CULTURA
ia y arte

La inteligencia artificial “descubre” una pintura del gran Caravaggio

Artista incomparable nacido en 1571, creador del claroscuro, tahúr, asesino y protegido de cardenales y condenado a muerte por el papa Paolo V, de neta influencia en la pintura posterior y hasta en el cine, Michelangelo Merisi, Caravaggio, está en este momento en la boca de todos los especialistas por el hallazgo de un cuadro temprano que podría pertencerle. Eso al menos dice la IA, que asegura que “El laudista” es un auténtico Caravaggio... en un 85,7 %.

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Caravaggio. Arriba: “El laudista”, del que la IA certifica la autoría del pintor italiano. | cedoc

Vivió tan solo 39 años, entre 1571 y 1610. Michelangelo Merisi nació en Milán, pero su familia huyó de la peste radicándose en Caravaggio, de ahí su nombre artístico. Huérfano de padre a raíz de la epidemia, recibió formación en pintura durante 4 años como pupilo de Simone Peterzano, quien decía ser discípulo de Tiziano. A los 20 años viaja a Roma donde comienza su carrera artística, que continuará entre Napoli, Sicilia y Malta.

Durante 18 años pintó, al menos, 94 lienzos con sus manos. No tenía un taller estable, fijo, con ayudantes y discípulos, tampoco tuvo hijos. Esa cifra incluye las copias -o versiones modificadas- de pinturas originales que también realizó. Historiadores y críticos coinciden en que su obra influyó sobre artistas como Zurbarán, Velázquez, Murillo, Rubens, van Dyck, Vermeer, Goya, La Tour, Rembrandt, Delacroix, Courbet y Manet.

Todo esto sin considerar cómo su estilo reaparece en la fotografía y en el cine, búsqueda referencial que abriría un amplio campo sobre cómo la percepción estética se constituyó en los últimos 150 años. Esto habla de su estilo pictórico, por cuya diversidad de elementos la palabra genio es apenas un comienzo: la mirada de Caravaggio no solo demuestra un conocimiento absoluto de la anatomía humana, sino también la de su relación con la luz (acaso mucho más que divina), donde la materialidad resulta psicológica, social, carnal, pero con un desajuste inquietante. Creador del claroscuro, su técnica descubre lo tridimensional, lo arroja al rostro del observador como un reproche, un reclamo o advertencia.

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Es decir, su ojo respira, ve agitado, como si todas las imágenes del futuro humano le fueran conocidas, embebidas en esa crueldad que la Historia confirma. Ni visionario místico, tampoco adivino, pero sí viajero de eso indescriptible por venir, un extranjero de la civilización desbordado por el deseo de percepción. Esta anomalía también dominó su existencia, porque no dibujaba o bocetaba, sino que trabajaba sobre el lienzo sin estudios previos, y así la propia vida fue suma de escenas límite, donde el dolor y la materialidad del sudor, la impudicia del descaro ambicioso y el desenfreno amoroso, el desafío a todo mandato, lo llevó a una vorágine inusual para la época.

En términos actuales, Caravaggio tuvo una vida intensa y maleva, frecuentaba el límite filoso del puñal, diría Borges. Ya en Milán, joven, supo tener problemas con la ley. Al menos cargó con dos muertos, uno de ellos un rufián de familia patricia, cuestión que le valió una condena a muerte y huída urgente de Roma. Su carácter inestable, impredecible, buscaba la convivencia con el bajo mundo, entre el juego, las peleas callejeras, prostitutas y deudas.

Desentendido de la posesión material, supo contar con el aval y protección de aristócratas, incluso de cardenales de la época, lo que supone una picardía y habilidad social más allá de un destino. Esta supervivencia entre lo bajo y lo alto, entre el poder y la miseria, también lo llevó a ser protegido por los Caballeros de Malta y luego expulsado por agredir a un miembro notable. Se le adjudica una vida amorosa que incluía utilizar como modelos tanto a prostitutas como efebos, mendigos y campesinos. Esa disonancia pasional también producía rechazo en las obras por encargo: la realidad de la obra resultaba insoportable. Era un golpe a la conciencia del mentor.

Este escaso perfil biográfico nos trae al presente cultural donde reaparece Caravaggio de la mano de un artificio con pretensiones de decir qué es de su propia mano. Hace una semana el diario británico The Guardian difundió la especie de que una versión de “El laudista”, pintado en torno a 1596 y 1600, es obra del artista milanés. Esto lo afirma la empresa Art Recognition: existe un 85,7 % de probabilidad en la autoría. Para ello sometió una fotografía digital de alta resolución del cuadro al análisis de un algoritmo desarrollado para tal fin. La noticia se replicó en distintos medios y contó con declaraciones de Carina Popovici, cofundadora y directora de la firma, entre ellas a ProNewsWeb: “el modelo de IA se alimentó con datos de más de 200 piezas verificadas de Caravaggio, lo que le permitió discernir anomalías sutiles que el ojo humano podría pasar por alto.” También insiste: “Todo lo que supere el 80% es muy alto”. Notará el lector que la IA se “educó” con al menos 106 obras desconocidas de Caravaggio. Qué notable multiplicación, ¿dónde están esas pinturas? Un misterio.

No obstante, “El laudista” original se encuentra en el Museo Hermitage de San Petersburgo, Rusia. Otra versión en la colección privada Wildenstein, Nueva York. Esta última, entre 1990 y 2013, estuvo a préstamo en el Museo Metropolitano de Arte, donde Keith Christiansen (curador de Pintura Europea), declaró su “autoría y procedencia sin lugar a dudas”. La versión que se intenta validar por el algoritmo, conocida como Badminton House, hoy en posesión del galerista británico Clovis Whitfield, fue descalificada por el mismo Christiansen quien escribió a un amigo: “Nadie, y mucho menos ningún erudito moderno, ha considerado jamás, ni jamás consideraría, la idea de que su cuadro pudiera ser obra de Caravaggio”.

Sin ningún tipo de pudor, Art Recognition también afirma que la fotografía de la versión Wildenstein analizada por la IA dio resultado negativo. Con ello desprestigia a Christiansen, cuya valoración minuciosa, con caudal de observación estética humana, es enemiga de la IA. Porque si su volumen estadístico es tomado en cuenta, el precio de “El laudista” británico será millonario. Es evidente la ambición del tahúr, el desparpajo, tal como lo retrató el mismo Caravaggio.