CULTURA
Teoría moral

Filosofía en 3 minutos: Thomas Reid

Contemporáneo de David Hume, fue el fundador de la Escuela filosófica escocesa del sentido común.

Thomas Reid
Thomas Reid (1710-1796) alcanzó gran notoriedad en su época y posiblemente haya ejercido cierta influencia sobre el exitoso folleto “El sentido común” (1776) de uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Thomas Paine. | Cedoc Perfil Wikipedia.org

La expresión griega koinḕ aísthēsis, traducida al latín como sensus communis, es decir “sentido común”, que bien podría traducirse como “sensación común”, luego de más de dos milenios, ha padecido reveladoras modificaciones de su concepto. Desde que la utilizó por primera vez, por lo que se tiene noticia, Aristóteles en De anima, hasta el empleo actual en diversas lenguas, la noción ha pasado a significar, y hay algunas razones para ello, la facultad de juzgar de forma razonable o sensata, con “buen sentido”. En el habla cotidiana, y desde un tiempo indeterminado, no solo alude a los razonamientos sensatos y objetivos sino también a lo obvio, lo evidente en sí mismo (y que, por consiguiente, no necesita de demostración), lo generalmente aceptado como cierto e indudable. Entre lo uno y lo otro, entre la sensatez y lo patente, se sigue, hay una implicación directa, porque la evidencia irrebatible, de hecho, efectiva, demanda la prudente adecuación del juicio a lo dado con ese carácter. Por lo que carecer de sentido común equivale a negar la realidad de los hechos y, por eso mismo, pensar y actuar estúpidamente. Todo lo cual, que sin demasiados inconvenientes soporta la definición de “realismo ingenuo”, tiene una remotísima relación con el sensus communis de procedencia aristotélica y también, de modo pervertido y caricaturesco, con la filosofía moderna del sentido común.

Por empezar, en Aristóteles la expresión koinḕ aísthēsis designa un sentido especial y no particular como los otros (el oído percibe los sonidos, la vista los colores, el olfato los olores), si bien pueden combinarse unos con otros, que coordina todos los “sensibles comunes” como un sensorio sintético o un sexto sentido ubicado en el corazón. En el siglo XI el filósofo y médico persa Avicena, comentarista de la escuela aristotélica, distingue los sentidos externos de los internos, sitúa en estos el “sentido común” (recepción y unificación de las percepciones exteriores) y la imaginación (que conserva lo así obtenido) y los coloca en el cerebro. Santo Tomás de Aquino, influido por Avicena –también otros escolásticos–, ya se refiere a un sensus communis naturae, el cual extiende la aprehensión común de las percepciones en un individuo a muchos, los cuales reconocen entre sí una serie de principios racionales y prácticos que sienten como verdades evidentes. Esta concepción predomina en la filosofía, la psicología, la medicina y la estética hasta más o menos el siglo XVII. Poco después, en pleno racionalismo, Giambattista Vico defiende la idea –central en su obra Ciencia nueva (1725)– de un sensus communis diferente, de una facultad y un sentir moral y político que evoluciona en la historia y que pueden compartir, como un principio de cohesión, desde una clase o un pueblo hasta la humanidad en su conjunto.

En ese siglo, el XVIII, se constituye la primera filosofía del sentido común de la historia, la common sense philosophy de la llamada Escuela Escocesa, con la publicación de Investigación sobre la mente humana según los principios del sentido común (1764) del teólogo protestante y filósofo Thomas Reid (1710-1796), quien en su época alcanzó gran notoriedad y que posiblemente haya ejercido cierta influencia sobre el exitoso folleto El sentido común (1776) de uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Thomas Paine. Básicamente con su filosofía del sentido común, que difiere no poco del “sentido común” tal y como se lo concibe popularmente en la actualidad –mero realismo ingenuo–, Reid se enfrenta a Descartes, Malebranche y a los filósofos clásicos del empirismo británico, Locke, Berkeley y Hume (contemporáneo suyo), acusados de idealistas, escépticos, sensualistas y subjetivistas, entre otros errores que llevan a poner en duda la existencia del mundo exterior y reemplazan las cosas y los hechos reales con representaciones e ideas de estos en la mente. En su opinión, un disparate que desafía el sentido común más elemental.

