En 1930, Leopoldo Marechal empezó a escribir en París una novela que le iba a llevar 18 años de trabajo. Tal vez haya dudado de sus fuerzas y de su capacidad para emprender un proyecto tan desaforado. El joven Marechal, que hasta el momento había cultivado la poesía, se proponía escribir un texto, una especie de epopeya, que lo abarcara todo: su ciudad, sus preocupaciones estéticas, sus inquietudes filosóficas y religiosas, sus afectos y su pasado. Debería conjugar un universo simbólico con otro más inmediato. El texto vio la luz en 1948 por editorial Sudamericana, bajo el nombre Adán Buenosayres. Y hoy, 65 años más tarde, en medio de una modernidad líquida según la acepción de Bauman, el Adán Buenosayres consigue despegarse de su entorno inmediato para alcanzar una fuerza expresiva notable y una contundencia estética asombrosa. No hay duda alguna que se trata de un clásico.
Marechal narra en su novela el periplo de su héroe en busca de su identidad nacional, ontológica y espiritual. Desde el primer párrafo, el texto se abre como una fruta polisémica. La prosa apuesta a expandirse: sólo a partir de la pluralidad de sentidos se consigue enhebrar la cifra de la unidad. Cada oración es una explosión de imágenes, símbolos y sensaciones; sin embargo, nunca se llega a la saturación expresiva: la mano precisa del poeta detiene la tensión del discurso en el momento en que la constelación de significado alcanza la temperatura justa.
Adán Buenosayres consta de un “Prólogo indispensable” y siete libros. Los primeros cinco narran la aventura de Adán Buenosayres durante los días jueves 28, viernes 29 y sábado 30 de abril en un año incierto de la década del 20. El libro sexto, El cuaderno de tapas azules, es una autobiografía del protagonista. Y en el séptimo, Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia, Adán, al modo de Dante en La Divina Comedia, desciende simbólicamente a los infiernos.
La edición crítica que nos ocupa, a cargo de Javier de Navascués, forma parte de la colección Ediciones Académicas de Literatura Argentina (EALA), Siglos XIX y XX de Corregidor. Cuenta con una pormenorizada introducción y un sistema de notas claras y muy precisas, indispensables para emprender una lectura profunda de una obra como Adán Buenosayres, que presenta tal cantidad de referencias filosóficas, literarias y bíblicas, tantas claves referidas al contexto de época y tanto espesor simbólico.
El trabajo de Navascués abarca Adán Buenosayres desde varios aspectos. Por una parte, analiza el texto desde el plano simbólico y como artefacto literario; por otro, el contexto social, literario y político en el que se inserta. En este punto, menciona que cuando se editó Adán, la crítica lo ignoró o le dedicó reseñas negativas. Tanto Eduardo González Lanuza, que escribía para Sur, como Rodríguez Monegal calificaron Adán Buenosayres como una mala copia del Ulises de Joyce. En medio de las voces desfavorables, aparece en la revista Realidad, en 1949, la primera nota positiva. Su autor es Julio Cortázar, en ese momento un desconocido escritor, quien a pesar de las diferencias políticas con Marechal consigue distinguir los verdaderos valores del texto. Incluso, Navascués rastrea ciertas similitudes estéticas entre los dos autores: “Tanto Rayuela como Adán Buenosayres se construyen a partir de la búsqueda de un paraíso, de modo que sus protagonistas deambulan por las calles de Buenos Aires o París tanteando una salida existencial a su desconcierto”. También hay procedimientos formales, como cierto uso del monólogo interior o del humor, que Marechal introduce en su obra y que Cortázar usará más adelante en medio de sus buceos experimentales. Existen varias razones que sostienen el rechazo de Adán Buenosayres. Una se relaciona con la militancia peronista de Marechal. Otra, con la distancia que va tomando el autor con el grupo Sur, cuyo criterio legitimaba o defenestraba una obra en el campo cultural. Recordemos la desconfianza de Borges hacia la experimentación. Además, el uso del humor y la condición de novela en clave de Adán Buenosayres no fueron del agrado de muchos de sus compañeros martinfierristas, que en algunos casos fueron incluidos como personajes. Más allá de que la risa de Marechal, heredera de la de Rabelais, no se cifrara en la mordacidad ni en la malicia sino en su “humorismo angélico”, cuyo carácter terapéutico permite a quien lo recibe “reconocer amablemente sus carencias”.
Según Navascués, recién en 1965, cuando se edita El banquete de Severo Arcángelo, la crítica salva a Adán Buenosayres. Este fenómeno se debe a la nueva mirada de los años 60, mucho más abierta a la experimentación. Además, existe un libro fundamental en el que se asienta esta nueva recepción. Se trata de Claves de ‘Adán Buenosayres’. En él se recogen artículos de los principales críticos de la época y una interpretación del propio Marechal que aporta una renovada hermenéutica.
