte del siglo XX, y del que ahora se cumple medio siglo.
En ese momento, y ante la perplejidad del Partido Comunista y del sindicalismo, la chispa fue una protesta estudiantil en la universidad de Nanterre. Algunos estudiantes protestaban contra la detención de uno de sus compañeros en el contexto de una manifestación, pero inmediatamente los reclamos se ramificaron de una forma casi rizomática y se empezó a cuestionar todo principio de autoridad. “La imaginación al poder”, decía uno de los graffitis que mejor resume el espíritu de la revuelta.
Después se añadieron reclamos laborales más concretos. Frente a la represión, los sindicatos se unieron a las protestas y fueron a una huelga que duró treinta días. En ese lapso se tomaron fábricas y universidades; en la calle se hacían barricadas, se arrojaban adoquines y se incendiaban autos.
Tomás Abraham, con quien dialogamos, había llegado a París un año antes y en ese momento estaba en La Sorbona cursando sociología, una carrera cuya currícula le parecía “lamentable” y “provinciana”.
—En Argentina había marxismo, que era vanguardia, y había también sociología norteamericana. En Francia no había ni marxismo ni sociología norteamericana, ni alemana. Todo era muy clásico, muy aburrido, con profesores realmente vetustos. La introducción a la filosofía se llamaba “Cómo se comprueba la existencia de Dios en la actualidad”. Te imaginás, ¿llegar a la Francia de Sartre y encontrarme con eso? Era una sociedad conservadora, en blanco y negro, con una ciudad gris y un estudiantado aburrido.
—Hasta que de pronto todo cambió...
—En mayo del 68, digamos el 2 de mayo del 68 era igual que octubre del 67. No pasaba absolutamente nada en la universidad. Y un día que yo voy a La Sorbonne, que queda en el Barrio Latino, orillando el Boulevard San Michelle, hay un piquete. Un grupo, un círculo de gente sentada y un tipo hablando.
—¿No sabías por qué estaban protestando?
—No, no. Voy caminando y me acerco allá, y veo que es un grupo de estudiantes y hay un tipo hablando con una oratoria muy encendida, muy rebelde. Bueno, era Cohn-Bendit. Pero yo no sabía que era Cohn-Bendit. Me llamó muchísimo la atención el desparpajo, la irreverencia, porque en ese momento cruzaba un poeta, un novelista que tenía sus bronces, que era Aragón, que estaba con una melena blanca y una carpeta negra del Partido Comunista, y este pendejo le grita: “¡Eh, vos, Aragón!, ¿estás muy apurado? ¿Podés perder un poquito de tiempo o te espera el Comintern?”. Ese tuteo fue la mecha que hizo explotar todo. Me llamó mucho la atención porque la juventud francesa era muy formal, muy aparato: todos se paraban derechitos y se decían ‘usted’, por supuesto.
—¿Y en ese momento qué te ocurre con el discurso de Daniel Cohn-Bendit?
—De entrada me cayó bien. Era un orador brillante. Pero después seguí de largo porque tenía un curso. Bueno, al día siguiente, o dos días después, no me acuerdo, hay un quilombo. Esta gente, con Cohn-Bendit y algún otro movimiento, deciden ocupar La Sorbonne. Yo vivía muy cerca, a unas diez cuadras del Barrio Latino. La rebelión estudiantil empieza ahí. La policía quiere desalojar y se prende una mecha que no tiene fin. Pero lo más novedoso de todo eso no es la rebelión estudiantil, que la hubo también en otros lugares, sino que hubo una huelga general de treinta días, es decir, se dejó de laburar durante un mes. Imaginate vos que todo el mundo deje de laburar un mes en Buenos Aires. Acá en Buenos Aires no queda uno vivo: la gente aprovecha la energía para reventar al vecino. Bueno, ahí no: se hizo una fiesta.
—Acá al poco tiempo tuvimos el Cordobazo...
—Acá todo termina en un quilombo. Eso fue una fiesta. El tuteo se universalizó. Los alumnos le decían a los profesores: “Esperá, no sigas. ¿Sabés qué? Esto nos importa un carajo. Lo que estás diciendo nos importa un carajo. No sirve para nada. O cambiás de tema o te vas”. En cuestión de horas se dio un cambio extraordinario.
—¿Y vos cómo lo viviste?
—Hice barricadas, tiré algún adoquín, estuve en medio de gases. Yo tenía un departamento compartido con amigos en una planta baja y lo hicimos enfermería. Todo fue en unos días. Después empezó un reflujo. Me fui a Suecia un fin de semana, volví.
—¿Por algún motivo?
—Sí, porque se recibía de bachiller un amigo sueco. Fui, volví y después empezó el reflujo. Las cosas se fueron poniendo en orden. El gobierno creó la universidad de Vince-nnes. Yo seguí en la Sorbonne, pero le agregué filosofía en Vincennes. El director del departamento era Foucault. Yo no lo sabía, pero sabía que los althusserianos iban a ir ahí, entonces hice mis cursos en Vincennes y, claro, si comparo La Sorbona a la que entré con lo que era Vincennes, ¿cómo te puedo decir? Era como entrar a un monasterio trapense, eso era La Sorbona, y después a un hospicio. Vincennes era el Borda. Ahí estaban los genios y los locos. Faltaba el Marqués de Sade nada más. Ahí conocí a estos enormes profesores y a Foucault, en un ambiente delirante donde los más conservadores eran los trotskos.