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Reid nació en el pequeño poblado de Strachan, Escocia, cerca de la ciudad de Aberdeen. Su padre, el reverendo Lewis Reid, era presbiteriano y partidario de la causa whig. Tanto por parte de la familia paterna, como de su madre, Margaret Gregory, había antecedentes de intelectuales y académicos. Reid cursó sus primeros estudios en la escuela parroquial de Strachan y en 1722, a los doce años, ingresó al Marischal College de la Universidad de Aberdeen, una institución victoriana donde se graduó en 1726 y tras lo cual decidió continuar estudiar teología. En 1732 se convirtió en clérigo presbiteriano y entre 1733 y 1736 trabajó como bibliotecario en el Marischal. En este último año realizó el único viaje de su vida a Inglaterra, durante el que visitó Londres, Cambridge y Oxford. De regreso, en 1737, asumió el ministerio pastoral de New Machar, un pueblo rural cercano a Aberdeen. Tres años después se casó con su prima Elizabeth Reid. Por entonces leyó al economista y filósofo irlandés Francis Hutcheson, de poderosa influencia en la Ilustración escocesa (y en Adam Smith y los utilitaristas), y el Tratado de la naturaleza humana de Hume, que despertó los gérmenes de la filosofía del sentido común de Reid, todavía sobre la base de la doctrina moral de Hutcheson.

En 1751 ocupó el cargo de regente del prestigioso Kings College de la Universidad de Aberdeen, en el que se desempeñó hasta 1764 y en el cual, además de sus obligaciones administrativas y académicas, dictó varias materias, entre ellas filosofía moral y matemáticas. En ese colegio, fundó la Aberdeen Philosophical Society, que se reunió regularmente entre 1758 y 1773 y en la que participaron, en distintos momentos, George Campbell y James Beattie, destacados miembros de la Escuela Escocesa de filosofía del sentido común. Allí expuso los manuscritos de su An lnquiry into the Human Mind on the Principies Common Sense, luego de que un año antes, por voluntad del propio autor, llegaran a las manos de Hume a través de un profesor de Aberdeen. Se sabe que el maestro del empirismo no protestó por haber sido malinterpretado y que envió una carta levemente irónica por respuesta. También en 1764 Reid aceptó la cátedra de filosofía moral en el Old College de la Universidad de Glasgow, en sustitución de Adam Smith, donde pudo impartir clases sobre asignaturas no alejadas de sus intereses y que fueron el punto de partida de sus libros posteriores, Ensayos sobre las energías intelectuales del hombre (1785) y Ensayos sobre las energías activas del hombre (1788).

En 1774, sin embargo, pese a la fama creciente de Reid (o a causa de ella), el científico y teólogo protestante Joseph Priestley (uno de los precursores del utilitarismo), en una obra que le dedicó, lo criticó duramente por la defensa de los principios del sentido común que, para él, significaba una apología lisa y llana de los prejuicios vulgares. Reid respondió atacando ciertas ideas de Priestley en una serie de conferencias presentadas, a partir de 1777, en la Sociedad Literaria de la Universidad de Glasgow. Estas fueron sus últimas presentaciones en público. También Kant, por esa época, en los Prolegómenos (1783) cuestionó a los filósofos del sentido común por recurrir a él como un oráculo en sustitución de la inteligencia. En septiembre de 1796, cuando sus libros ejercían una enorme influencia en Gran Bretaña y Francia, Reid enfermó y murió en pocas semanas. La filosofía del sentido común de la Escuela Escocesa se disipó en el transcurso del siglo XIX, rechazada por el propio John Stuart Mill y otros, y en las primeras décadas del XX ante el surgimiento de las nuevas filosofías neokantianas, fenomenológicas, positivistas y neopositivistas, aunque al mismo tiempo –lo que no es menor– el pensamiento reidiano fue revalorizado por Charles Sanders Peirce, padre de la semiótica, y G.E. Moore, uno de los últimos filósofos del sentido común.

