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Epoca de fantasía

Esta semana se inaugura en el Malba la muestra México Moderno. Vanguardia y revolución, que comprende una colección de 170 piezas mexicanas del período posrevolucionario, la más grande jamás presentada en el extranjero. Kahlo, Dr. Atl, Rivera y Orozco, entre otros.

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David alfaro siqueiros. Autorretrato (el coronelazo), 1945. Piroxilina sobre celotex (masonite); 91,5 x 121,6 cm. | 2017 David Alfaro Siqueiros / SOMMAP, México / SAVA, Argentina.
Si tuviera que juzgarse por los hechos en el presente, la herencia de las dos revoluciones señeras de la primera mitad del siglo XX sólo podría ser leída en el orden de la catástrofre. A medio camino entre la distopía hipercorrupta rusa y el necrocapitalismo gore articulado como política de Estado en buena parte de la república mexicana, es un hecho que los sueños de la razón y sobre todo la corrupción como forma de gobierno producen monstruos. Empero, aunque convenga ahorrarse las letanías justo es hacer lugar al examen: precisamente porque el destino de toda revolución es traicionarse envileciéndose, es perentorio entender las circunstancias y los mecanismos que alguna vez cimentaron su esplendor.

En ese sentido, que se haya reparado más en los alcances de la Revolución de Octubre y mucho menos en los de Revolución Mexicana, que la precede no sólo en casi siete años sino que inaugura el siglo con una revolución campesina, no sólo alimenta la tradición del provincianismo latinoamericano, que lee la exposición del mingitorio de Marcel Duchamp en 1917 en Nueva York como un acto de apertura hacia el siglo por venir con delay, puesto que desde 1910 Marius de Zayas, exiliado de México junto con su familia por la postura editorial de su padre ante la dictadura de Porfirio Díaz, empezó a colaborar en la mítica galería de Alfred Stieglietz conocida como 291, donde luego de una exposición de dibujos “inmorales” de Rodin seguirían subsecuentes exposiciones de Matisse, Cézanne, Braque y Picasso en 1910. La galería sería decisiva para la historia del arte moderno por la sintonía en la que se encontraba el mundo y lo mucho que le debería tanto al trabajo de Stieglietz como al de Zayas –fugitivo del porfirismo– el montaje de la escena artística neoyorquina, puesto que en ese espacio, además de considerar por primera vez la fotografía como un arte de la misma importancia que la pintura y la escultura, se dieron cita las disruptivas obras de Brancussi, Picabia, Rousseau y el mismo Duchamp en 1914, además de la presencia inaugural del arte negro en la escena americana. Esta historia está contada por el mismo de Zayas a manera de carta en Cómo, cuándo y por qué el arte moderno llegó a Nueva York, donde se informa el desembarco en la galería ubicada en la Quinta avenida de obras de Van Gogh y Modigliani y de Diego Rivera en 1916.

Hago este pequeño preámbulo debido a que, para calibrar la relevancia de la exposición que inaugura el Malba el próximo 2 de noviembre titulada México moderno. Vanguardia y revolución, es necesario estar empapado del contexto posrevolucionario que va de 1920 a 1940 y que recae en sus albores en las manos José Vasconcelos (1882-1959), un prohombre desdoblado en sedicioso, educador, filósofo, ingeniero cultural, caudillo y editor: más que hombre, animal mitológico y sin lugar a dudas el principal responsable de las relaciones fecundas entre México y Argentina y paladín de que nuestro subcontinente desastrado alguna vez haya tenido vocación universal.

La exposición que ahora se presenta, hecha con la curaduría de Victoria Giraudo por parte del Malba y Ariadna Patiño y Sharon Jazzan por parte del Munal de México, corre por cuatro ejes bien definidos que permiten tener una idea cabal no sólo del nacimiento del Estado mexicano moderno sino también una comprensión nítida de los vínculos entre vanguardia y cosmopolitismo, cultura popular y la experiencia surrealista, ideología revolucionaria y protofeminismo.

En una entrevista con la curadora Victoria Giraudo, opinó que la exposición “es algo que teníamos pendiente desde la inauguración del museo, porque la potencia de la modernidad mexicana es algo que no tienen otros países, ni Brasil ni Argentina. En ese sentido ésta es una exposición que entronca a cabalidad con la visión latinoamericanista del Malba”.

