Es muy difícil pensar (bien) y que el soporte de lo pensado sean imágenes. Porque el género más compatible con las ideas, eso de proponerlas, inventarlas y analizarlas, es el ensayo. El argumento se construye con palabras comparables a caminos, murallas y puentes para apelar a la inteligencia de los lectores. Sin embargo, en Una flor de 15 de dólares, la exhibición de Martín Legón, la ensayística encuentra un desvío. Una fórmula para adherir un pensamiento, una reflexión estética y política, a un cuerpo de obra que ocupa (poco) espacio en la galería. O tal vez sería más indicado decir que las piezas dejan lugares entre sí. Estos están llenados por una tela invisible que son las ideas que Legón produce, al tiempo que selecciona, yuxtapone, clasifica y produce imágenes. Por eso, no hay vacíos, en tanto la materia de lo pensado es una posibilidad de conexión entre una cosa y la otra. La forma lógica ya no es la de la sintaxis, esa cadena sintagmática que nos organiza los juicios. Los cuadritos, los papeles, un objeto construido con pieles y flores, los dibujos y un video expanden la línea y dotan de pasado, tradición y polémica a cada pieza que el artista ubica en el espacio de arte al borde del Riachuelo.
Depende de cómo se mire, de eso se trata un poco, es un ensayo en partes o partes de un ensayo cuya columna central es la escalera. La que Duchamp descompuso en 1912, en el prólogo del siglo XX, antes de que la Primera Guerra Mundial lo pusiera a andar, en Desnudo bajando una escalera. Esa pintura de esa anatomía facetada para reproducir un movimiento, hasta el momento nunca visto, que no conformó a ningún “ismo” (cubismo, futurismo, dadaísmo y mucho menos realismo), es retomada por Legón en un video. Las contorsiones de una actriz porno descendiendo por los escalones en cuatro patas se apropian de esas incisiones y cortes con los que el autor de El gran vidrio partió el cuerpo (del arte). Asimismo, Del deseo y su imposibilidad, así se titula la pieza de Legón, retoma otra escalera famosa: la de Odessa en la versión de Sergei Einsestein. La mítica filmación de ese montaje rítmico en El acorazado Potemkin es, de por sí, todo un tratado sobre la concepción del cine que tenía el cineasta ruso y sobre las posibilidades técnicas que aplicó para que ese cochecito con el bebé, sobre todo, ruede en el imaginario de una vez y para siempre. Si bien toda esa información está, de momento que el afiche de la película participa de la muestra, lo que se exhibe no es sólo erudición. También hay originalidad en esa forma de intersección entre dos piezas claves del siglo XX para seguir pensando lo que vino después. En la política argentina, con las voces escritas de algunos candidatos, el llanto de Cavallo y el cierre de campaña de Menem en el programa de Tinelli con el dinosaurio Bernardo.
Lo que sigue en el debate estético es León Ferrari, Liliana Maresca y Guillermo Kuitca. Citados y parodiados, en la posibilidad de homenaje que tiene este recurso. De esa manera, Legón construye su canon personal. Crea, casi por alquimia, tal como le interesaba a Maresca, a sus propios precursores. Transmuta las producciones de cada uno de ellos para sopesar el problema de la representación: el avión/Cristo de Ferrari en Cristo vive, una pegatina en la pared, y luego vuelve en las fotos de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo en 1955, por ejemplo.
Así como la escalera funciona como estructura, en cuanto a lo estético y sus posibilidades, también tiene peldaños para la política. La pregunta que titula una de las obras es ¿Pero cuándo la historia argentina no fue una desgracia? Es una formulación que puede hacer las veces de hipótesis para este gran ensayo de Legón. En su disposición, la frase entrecortada e intercalada palabra a palabra con fotos de artistas plásticos famosos de otro tiempo, también, se deja leer como una respuesta.
Una flor de 15 dólares
Martín Legón
En Isla Flotante
Avda. Pedro de Mendoza 1561
Hasta el 6 de marzo