CULTURA
LA HORA DEL DISFRUTRE

El ocio y la literatura

Una sólida relación de pareja.

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El ocio es masculino. Aunque también el trabajo lo es. Y el libro. Cosas de hombres. Sin embargo, la palabra y la escritura y la lectura no lo son. Tampoco la literatura. Para cualquier diccionario castellano, estas últimas cuatro cuestiones resultan bien femeninas. Cosas de mujeres. Así de discriminadora o de amorosa es nuestra lengua. Diseñada por varones muy varones, daría la impresión de que la distribución genérica de las cosas que pululan en el mundo obedece, por un lado, a cierta ley de apropiación de aquello que esos varones han considerado fundamental y, por el otro lado, a una galante caballerosidad hacia lo que esos mismos varones han amado o aman. Un ejemplo muy nítido de lo que acabo de exponer: el fútbol es masculino, y si bien en España se dice balón, el amor histórico que hemos sabido profesarle los muy varones del Río de la Plata, hace que aquí, casi cariñosamente, llamemos pelota al mismo objeto redondo al que dentro de una cancha los varones perseguimos sin descanso, tanto acá como en la península.

El ocio se lleva muy bien con la literatura.
Ambas palabras han sabido construir una sólida relación de pareja, perdurable a través de los siglos.
Ese tiempo absolutamente libre que comienza en el preciso instante en que uno ha dejado de trabajar, encontró en los libros de ficción, desde siempre, un espacio en donde entretenerse o distraerse o maravillarse o, incluso, formarse, educarse. Porque el ocio, muy a pesar de alguna desagradable acepción que viene en los diccionarios, nunca ha sido un tiempo de inacción, de vagancia, de holgazanería. No. El ocio es otra manera de actuar en el mundo. Un modo libérrimo de conocerlo, de estar en él, de ser con él cuando nuestras necesidades básicas ya fueron satisfechas. No nos diferenciamos demasiado de nuestros compañeros de trabajo mientras compartimos el mismo horario dentro de la oficina. Empezamos a ser otros distintos de ellos, justo a partir de decidir qué hacer con nuestro tiempo libre. Con nuestro ocio. Es más, esa diferencia puede, en casos extremos, manifestarse ontológicamente: hay gente que en el fondo no desea esa libertad o no la necesita o no sabe muy bien qué hacer con ella, una vez que la ha conseguido.

Es cierto que los tiempos han cambiado. La industria del entretenimiento, del ocio, es hoy majestuosa, repleta de variantes más atrayentes que los libros. El asunto resultaba bastante más fácil antes, cuando la literatura no tenía competencia: constituía una suerte de monopolio dentro de las posibilidades de distracción humana. Aquel tiempo en que no había cines ni radios ni televisores ni computadoras. Por eso, en algún sentido, es que quizá los libros parezcan artefactos del pasado: sin imágenes, en blanco y negro, llenos de letras que, encima, hay que tomarse el trabajo de leer en soledad. Sin embargo, lo cierto es que todavía no se ha inventado ningún aparato que resista con tanta hidalguía, hasta con entusiasmo, el mal trato de la salada agua del mar o el vuelo de la arena en una playa cualquiera. Disfrutemos, entonces, de los últimos veranos que nos brinda la modernidad para acarrear sin vergüenza estos antiquísimos artefactos.

Y ya que está, se me ocurre, podríamos incluso aprovechar para doblar la apuesta: está claro que no todo lo que viene bajo la aburrida y tradicional forma rectangular del libro es literatura, entonces, por qué no animarse a tomar el sol o unos mates a la sombra de alguna conífera, acompañados de un texto que valga la pena. Por supuesto, el modo de descubrir lo que realmente vale la pena es arduo. Sentimos esa incomodidad apenas ingresar dentro de uno de esos espacios atestados de antigüedades que dan en llamarse librerías. Muy complicado, el asunto. Pero uno puede pedir el consejo de un vendedor o al menos alejarse de las mesas que ocupan el sitio central del lugar, cerrar los ojos, y elegir uno al azar, invocando la protección de todos los dioses lectores. Aunque sepamos que muy pocas son las eternidades que nos permite el ser humanos, me parece que valdría la pena hacer algún esfuerzo por permitir que esa sólida relación de pareja que supieron construir, a través de los siglos, el ocio y la literatura, no entre en crisis, así porque sí, a partir de nuestra desidia contemporánea. Todavía quedan muchos buenos libros en las librerías. Libros que, paradójicamente, casi siempre son los más baratos que podemos encontrar en el lugar. Y baratos, permítaseme agregar, para terminar, aunque se trate también de una palabra masculina, al menos es plural.

* Escritor. Licenciado en Letras y docente. Algunos de sus libros publicados son: Países bajos, Mitre, Una lectura del Quijote, Papá y La patria.