CULTURA
ENTREVISTA A MATÍAS CELEDÓN

Hay muertos por todas partes

Nacido en Santiago de Chile en 1981, Matías Celedón –escritor, periodista y guionista–, autor de “La Filial”, “Trama y urdimbre”, “Buscanidos” y “El Clan Braniff”, pasó por Buenos Aires para presentar su última novela, “Autor material”, con la dictadura pinochetista como protagonista. En diálogo con PERFIL, asegura: “Argentina tuvo una mayor madurez en hacerse cargo de su propia historia”. Y agrega: “En Chile, al absolver a los verdaderos responsables, lo que trascendió es una sensación de impunidad y de relativización de los crímenes”.

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Corpus. En Autor material, Celedón reconstruye el caso de Carlos Herrera Jiménez, ex agente de la DINE condenado por matar al dirigente sindical Tuapel Jimenez y al carpintero Juan Alegría. | cedoc

¿Hasta dónde un libro condena lo que no pudieron los jueces? ¿Puede ser un libro oblicuo, dosis de ficción, documento y ensayo, y fluir en la conciencia de genocidas, con las ropas de arrepentidos? ¿Logra un artefacto literario hurgar en la institucionalización de la tortura y la represión, más visible en Chile, apenas tapada por la sombras obeliscas de Argentina? En Autor material, Matías Celedón encara “un laboratorio abierto donde el mismo autor es parte del experimento”, acota el escritor y guionista chileno. Y encuentra una voz en el pasacasete, Carlos Herrera Jiménez, exagente de la DINE condenado en principio, por matar al dirigente sindical Tucapel Jiménez en 1982 y al carpintero Juan Alegría en 1983, grabada en horas y horas, disponible en la Biblioteca Central para Ciegos de Santiago de Chile. Un grano real que posibilita un clan antiFunes, el de la memoria que no se aplaza ni se exacerba, en esta realidad indolente.

La memoria, para serlo, es memoria del presente. “A cuarenta años del golpe en 2013, una vez que me entero de estas cintas por una nota de Pablo Basadre en The Clinic, fue poderosa la imagen literaria de un represor asesino leyendo libros para ciegos, encerrado en su celda. Pensar a este exoficial, que muchas veces había tenido gente vendada en tortura, leyéndole a no videntes novelas de espías y tratados de derecho; encima, alguno muy crítico de la Constitución pinochetista. ¿Quiénes son los ciegos en esta historia? Y lo impresionante era que esta voz estaba saliendo de las rejas, circulando con libertad, y llegando al centro de Santiago, a disposición de cualquiera que quisiera escuchar al genocida. Y siguen ahí los tapes”, puntualiza Celedón, ganador del Premio Municipal de la capital de Chile por La Filial.

En aquella novela de 2011, escrita con timbrados oficinescos, Para dejar constancia, aparecía una relectura del pasado de su país a contrapelo de “cierta literatura del yo que acaba aligerando el horror y la memoria”. Otro de los atributos del reciente visitante a la Feria de Editores, a quien publicó Autor material el sello Banda Propia Editoras, sería además un modo de narrar expandido, con un interés en referenciar la ficción en un ancla material. Tal cual el disparador de la aclamada El Clan Braniff (2018), que a partir de diapositivas ínfimas halladas por Celedón en un mercado de pulgas, perfila un período poco abordado de la dictadura chilena, aquel del vínculo del hijo del genocida dictador y los militares represores convertidos en empleados de narcotraficantes. “Ya estaba trabajando con los materiales de Herrera Jiménez y, en cierto modo, mi última novela puede ser leída en cómo vivieron luego los que participaron del peor momento de exterminio”, como el mismo protagonista de Autor material, que también apareció picaneando y jalando el gatillo en Pisagua en 1974.