Organizada en cuatro secciones, con más de 170 obras de más de sesenta artistas, algunos de los nombres reconocidos son los del Dr. Atl, Miguel Covarrubias, María Izquierdo, Leonora Carrington, Saturnino Herrán, Agustín Lazo, Remedios Varo, Germán Cueto, Fermín Revueltas, Manuel Rodríguez Lozano, Rufino Tamayo, Adolfo Best Maugard, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Jorge González Camarena, Rosa Rolanda, Nahui Olin, Ramón Alva de la Canal, Carlos Mérida, Edward Weston, Tina Modotti y Angel Zárraga, entre otros. “La coincidencia con el Día de Muertos es más bien circunstancial; sin embargo, en esa fecha reabrirá el museo sus puertas luego de la remodelación y habrá un magno altar de muertos para conmemorar la ocasión”.

La época que ilustra la muestra es sin duda una de las más fecundas del siglo XX mexicano, no sólo porque ofrece un panorama nutrido por todo aquello que sucedió a la par del muralismo sino también por las pugnas intelectuales que habrían de darle forma a las naciones intelectuales del pasado e incluso del presente. En ese sentido son particulamente ilustrativas las piezas que aluden tanto al grupo Contemporáneos –subuyugante es el retrato de Salvador Novo a cargo de Rodríguez Lozano– como a los Estridentistas, representados tanto por las máscaras de Germán Cueto como por materiales impresos de Manuel Maple Arce, la cabeza más visible del Estridentismo, cuya guarida fue la ciudad de Xalapa y en cuya revista Irradiador Borges llegó a publicar un poema, Ciudad, y cuyo libro Andamios interiores reseñaría el argentino para Proa en 1925.

Estas visiones estéticas, el nacionalismo revolucionario y el cosmopolitismo esteticista serán las columnas paralelas sobre las que se erigirá la representación artístico-política del Estado mexicano a lo largo del siglo pasado, nacidas en un momento en que el país precisaba edificar un Estado y proyectar una idea de nación, una proeza en la que ambos grupos estuvieron comprometidos ya sea como protegidos del gobernador de Veracruz, Heriberto Jara Corona (1879-1968), en el caso de los Estridentistas o al amparo de la Secretaría de Educación Pública y la Secretaría de Relaciones Exteriores en el caso de Contemporáneos, que contaron con el apoyo del flamante Estado mexicano en distintos grados desde 1921, a través de José Vasconcelos.

Para tener una idea de lo que fue el alcance de la vanguardia estridentista –y que Noé Jitrik disecciona con microscopio en el catálogo de la muestra– es necesario tener presente que fueron ellos quienes fusionaron una vanguardia atenta a la modernidad urbana con el ideario revolucionario de la época, como puede leerse en el título de algunas obras clave del movimiento: Urbe. Super-poema bolchevique en 5 cantos (traducido al inglés por John Dos Passos con el título Metropolis); Plebe. Poesía anarquista de Germán List Arzubide o la Historia materialista del arte de Arqueles Vela.

“La modernidad en general siempre se ha asociado con Europa, con las vanguardias, con todo lo que pasa afuera –abunda Giraudo–, por ello las vanguardias latinoamericanas plantean un cambio rotundo a esa visión, puesto que si bien mucho tiempo se pensaron como copias de los modelos europeos hoy es evidente que ese modelo es un error, puesto que si por algo se definen las vanguardias en general es por sus interrelaciones y en el caso de América Latina por la mezcla y el mestizaje, lo que crea un híbrido complejo”. Y no se equivoca, puesto que si André Breton, en una frase conocida, sostuvo que México era “el lugar surrealista por excelencia” –credo en el que lo acompañó Luis Buñuel al pie de la letra– así también lo creyó Vladimir Maiayakovski: “Todo estaba al revés. Jamás había visto una tierra así y ni siquiera pensaba que existiera” (frase a la que convendría agregar esta perla: “El revolucionario mexicano es cualquiera que derroque el poder con armas en la mano, no importa de qué poder se trate”).

¿Cómo evitar una visión de “exotista” o diseñada por la Secretaría de Cultura? “No se trata de una muestra pensada for export sino de una conjunción de materiales que pueden ser conocidos en México pero que se exhiben por primera vez en nuestro país en una exposición sin precedentes, puesto que además de contar con piezas del Museo Carrillo Gil y la Fundación Blaisten, se cuenta con piezas pertenecientes al MoMA cedidas en préstamo a una institución latinoamericana: Man at the Crossroads de Diego Rivera y Fulang-Chang y yo de Frida Kahlo”, responde Giraudo.

