CULTURA
CRITICA

Instantáneas del pequeño ser

Todos encuentran un lugar en este muestrario de pequeñas criaturas: desde el personaje más simple hasta el más sofisticado.

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SUS CRIATURAS. Dos rasgos caractersticos de los personajes son su lucidez su disposicin a reflexionar sobre lo que hacen y su cinismo. | Cedoc
En el epígrafe de este libro –unas frases de Samuel Johnson– leemos: “Nada es demasiado pequeño para una criatura tan pequeña como el hombre”. En los treinta cuentos que conforman Pequeñas criaturas , el escritor brasileño Rubem Fonseca demuestra con maestría la veracidad de esa sentencia. Cualquier situación, historia o pensamiento puede transformarse en el asunto de uno de sus cuentos. Y cualquiera puede ser el protagonista: un poeta que sabe bordar, un novio celoso, una amante, una viejita compasiva, el administrador de un edificio o los productores de un programa sensacionalista para la televisión.

Todos encuentran un lugar en este muestrario de pequeñas criaturas: desde el personaje más simple al más sofisticado, del refinado asesino al vulgar artista. Y son presentados –o se presentan a sí mismos– con admirable capacidad de síntesis: “En las grandes cenas que frecuento, a todos los hombres les gusta que los ubiquen a mi lado”, dice la protagonista de El peor de los venenos.
Dos rasgos característicos de los personajes de estos relatos –no necesariamente de los protagonistas– son su lucidez, o por lo menos su disposición a reflexionar sobre lo que hacen o piensan, y su cinismo. Esa parece ser la marca de época para Fonseca: la imposibilidad de la ingenuidad. “Nadie te invita a almorzar si no quiere pedirte algo”, dice, por ejemplo, el protagonista de El chico maravilla.

Más allá de las distinciones de clase, de edad y de género –fuertemente presentes en los textos, como si el autor hubiera querido subrayar estos aspectos para luego hacerlos desaparecer–, están las pasiones. Y Fonseca logra captarlas, con inteligencia y pericia, en situaciones cotidianas aparentemente insignificantes.

Para esto, entre otros recursos narrativos, utiliza con frecuencia uno de los predilectos por los minimalistas: el diálogo libre. Aunque hay una interesante variedad formal en sus relatos, Fonseca prefiere usar diálogos para narrar: algunos cuentos se desarrollan como largas conversaciones que parecen trascriptas, y en otros los diálogos son interrumpidos pocas veces por breves acotaciones. En estos casos, el asunto del que hablan los personajes es siempre menos interesante que lo sugerido, lo no dicho, aquello que intentan ocultar pero que entrevemos.

Así, sus criaturas, en un comienzo pequeñas en tanto simples, van creciendo en complejidad hasta convertirse en seres capaces de preguntar: “¿Y qué mal hay en engañar a los que quieren ser engañados?”, o afirmar: “Un auto es un objeto despreciable, pero cualquier persona es todavía más repulsiva que esa máquina estúpida”.

A Fonseca le interesa poner en boca de sus personajes afirmaciones incómodas, y crear climas a partir de estos juicios. “Todo el mundo miente, pero no todo el mundo sabe mentir”, comenta un personaje del cuento Hildete, a lo que su interlocutora le responde: “Si hay algo que una mujer aprende es a mentir, y no necesita ser inteligente”.

En el cuento Comienzo, su protagonista escribe: “ (...) Parezco uno de esos machistas que juzgan inferiores a las mujeres, e incluso si lo fueran, como lo afirman importantes teorías filosóficas y científicas, un escritor no puede embarcarse en eso, pierde el público femenino, y las mujeres pueden no entender lo que leen, pero compran libros”.

Comienzo es además el último cuento del libro –como en Pequeñas criaturas, Fonseca juega con el título–, y el protagonista es un escritor. En verdad, es alguien que desea escribir un libro porque leyó una entrevista a un “autor importante”, y en sus palabras encontró el método para crear: “Si quieres escribir, aconsejaba él, comienza, escribir es comenzar”.

Al intentar escribir el libro, después de varios comienzos fallidos, este personaje termina escribiendo un cuento excelente: el propio Comienzo. Y si bien este cuento nos remite, dentro de la literatura del Río de la Plata, a Julio Cortázar –fundamentalmente en su singular manera de unir ficción y realidad–, también, en otro sentido, nos hace pensar en la literatura de César Aira, y en su idea de escapar siempre hacia delante al momento de escribir. “Escribir es comenzar”, dice el “autor importante” de Fonseca y, de alguna manera, después de haber leído estos relatos, en los que, como en los buenos policiales, nunca sabemos lo que va a pasar, cuál puede ser el próximo giro, la próxima intriga, terminamos por creer que en esa sentencia hay una verdad: escribir es comenzar.