—¿Y a Foucault cómo lo trataban?
—A Foucault lo trataban bien porque era muy vivo: Foucault estaba de acuerdo con todos. Por eso era el director del departamento. Le parecía fenómeno todo.
—Hay un grafitti, dirigido a él y a los estructuralistas, que después se hizo bastante célebre: “Las estructuras no salen a la calle”.
—Alguien dijo eso, sí. Pero él estaba de muy buen humor. A mí me encantó eso. Que estuviera de tan buen humor en medio de asambleas donde lo único que faltaba era que la gente cogiera. Estaba de muy buen humor, le daba la palabra a todo el mundo y después se iba a la mierda. Y al año y medio se fue al carajo. Dijo: yo ya de locos escribí bastante, y se fue a dar sus cursos al College de France, amparado por toda una estructura piramidal, casi monárquica. Pero todo esto tuvo sus consecuencias en el terreno teórico.
—Claro, el estructuralismo empieza a resquebrajarse.
—Se va a la mierda. Se terminó la época del saber epistemológico y empezó esta gran palabra, que es el “poder”. Todos empezaron con el poder. Foucault, Microfísica del poder, Vigilar y castigar, La verdad y las formas jurídicas; Deleuze, el poder y el deseo...
—Se empieza a consolidar el “postestructuralismo”...
—Mirá, qué sé yo. Si querés llamarlo postestructuralismo llamalo así. En todo caso, el poder era el tema, el poder y el deseo, mientras que antes había sido la palabra y la ley, la ley en el sentido lingüístico, pero se le escapó a la lingüística.
—¿Y la figura de Sartre?
—La figura de Sartre fue un símbolo del Mayo Francés porque al viejo, que no le daba pelota a nadie, lo sacaron de su casa y lo llevaron a una de esas asambleas enormes que se hacían en el anfiteatro de La Sorbonne. Antes de hablar le pusieron un papelito: “Sé breve”. Después Sartre se acopló a las derivaciones con los grupos maoístas, que eran los más fachos de todos. El fascismo rojo.
—Pero la figura de Sartre ahí se engrandece un poco, no?
—Bueno, él sale a la calle con el megáfono. Iba a las fábricas con los maoístas, lo llevaban de un lado a otro, pero no como figura filosófica. Ya no hubo vuelta a eso.
—¿Y vos qué es lo que más recordás de esa experiencia cuando la evocás?
—La alegría. Y fundamentalmente el espíritu de Cohn-Bendit. No fue una sola persona..., pero ese espíritu era el mejor. Los trostkos son los de siempre. Los chinos querían romper todo. Y éste, Cohn-Bendit, en un discurso dirigido a la nación, en cadena nacional, dijo: tenemos que interrumpir el paro nacional. ¿Qué tenemos que hacer? Volver a ocupar nuestros puestos de trabajos, en las fábricas, en las empresas, en las universidades, ¡y manejarlos nosotros! Yo dije: este tipo es un genio. Yo compro...
—Me llama la atención que vos, a cincuenta años, ves a un muchacho con alegría, tirando adoquines...
—No por los adoquines. Yo creo que hay que cuidar a la ciudad. Hoy en día diría: es un acto de vandalismo. Pero yo tomé mucho de eso. Para mí fue muy importante. Lo incorporé a mi modo de ser...
—Toda esa cosa irreverente, desacartonada, de algún modo te viene de ahí...
—Los protocolos son para tirarlos a la mierda, ¿viste? Nunca pude ser un institucionalizado. Huí de todo eso. Mi seminario de los jueves fue eso. Cualquiera podía venir, cualquiera podía decir lo que quisiera: nadie era profesor de nada. Ahora, yo tengo mi modo de ser, que es como el de Cohn-Bendit: a laburar. Porque la irreverencia sola es fácil: mandás todo a la puta que lo parió, y mirá qué irreverente... Pero eso no es irreverencia. Irreverencia sin laburo no es nada.
La agenda de los 50 años
Distintos ciclos, encuentros y muestras conmemorativas tendrán lugar en Buenos Aires durante mayo. Este miércoles, en el marco de la Feria del libro, se llevará a cabo la Mesa de debate “De la Revolución Rusa al Mayo Francés”. Con participación de Lucía Alvarez, Martín Baña y Pablo Stefanoni. A las 18.30 en la sala Adolfo Bioy Casares.
Por otro lado “Insurgencias 68” es una muestra que exhibe parte del valioso patrimonio de la Biblioteca Nacional. Entre otros documentos se destacan registros fotográficos del Archivo de Crónica sobre el Mayo Francés, la Primavera de Praga y el movimiento estudiantil mexicano, ensayos, literatura y poesía alusivas, testimonios audiovisuales y material bibliohemerográfico que permite reconstruir algunos episodios fundamentales como Experiencias 68 en el Instituto Di Tella y la toma de la Casa Argentina en París. A partir del martes 22.
En la Alianza Francesa se desarrollará el ciclo “El Mayo Francés en Argentina, influencias y consecuencias”. Con conferencias y proyecciones audiovisuales. Del lunes 14 al miércoles 23.