En su excelente trabajo introductorio, Javier de Navascués ubica la ópera prima de Marechal en el sistema literario argentino y se ocupa de sondear los ingredientes más significativos de la obra. Su mirada, siempre profunda, se detiene en el empleo del humor (aporta una luminosa clasificación), las intertextualidades, su aspecto de novela en clave, el peso simbólico que implica el viaje del protagonista y la concepción de espacio-tiempo (el cronotropo bajtiniano) que presupone el texto. La edición, que incluye numerosas fotos del autor, se completa con una biocronología de Leopoldo Marechal a cargo de María de los Angeles Marechal y cuatro anexos en los que se incluyen documentos, correspondencia y dibujos del autor.
Consultada por Cultura de PERFIL sobre los lineamientos que rigen la colección, María Rosa Lojo, directora general de EALA Siglos XIX y XX, responde: “La colección se propone incorporar, bajo el amplio rótulo de ‘ediciones académicas’, las ediciones críticas propiamente dichas, las críticas-genéticas y las eruditas en general. Pueden ser textos de autores ‘clásicos’ que aún no han tenido ediciones de esta índole, o cuyas ediciones académicas anteriores se consideran incompletas o susceptibles de una mejora sustancial. También obras que aún no forman parte del canon, pero que podrían integrarlo con fundadas razones. En otros casos, son textos estimables por sus aspectos documentales, más allá de su eventual valor literario, porque aportan al conocimiento de una época y sus debates, de un mundo cultural. Es la única colección de este tipo consagrada exclusivamente a la literatura argentina de dos siglos, y redundará, esperamos, en la ampliación tanto del corpus como del canon de la literatura nacional”.
Respecto de cómo se inserta este título de Marechal dentro de ese proyecto, Lojo agrega: “Adán Buenosayres ya tenía una edición crítica, pero consideramos que se podía hacer una contribución mayor al estudio de esta novela fundamental. La nuestra, realizada por el especialista español Javier de Navascués, agrega un riquísimo aparato crítico, incorpora material inédito hasta hoy (que agradecemos especialmente a las hijas del escritor) y, por supuesto, despliega, en su introducción, la lectura original de este reconocido catedrático”.
Sin dudas, una edición de este tipo no habría sido posible sin la colaboración de quienes poseen los derechos de reproducción de la novela. En este punto, vale destacar la persistencia con que la Fundación Marechal, a cargo de María de los Angeles y Malena Marechal, viene trabajando para preservar, difundir y organizar la obra del autor.
Recordando los momentos de producción de la novela, María de los Angeles Marechal cuenta: “Desde mi mirada de hija fue una época brillante. Era la época de los premios. Empezó en el 30 con el Premio Municipal de Poesía por Odas para el hombre y la mujer. Sigue con los premios que le dan en el ‘38 por Laberinto de amor y Cinco poemas australes. En el ‘40 edita El centauro y Sonetos a Sophia. En el ‘41 recibe el Premio Nacional de Poesía por esos libros. En ese tiempo estaba exigido laboralmente: trabajaba todo el día de maestro y profesor. Escribía por las noches. Incluso, yo hablé con alguno de sus amigos de entonces, por ejemplo el Tuco Paz, que fue canciller de Perón (ya estamos hablando de la década del 40), y ellos me contaban que él iba con el manuscrito que estaba escribiendo a todos lados para aprovechar el tiempo. Además, como estaba acostumbrado al lenguaje poético, le costó un gran esfuerzo volcarse al narrativo. A pesar de que ya tenía escritos varios ensayos, la prosa fue un gran desafío para él”. Con respecto a la indiferencia con que fue recibida la novela en el momento de ser editada, María de los Angeles sostiene: “Yo creo que no es tanto un problema político. Adán Buenosayres es una novela que llegó antes de tiempo. Es un texto que se adelanta a las mentes. Lo mismo pasó con pintores como Xul Solar o Pettoruti. Fueron adelantados para su época. Por otra parte, mi padre tampoco formó parte de la elite social. Era un hombre sencillo, un hombre cuyo padre era inmigrante. Mi abuelo era un obrero”. Y en cuanto al lento proceso de reconocimiento de la obra, agrega: “Hay distintas versiones sobre el tema. Una de ellas, la que mi padre mismo señala, dice que El banquete de Severo Arcángelo llevó de la mano a su hermano mayor Adán Buenosayres. Es el año ‘65. Se edita El banquete…, la gente de Primera Plana publica una nota y meses después El banquete… gana el Premio Forti Glori a la mejor novela publicada ese año”.
Al reflexionar sobre la recepción de Adán Buenosayres por los lectores de hoy, María de los Angeles afirma: “Pueden interpretarla muy bien. Están preparados. Yo recibo comentarios de gente de todas las edades. Me dicen que se divierten mucho con ‘el Adán’”. Y su opinión sobre este volumen publicado por Corregidor es clara: “Es una edición lúcida y respetuosa. Tengo mucha empatía y respeto por el trabajo de Javier de Navascués. Creo que es fiel a la realidad histórica, y acuerdo con la interpretación que hace de la obra.”