Si El hombre con hacha y otras situaciones breves, la muestra que Liliana Porter exhibió en 2014 en el Malba, fue una caja de Pandora que volcaba una lista caótica de objetos, un ir y venir en el tiempo que aunaba el principio y el final y hasta una posibilidad de cronología del siglo XX, la que empieza en el siglo XIX con el piano de cola caído y se derrama con sus íconos en el que le sigue, la cultura letrada, el ratón Mickey, Coca-Cola, el comunismo, el Che, la burguesía, los restos, tal como lo pensé en aquel momento, Reparar el piano y otros compromisos es ese mismo tiempo pero detenido.
Además del piano, la referencia más explícita en la relación de estas dos instancias, El hombre con hacha y la última que se puede ver en la galería Ruth Benzacar, comparten un pensamiento sobre la idea de continuidad y relato. El objeto piano que ocupa la parte más extensa de la escena que Porter instala en la blanquísima y novísima galería está siendo reparado por sus hombrecitos de siempre. Todos muy diminutos haciendo tareas extremas: pintando la tecla que duplica el tamaño de la figura, martillando, cortando y arreglando partes que son enormes en comparación de las medidas de los “trabajadores”.
Roto como estaba, el instrumento se trasladó a Villa Crespo, actual dirección del espacio que estuvo durante muchos años en el límite de la calle Florida. El cambio de locación es, también, una modificación en la historia. Porque para pensar estas dos obras juntas es necesario incluir la noción teatral. Como si la primera escena ya hubiera sucedido, el piano que se destroza por el señor del hacha, los hombrecitos que barren, que tejen, es decir, las situaciones que acompañaron a esa primera acción, para ahora pasar a un segundo acto. Mejor dicho, esto podría ser una experiencia de entre-acto. Un umbral en la representación, un pasaje de una escena a otra. Por eso, el piano destartalado está en proceso de reparación. Las figuras que encarnan los “otros compromisos” están suspendidas en un no tiempo: arrodillada una, revolviendo un polvo azul, traza unos círculos en este material dibujando una espera. La otra esparce partículas brillantes, una suerte de poción mágica indispensable para el cometido artístico.
Un pequeño piano desparrama música y alegra el ambiente. Diseminadas, esas notas y las figuras colaboran con la buena predisposición del espectador que no puede sino modular una sonrisa ante el hallazgo y la sorpresa de estos seres afanosos. Casi como el juego de descubrir las figuras en un dibujo abigarrado, al acercarse a la silla aparece el pintor liliputiense que da sus pinceladas azules y que, tal vez, nunca llegue a concluir la tarea. De eso también se trata Reparar el piano: de esos otros compromisos que se realizan a lo largo de la sala y que tienen el humor sutil, la imaginación certera y el procedimiento exacto de Porter. De trabajos en proceso, de procesos creativos como son los suyos que se desplazan de una situación a otra; que crecen y se reproducen. Se frenan y toman aire. Respiran y buscan aliento en otras direcciones. En este caso, en Villa Crespo muy cerca de las vías del tren que le dan ritmo al barrio de casas bajas, de talleres mecánicos, de centros de jubilados y de la cancha de Atlanta. Un lugar perfecto para llevar el piano y demorarse. Dejarse estar en el mientras tanto. Dejar que se realicen los pequeños trabajos forzados pero, esta vez, con el optimismo que transmite la escena de reparación.
Reparar el piano...
Liliana Porter
Ruth Benzacar Galería de Arte
Juan Ramírez de Velasco 1287
Lunes a viernes de 14 a 19
Hasta el 30 de abril