Las palabras, las cosas y las personas. “No es el nombre que yo le daría, pero me interesa mucho esta literatura inmersiva”, comenta el también guionista, con trabajos de este lado de la frontera, “Dar el espacio del libro, pero también salirse de la página. Lo que yo hago con mi literatura es friccionar los límites de lo real. Porque la misma literatura está hoy en una zona compleja enfrentada a otras formas de representación masivas. Quizás sea algo anacrónico esta defensa, pero aún la literatura tiene mucho que decir. Todavía no hay nada que permita entrar a la subjetividad del otro como la literatura”, sentencia. Y Celedón pone la oreja en Herrera Jiménez, leyendo en el “vertedero” del penal de Punta Peuco en 1997, a poco de erigirse en el Scilingo chileno en el Show del Horror Mediático, “Ese soy yo –dijo en voz baja, y golpeó con la mano suavemente el pisapapeles–. Pero como le digo esto, también le digo lo otro: esto lo que cuenta la gente, pero no hay que fiarse mucho. Es necesario no tener historia”. Uno de los títulos elegidos por el reo lector es El manipulador de Frederick Forsyth, una novela de espionaje, década del 80, en la cual los altos mandos retiran y silencian a un agente.

La voz narrativa, y las proyecciones de la subjetividad, es uno de los grandes temas de la literatura de todos los tiempos, desde Dante a Marcel Proust. “Estoy bien encaminado, estoy buscando una tumba”, “No tenía miedo”, “Hay muertos por todas partes”, son algunas de las frases de “este libro dedicado a todos los que pasaron la mayor parte de su vida sumidos en las sombras”. ¿Y qué voz emerge en la ficción montaje de Celedón? “Me interesaba explorar cómo disocian la voz con la realidad. Herrera Jiménez lee sin perturbarse pasajes terribles. Y qué clase de individuos surge de esta esquizofrenia. Entonces veo que va más allá de arrepentirse sino que ya está la indolencia. Nunca sabremos si el Herrera Jiménez es la persona que realmente se siente mal u otras de sus identidades operativas”, remarca el escritor. En La tortura como institución, Eduardo Pavlovsky para los Scilingo, o Herrera Jiménez, define una subjetividad de la tortura, formada en las instituciones militares, “donde lo anormal es lo normal”, que encaja en las palabras de descargo del condenado ante el Tribunal chileno, “ahora se materialicen acciones que me permitan restituirme a la sociedad en forma lógica, razonable y prudente”. Herrera Jiménez está procesado por 138 asesinatos desde 1991 y, recién, en 2004 fue condenado a perpetua. Por dos.

Ojos y oídos bien abiertos. “En este año que se recuerdan los cincuenta años del golpe en Chile y los cuarenta años del tetorno de la democracia en Argentina, creo que hemos asistido a procesos distintos a cómo recuperar el pasado en la literatura”, sostiene Celedón, quien reconoce influencias de Roberto Bolaños, Osvaldo Lamborghini y Mario Bellatin, “Y tiene mucho que ver a cómo se elaboraron los procesos históricos. Acá el Juicio de las Juntas, una sanción ejemplar a los altos mandos, generó una verdad histórica. Un Nunca Más que realmente es Nunca Más. En Chile, al enjuiciar a los mandos medios, y absolver a los verdaderos responsables, lo que trascendió es una sensación de impunidad y de relativización de los crímenes. E hizo que sea mucho más conflictivo construir una verdad histórica. Y también trajo en los 90 a escritores, en sintonía con el mercado, que se solazaron con recuerdos de patios de juego y en tirarle la responsabilidad a la generación anterior. Argentina tuvo una mayor madurez en hacerse cargo de su propia historia. En tanto en Chile, lo uniformado, el régimen, sigue bastante presente en la vida cotidiana”, cierra Celedón. La lengua desbocada de los criminales, en sus novelas uróboros de papeles y cosas, queda confinada a textos, imágenes y sonidos. Y juzgada en su real y dolorosa inhumanidad.