CULTURA
LA HIJA DE MARIANO

Jacinta Grondona, una escultora entre pubis y penes

Creció sentada a una mesa familiar donde la política era tema excluyente. Hoy, a los 42 años, la sexualidad y el erotismo son el leit motiv de sus esculturas. “Detesto que me influyan”, dispara. Por eso no hace terapia y mira poco a su padre Mariano por televisión. ¿Un rebelde en la familia del profesor? Ella prefiere hablar de una “doble personalidad”.

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Ella jura que no, pero aquel día a su padre Mariano se le desencajó la mandíbula. Furia ochentosa, alfonsinismo profundo y casamiento de alcurnia. Jacinta Grondona apenas pasaba los veinte ycuando decidió que ese muchacho atlético de doble apellido era el amor de su vida. Ernesto Van Peborgh era un hábil financista sin urgencias y aquella noche decidió ametrallar el protocolo con un número inesperado. Un estruendo pegadizo anticipó la entrada al salón de las chicas. Peinadas con gel y brillantina, las integrantes del grupo Las Primas viciaron de popularidad una atmósfera aristocrática y el catedrático de Harvard tardó en sonreír mientras su nena le anunciaba la ruptura del cascarón.

“La mía siempre fue una rebeldía a medias. A veces tengo la fantasía ser más libre y que nada me importe. Pero no. Hoy creo algo... ¡tengo una doble personalidad!”. Hace una pausa, liquida –del pico– el resto de Coca Cola y baja la mirada. “Por un lado soy muy bohemia y por otro lado soy super estructurada”, remata en volumen mínimo.

La estructura se fijó primero. Mucho antes de Las Primas, en la casa familiar de Palermo, cuando no pensaba en estudiar Escenografía ni soñaba con cambiar después por Bellas Artes. Cuando era “Chachi” porque Elena Lynch, su madre, le copió el nombre a una amiga en 1965 y la bautizó Jacinta. Cuando jugaba con una futura decoradora y un futuro abogado, sus hermanos María y Mariano. “Siempre fui un tanto desubicada –recuerda–. En casa éramos libres y yo opinaba de todo”.

—¿Contradecía al profesor Grondona?
—¡Noooo! Eso sí que no. Siempre me tapó la boca con sus razones y sus fundamentados. En la mesa sólo se hablaba de política y él domina ese terreno.

Hoy, en su mansión de San Isidro se mira poca televisión. Se elige el cable y los seis Van Peborgh (matrimonio y cuatro hijos varones) sólo tienen cita obligada con Lost, los lunes. Los domingos: salidas o películas. ¿Y Hora Clave? “A papá lo veo poco, cada vez menos”, se sincera Jacinta. “Lo miré bastante y de antemano sabía lo que iba a decir porque lo escuchaba antes en casa”

La arcilla y las urnas
Adelante, una fachada impenetrable. Después una casa con metros cuadrados en abundancia, el labrador Andy, un parque impecable con pileta y cama elástica. En el fondo, un quincho con parrilla y metegol en la antesala, frigobar y taller. En el taller, telgopor, arcilla y creaciones inconclusas de una escultora en crecimiento.

“Lo mamé de chica, por impulso materno. Pinté durante muchos años hasta que me fascinó la escultura”, repasa con sonrisa franca, en el lugar de los hechos, rodeada de formas sugestivas. “Termino haciendo lo contrario a lo que me propuse, pero siempre voy por el lado de la sexualidad y el erotismo. Es mi terapia y gracias a esto evito la psicología: detesto que me influyan”. Ahí levanta la mirada y parece que se cree su rebeldía.

Entre pubis y penes en proceso de esculpido, “El ojo de la aguja” y “Venus”, las dos obras que acaba de venderle al presidente de Victoria’s Secret. Entre sus hijos Ernesto (17), Joaquín (14), Delfín (11) y Theo (1), una fascinación por la política. ¿La escultora tiene fecha de vencimiento? “Tal vez algún día me dedique a la función pública –futuriza–. Hoy no me veo preparada para enfrentar a la maquinaria ineficiente que nadie puede cambiar. Me fascina la política y en las elecciones deseo ser presidente de mesa”. Kirchner no. “Hay baches enormes por parte del Estado”, dice. ¿Y en los ’90? “Hoy es peor: estamos como el demonio”.