El interés de Peirce y Moore se explica en la medida que Reid, como ellos mismos, desarrolla una filosofía del lenguaje. A partir de esta es que se introduce en la disputa contra aquellos que juzga idealistas y escépticos, con Hume como blanco privilegiado, en defensa y elogio del sentido común. El lenguaje humano, según la doctrina de Reid, se compone de signos artificiales, que supone un contrato o acuerdo común para fijar su significado, y los signos naturales (inspirados en Berkeley) –las inflexiones de la voz, los gestos y las muecas– sobre los cuales se fundan los primeros. La humanidad tiene, por lo tanto, por naturaleza un lenguaje en común (lo mismo que las especies animales), aunque limitado a las necesidades naturales, susceptible de mejora por el complemento de signos artificiales, sobre todo en las modulaciones de la voz. La fuerza del lenguaje convencional, restringido a significar, se sustenta en el natural. Sin embargo, tanto los signos naturales como los artificiales suelen, con frecuencia, no establecer ninguna similitud o conexión necesaria con la cosa significada o expresada. La diferencia está en que los signos artificiales dependen del hábito y la costumbre, y la arbitrariedad de los naturales nace de la misma naturaleza de la mente humana.

Por otra parte, en Reid, hay varias clases de signos naturales. La primera comprende aquellos cuya relación con la cosa es por naturaleza y se descubre por la experiencia (lo que normalmente se denomina “causas”), la segunda los signos cuya conexión con el objeto se establece sin participación de la experiencia ni de razonamiento alguno (los pensamientos y deseos), la tercera incluye los que no sabemos qué significan pero que sugieren un significado por “magia natural” (la sensación, la noción y la creencia en la “dureza” o la “extensión” de los cuerpos). Este constituye el fundamento del sentido común. El mundo material, en consecuencia, no está hecho de ideas y sensaciones. El tacto indica algo externo, extenso, dotado de figura, duro o blando, no una inferencia racional, sino un principio de la naturaleza humana. La creencia instintiva en la cosa exterior – exista o no, se perciba o no, aunque es imposible una experiencia de nada – y su concepción correspondiente son, por igual, partes de esa constitución natural de los seres humanos. En ella radica la convicción universal del género humano, aun con todos los argumentos en contra, de que existe un mundo exterior y material, como un hecho y una evidencia en sí y de por sí.

Nótese, para abreviar, lo que el “sentido común” imperante no admitiría bajo ningún aspecto, que Reid –el fundador de la filosofía del sentido común– afirma que la realidad del mundo exterior es una creencia inherente o innata a la naturaleza humana, no que conforma un criterio de verdad. La razón, para Reid, posee dos niveles: el del sentido común, que determina las cosas que son autoevidentes, y el que extrae conclusiones que no son autoevidentes de aquellas autoevidentes. El sentido común, según esto, no consiste en algo puramente sensorial, y tampoco un don que posea en plenitud la totalidad de los seres humanos. Por el contrario, indica una capacidad mental que se identifica con la facultad del juicio, junto con otras (la percepción, la memoria, el entendimiento, etc.), y que existe en potencia, pero no en todos llega a madurar. El “sentido común” vulgar, como se entiende hoy en día, aferrado a lo razonable y los “hechos”, es una suerte de espejo deformante del sensus communis clásico y del concepto de Reid, quien distaba de ser un simple “realista ingenuo”. De ese “sentido común”, que se presenta como la evidencia en persona, siempre se puede decir aquello que decía Kant: se recurre a él cuando uno no puede aducir nada inteligente para justificarse.

*Doctor en filosofía, profesor de UBA y del Centro Cultural Rojas.

Su último libro es La era del kitsch (Alción Editora 2021), Segundo Premio Nacional de Ensayo Artístico 2022 otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación.

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