CULTURA
DAMIAN ORTEGA: arte para encuadernar

La edición pensada como escultura

Invitado a la última edición de ArteBA, el artista mexicano Damián Ortega visitó Buenos Aires para hablar de su obra, no ya como uno de los mayores artistas de vanguardia del presente, sino como editor de Alias, su proyecto impreso, donde ha publicado a grandes artistas de Occidente y que en breve comenzará a distribuirse en la Argentina.

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Tránsitos. Damián Ortega en ArteBA, donde disertó sobre el trabajo que viene desarrollando como editor de libros de artista. | arteba

Considerado como uno de los mayores artistas del presente, el escultor mexicano Damián Ortega (1967), que inició su carrera como caricaturista político y ha continuado con la creación de video e instalaciones conocidas y reconocidas en todo el mundo, estuvo la semana pasada en Buenos Aires, invitado por ArteBA como parte de las actividades de Isla Ediciones, donde se explayó al respecto del trabajo que ha venido realizando como editor de libros de artista –concepto complicado donde los haya–, con su editorial Alias, un hermoso proyecto intelectual que ya circula en la ciudad, una plataforma fascinante en la que ha publicado a algunos de los mayores artistas contemporáneos: Lina Bo Bardi, John Cage, Ulises Carrión, David Hammons, Hélio Oiticica, Robert Smithson, Lawrence Wiener, Gabriel Orozco o Robert Filliou, entre otros (www.aliaseditorial.com).

Perteneciente al alguna vez llamado Taller de los Viernes, liderado por Gabriel Orozco –una experiencia formativa de artistas como Gabriel Kuri, Dr. Lakra y Abraham Cruzvillegas, en el DF–, la entrevista se hizo al amparo de la luz otoñal de Buenos Aires difractada en una copa de champagne.

—Aunque es perfectamente conocida tu faceta como artista, muestras ahora en ArteBA tu faceta como editor. ¿Cómo compaginas ambas actividades?

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—Esto empezó cuando yo hacía caricatura que publicaba en periódicos y revistas. Desde aquel momento formativo, crecí con la idea de que una cosa era la caricatura y otra el arte, y que no conciliaban demasiado. Después de unos años de vivir esta ambigüedad, trabajando y estudiando, me di cuenta de que esa idea era una locura y que es en esas contradicciones donde debe uno reconciliarse consigo mismo. En el momento en que logré que fluyeran en un mismo canal, mi trabajo empezó a tener mucha más vida y credibilidad con las particularidades que me interesaban en el lenguaje que yo quería. Y fue exactamente lo que pasó con los libros; por ello, para mí es importante asumirlo como parte de mi trabajo como escultor y no como un trazo aparte, sino parte esencial de la obra, realizada con cuidado extremo porque no se trata de libros objeto sino de pensarlos en un entramado muy amplio de conciencia, no sólo de la pieza en sí misma sino de la base en la que está hecho, su lugar, producción, distribución, quién va a leerlo, y por ello lo pienso como parte de una totalidad.

—En ese sentido, que denota de paso la falta de preocupación del proceso por parte los literatos, ¿cómo se concibe la distribución de Alias para Argentina y toda América Latina?

—Se ha hablado mucho del canal del artista como productor pero hay un punto que es clave, y es justamente la distribución. Si se distribuye un libro comercialmente, donde la mayor parte se la quedan la distribuidora y la librería, sólo queda un 10% aproximadamente para pagar la producción, al autor y al editor. Las cuentas no salen, por ello hay una decadencia tremenda y una crisis tan grave en el medio editorial. Lo que hemos ensayado nosotros es tener una distribución primero local a través de una vitrina móvil, con un vehículo, para tener una venta directa según sea el caso. Acá, gracias a la invitación de la feria, se establece un canal de fluidez que me permite visitar personalmente las librerías de Buenos Aires, que son uno de los grandes hits de la Ciudad; contactando directo a la gente y comprobando la increíble voluntad de apoyar un proyecto como Alias: distribución hormiga pero efectiva, low deck, como una acción civil.

—Encuentro muy estimulante el trabajo que han realizado con la producción textual gente como tú, Orozco, Cruzvillegas, que al margen de sus inquietudes artísticas han demostrado un interés formal por el libro y sus ecosistemas.

—Somos una generación que aprendió todavía con lo editorial; Gabriel publicó hace un par de años su Materia escrita con una editorial significativa en México como Era, que editó a toda una generación: José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, y quien tradujo antes que nadie Bajo el volcán. Somos una generación con aprecio por lo táctil, por lo físico del libro: subrayarlo, sudarlo, y en definitiva por el volumen. Por ello, la relación con la escultura es muy cercana, y como generación existe un gusto por explorarlo desde esta perspectiva, dado que los libros, tanto los de Alias como los libros en general, son en realidad esculturas públicas, puntos de encuentro que transforman la sociedad y su conjunto desde el momento en que hay que cargarlos, transportarlos, distribuirlos o almacenarlos: los libros transforman nuestras vidas, relaciones y, sobre todo, los lugares donde vivimos. Una escultura no es sólo un armastoste gigante; una escultura es todo aquello que transforma el espacio público y privado con su presencia, recurrencia y demás implicaciones.

Acabas de citar escritores; en ese sentido ¿crees que ahora la batuta del campo intelectual la llevan los artistas?

Ha habido un reacomodo en ese aspecto, donde la jerarquía del mundo editorial ha menguado significativamente. Por eso ha sido muy interesante ver cómo el grupo del arte que no había tenido ese influjo  ahora lo detenta, y fue algo que se dio a partir de la autoconsrucción, generando contexto, público y mercado: un espacio levantado desde la crítica.