Las hay rosadas, diminutas, tiernas, enormes, ásperas, carnosas, húmedas, escuálidas, naturales, reacondicionadas. (Para quien nunca pesquisó un ejemplar, bien vale la inversión en el fabuloso La petite mort, recientemente editado en el país por Taschen.) De todas maneras, cualquiera sea su forma, tamaño o color, la vagina es la materia prima que aceita un negocio fenomenal que tiene a la prostitución y a la pornografía como sostenes del espinazo.
Por ejemplo: sabemos que en China la prostitución representa el 8 por ciento de la economía, unos 700 mil millones de dólares al año; advertimos el caso de Holanda, país que legalizó la prostitución prostibularia en 2001, donde el índice alcanza el 5 por ciento del PBI.
Sabemos también que esta fenomenal fábrica movilizadora de fondos incluye a los consabidos clubes de striptease, los cuales producen ganancias cercanas a los 75 mil millones de dólares a nivel global (un gran burdel, como el Daily Planet de Melbourne, consigue albergar hasta 150 mujeres en un edificio de cuatro plantas). Si bien la pornografía, debido a la vertiginosa transformación tecnológica, se vuelve presa difícil para el cazador analítico, diversos estudios coinciden en que son 100 mil millones de dólares al año los que genera en todo el mundo (en 2007 las ganancias, solamente en los Estados Unidos, se estimaron en 13.330 millones de dólares).
La industria del sexo, una red que activa pingües dividendos para proxenetas y tratantes de personas, desde ya, pero también para empresarios, hoteleros y aerocomerciales, beneficiados por la expansión del turismo sexual.
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