Los poetas son entidades ortopédicas, no en el sentido surrealista que se valió de esa imagen: de cada poeta podemos tomar o usar partes. Despresarlos.
Se requiere distintas poéticas según ciertas necedades, vitaminas, ciclos: la técnica de A pero no sus imágenes; el aliento de B pero no su técnica; el contenido de éste, el oído de aquél. Frankenstein que armamos pidiendo al carnicero tantos kilos de esto o aquello, el riñón de ése, los ojos de ésa. Por eso es absurda la idea de poeta único, por la necesidad cambiante de ciertos nutrientes específicos. Algo similar postulaba la metáfora trascendentalista: Dios explotó en algún momento y somos sus pedazos, por eso somos incompletos, cojeamos; por eso también nos buscamos. Dentro de esta necesidad, Auden sacia la sed de forma, ese jugar tenis con una red al medio de la cancha, ya que sin red no es divertido.
Porque además el verso formal nos libera de las cadenas del ego, y es aquí donde Auden coincide con Valéry: una persona es poeta si su imaginación es estimulada por las dificultades inherentes a la escritura, y no si su imaginación se siente agobiada ante ellas.
Existe una excelente edición con una entrevista al hombre de las mil arrugas en el rostro y a otros poetas, realizada por Edgardo Russo, con traducción de Mirta Rosenberg. Para recordar el sabor de la perfección, releer o leer por primera vez: Law like love (“la ley es como el amor, en ambos terminamos desvalijados y llorando”) Two songs for Hedli Anderson (otro poema de amor), If I could tell you (villanela perfecta),
Embassy (un poema-película en forma de soneto, en el que en un jardín inglés de ensueño los diplomáticos discuten, mientras en otro punto del mundo los ejércitos esperan ansiosos el comunicado con el error verbal que desate la guerra), Victor (balada proletaria) y Mrs. Gee (balada protofeminista).
*Poeta y traductor chileno