Tema abierto sobre la representaciones de los países en contextos extranjeros pensadas para llegar a públicos masivos, resulta neurálgico tener en mente que a la par de los movimientos artísticos floreció una nutrida literatura de vanguardia, esa forma doméstica de la escultura pública disponible actualmente en buena parte del catálogo del Fondo de Cultura Económica: Leche de sueño y La trompetilla acústica de Leonora Carrington, La estatua de sal de Salvador Novo, Las semillas del tiempo de Manuel Maples Arce o Antología de la poesía mexicana moderna de Jorge Cuesta.

“La muestra también pone foco en la cultura popular, puesto que en pocos lugares como en México esa imbricación ha sido tan poderosa, difuminando algunas fronteras específicas. Por ello la recurrencia de José Guadalupe Posada y su manera particular de leer la realidad política a través de la nota roja y la presencia del método de dibujo Best Maugard, que demuestra que con base en siete líneas primarias se puede reproducir cualquier forma de la naturaleza. Hay máscaras populares, los bailes, las danzas, todo ese ecosistema folclórico tan convocante para la mirada extranjera cuando se piensa lo mexicano incluso desde su mestizaje precortesiano”, añade la curadora.

La muestra, como conviene al folclore mexicano, raya en una desmesura que la torna fascinante y justo por ello vale la pena detenerse en algunas piezas o algunos casos con bisturí, puesto que hay demasiada tela de donde cortar. A título personal, no puedo sino recomendar los volcanes de ese genial polímata que fue el Dr. Atl, conocido alguna vez como Gerrado Murillo, autor también de una novela en clave autobiográfica –posmoderna y erótica avant la lettre titulada Gentes profanas en el convento– cuya relación con Nahui Olin, conocida alguna vez como Carmen Mondragón, es uno de los hitos del anecdotario sentimental de la bohemia mexicana. Hay una foto de sus ojos como pistolas de la que resulta díficil salir impávido así como un abrazo sensual y nalgón en el que también refulge su mirada; sensación que también se experimenta con las fotografías tanto de Kati Horna como de Manuel y Lola Alvarez Bravo.

Matriz de significaciones múltiples y barrocas, México moderno puede datarse como todo aquello que sucedió a partir de 1921, año en que José Vasconcelos es nombrado secretario de Educación Pública para darle un instante de gloria al país (y de cuyas ruinas aún nos aferramos con el último dedo) y Diego Rivera vuelve a México a pedido suyo. Es también el año en que Maples Arce publica el primer manifiesto estridentista y el año de la muerte de Ramón López Velarde, fecha mítica en la que se publica Historia gráfica de la revolución del Archivo Casasola y Manuel Gamio nos lega una idea más acabada de lo que fue Teotihuacán.

Como todas las historias de lugares convulsos, las emanadas de la república mexicana oscilan desde tiempos de la conquista entre un prestigio siniestro y cierto fascinante hechizo que colinda con el espanto. Tierra de contrastes violentos como su misma geografía, si México fue la patria del surrealismo no lo fue sólo por su condición excéntrica en la historia o por su macabro pintoresquismo cotidiano: la cantinela del atraso más que una anomalía ha sido un basso osstinato. México fue ese país en el que el temple revolucionario por un instante se dio la mano con la imaginación en la aurora de un siglo nuevo que derivaría en el presente en un terror inhumano.

Por ello, además de invitar perentoriamente a visitar la exposición, cierro con unas palabras de Daniel Cossío Villegas que reflejan aquel incendio esplendoroso: “Entonces sí que hubo ambiente evangélico para enseñar a leer y escribir al prójimo; entonces sí se sentía, en el pecho y en el corazón de cada mexicano, que la acción educadora era tan apremiante y tan cristiana como saciar la sed o matar el hambre. Entonces comenzaron las primeras grandes pinturas murales, monumentos que aspiraban a fijar por siglos las angustias del país, sus problemas y sus esperanzas. Entonces se sentía fe en el libro, y en el libro de calidad perenne; y los libros se imprimieron a millares, y por millares se obsequiaron”.