CULTURA
sueos y conquistas

La senda entre las ruinas

La publicación de un libro conjunto por parte de los autores británicos Matthew Restall y Felipe Fernández-Armesto permite conocer el perfil de los hombres y mujeres que embarcaron siglos atrás hacia el nuevo mundo. Un estudio apasionado y apasionante que obliga a mirar la construcción de América Latina con ojos de otro mirar.

Alianza. Felipe Fernández-Armesto y tres de sus libros capitales, uno en conjunto con Restall.
| Cedoc Perfil

S e arguye, no sin razón, que el objetivo y las diversas investigaciones llevadas a cabo por la historia, o más estrictamente por la historiografía, tienden a explicar el presente a través de un develamiento sectorizado del pasado, y que, en última instancia, interrogamos el pasado para poder intuir algo de nuestro presente y, en raras ocasiones, de nuestro porvenir. El siempre y excesivamente vilipendiado Heidegger lo formuló de manera categórica en la entrevista que Der Spiegel le realizara, respetando su exigencia de que la misma permanecería inédita hasta su muerte: “La historia se vengará de nosotros si no la entendemos”. No menos lapidario es el gran historiador Felipe Fernández-Armesto en su diagnóstico: “La Historia es una senda entre ruinas”.

Hace unos pocos meses la editorial Alianza publicó el trabajo conjunto de este último con Matthew Restall, Los conquistadores: Una breve introducción. Restall escribió, entre sus varias obras, Los siete mitos de la conquista española (Paidós, 2004), que rápidamente se convirtió en una referencia insoslayable sobre el tema; esta destacada figura de la etno-historia americana es un gran conocedor de las fuentes indígenas, lo cual ayuda a convertir este nuevo volumen de “bolsillo” de Alianza en una joya de escasa circulación, al punto que, hasta donde he podido averiguar, no recibió ni una sola reseña digna de atención desde su aparición.

En cuanto al inglés Felipe Fernández-Armesto, después de leer 1492. El nacimiento de la modernidad (Crítica, 2010), no temo incurrir en la hipérbole al considerar que se trata de uno de los mayores historiadores de nuestro tiempo, capaz de develar la temprana globalización del ser humano como las “ideas que cambiaron el mundo” (2003, aún no traducido al castellano). Su igualmente excepcional Historia de la Comida. Alimentos, cocina y civilización (Tusquets, 2004) nos demuestra que la investigación histórica puede combinar a la perfección el método comparatista con enfoques sincrónicos y diacrónicos, el análisis de los grandes conjuntos con la microhistoria, el instante revelador con “la longue durée” de la Escuela de los Anales y de Fernand Braudel.

Ahora que Argentina se ha ido deslizando hacia la república de Macondo (“o somos capaces de trazar nuestros objetivos o nos convertiremos en una republiqueta sin destino”, Perón dixit) y donde la estatua de Colón se transforma, al igual que los casinos, en moneda de intercambio, es refrescante leer un libro tan documentado sobre un momento histórico tan decisivo, al punto que un humanista español de la época consideró que el descubrimiento de lo que se conocería como América era “el acontecimiento más importante desde la llegada de Cristo”. Como se sabe (o no), Cristofaro Colombo era un navegante genovés (y no el padre del colonialismo, palabra de origen latino) que abrió las puertas de la Conquista a los Reyes Católicos, el mismo año en que lograban derrotar a los moros y expulsar a miles de judíos, quedándose con sus bienes.
La intrincada red de la Conquista y de algunos de sus hombres es expuesta aquí con envidiable precisión y claridad, mostrando cómo las empresas económicas se enancaban con objetivos estratégicos que le permitieron, primero a España y luego a Europa occidental, disponer de la masa atlántica y de recursos que hasta hora, después de milenios, desplazaron el eje del orbis terrarum de China a Europa y América del Norte. En este libro aparecen también las conquistadoras, esas escasas mujeres que lograron abrirse paso en medio de un proceso que acertadamente fue llamado “la apuesta de las apuestas”. El mundo nunca más sería el mismo después de 1492 o, mejor dicho, por primera vez habría un mundo unitario a partir de la mundialización planetaria.

Para aquellos que carecen de la suficiente perspectiva para vislumbrar el peso de esa ruptura hay que recordarles que el tiempo pasó a medirse con valores desconocidos hasta llegar al instante planetario de hoy. Por ejemplo, la sífilis americana, posiblemente potenciada por la fusión de dos treponemas, dio la vuelta al planeta antes que Elcano completara el viaje de circunvalación que iniciara Magallanes y se encontraba en China en 1504. El intercambio de alimentos fue otra muestra de la velocidad temporal. El trigo, el arroz, el maíz y la papa, sin hablar de los tomates y pimientos, junto a los animales domésticos traídos a América, configuró un nuevo mapa alimenticio. De estas tierras sólo partió el pavo o guajolote dotando de una marca distintiva a la fiesta navideña de una parte del mundo.
Es factible que el último conquistador de Occidente haya sido el autor de Los siete pilares de la sabiduría, mucho más conocido como Lawrence de Arabia. Allí escribió que “Todos los hombres sueñan, pero de distinta manera. Los que sueñan de día son hombres peligrosos porque hacen lo posible por tornar sus sueños realidad”. Desde una óptica diferente, aunque quizás complementaria, cuando a Fernández-Armesto se le preguntó si en tanto historiador era pesimista sobre el futuro, respondió con ironía: “Siempre pesimista, sobre cualquier cosa. Es la única manera de no llevarse desengaños.”

¿Es ústed optimista o pesimista sobre el futuro? 
Siempre pesimista, sobre cualquier cosa. Es la única manera de no llevarse desengaños