Una forma de pensar conspira contra el entendimiento de los humanos: la mentalidad maniquea, la convicción de que existen el bien y el mal absolutos, separados, sin mezcla. La creencia del dualismo maniqueo se encarna, entre otros muchos ejemplos posibles, en los cátaros en la Edad Media. El dualismo maniqueo procede del predicador persa Mani, creador del maniqueísmo, en el siglo III d.C.
Pero la mentalidad dualista late muy vivaz, también, en el mundo contemporáneo. Por eso perseguiremos la creencia del supuesto bien y el supuesto mal, desde el ejemplo medieval, para luego volver al presente.
En el castillo en lo alto de la montaña, los cátaros resisten. Solo se les perdonará la vida si se someten a Roma y su cruz. Saben que vencer a los sitiadores es imposible. Por eso, la decisión final: arrojarse a la hoguera. Así concluye el sitio del castillo de Montsegur, en 1243; sitio que le da fin a la Cruzada contra los cátaros organizada por la Iglesia.
La creencia cátara es motivo de importantes estudios como Nosotros, los cátaros. Prácticas y creencias de una religión exterminada (Crítica, 2010), del historiador y filósofo Michel Roquebert, uno de los más reputados especialistas en el catarismo; o El enigma de los cátaros. La masacre de Montsegur (El Ateneo, 2006), de Jean Markale.
La creencia cátara fue exterminada, entre otras razones, por confrontar con la Iglesia Católica romana. Los cátaros denunciaban a la Iglesia como el Anticristo. Como reacción, el papa Inocencio III convocó una Cruzada para la destrucción de la sociedad cátara, afincada en el sur de Francia.
La oposición entre los cátaros y Roma es ejemplo de la creencia dualista y maniquea, según la que cada bando se supone el bien absoluto y su contrario el mal total, sin matices.
Los cátaros hicieron visibles las contradicciones de la Iglesia que los perseguía. Por un lado, la Iglesia predicaba el amor cristiano y, a la vez, actuaba con violencia organizada; la Iglesia exaltaba la pobreza y bondad de Cristo y, al mismo tiempo, ostentaba riqueza y poder en este mundo.
¿Pero qué creían los cátaros? ¿Cómo su creencia no era tan distinta de la de su enemiga, la Iglesia? ¿Y cómo esa creencia común se conecta, al final, con la era actual de las “amenazas existenciales” y las matanzas de civiles?
Las creencias de los cátaros procedían de los gnósticos y los maniqueos. Ambos movimientos eran drásticamente dualistas. La realidad se divide en el bien y el mal. El bien es el espíritu, la luz, lo eterno. El mal es la materia, y el cuerpo hundido en este mundo de placer y dolor.
Los cátaros creían que el universo físico era creación satánica, mientras que los gnósticos hablaban del Demiurgo, el dios Jehová, el del Antiguo Testamento, que encarcela el alma en el cuerpo, atrapado, a su vez, en la existencia terrena, de la que hay que escapar. Porque el Reino de Dios no está aquí. La liberación de este mundo, entendida como salvación, es por el conocimiento (gnosis) de que antes de encarnarse en el cuerpo el alma existía, libre e inmaterial, en un cielo puro.
Al estado libre del alma solo se llegaba por el ascetismo, el vegetarianismo y la negación de la reproducción que encierra nuevas almas en la realidad material. El estado de liberación solo era privilegio de los Perfectos. Los Perfectos eran la élite cátara. Supuestos descendientes de los apóstoles, los únicos capaces de trascender el plano terrenal.
Por su rechazo de la materia, los cátaros no creían en el bautismo, en la eucaristía, ni que Jesucristo se haya encarnado. Cristo solo se manifestó como una aparición, para indicar el camino.
La fuente inmediata de las creencias cátaras fueron los bogomilos. Una secta búlgara que actuó como vaso comunicante entre el Medio Oriente de los gnósticos y el sur de Francia. Allí, la herejía cátara se arraigó, entre los siglos XI y XII. Al principio, la Iglesia intentó atraer a los cátaros mediante la predicación de los dominicos. La estrategia falló. Los cátaros fueron protegidos por la nobleza. En la ruptura con Roma, los nobles veían una afirmación de su libertad; no solo respecto a la Iglesia, sino también ante la monarquía francesa de los capetos, que regía en el norte. Finalmente, la tensión se hizo insoportable. Inocencio III organizó una Cruzada contra los herejes, en 1209. Bajo la cruz y la espada, el ejército papal conquistó ciudades, exterminó poblaciones. El destino de Carcasona, Albi, Tolosa. Hasta que los últimos cátaros se encerraron en el castillo de Montsegur. Luego, los abrazó el fuego.
Los cátaros pretendían ser los verdaderos cristianos; solo ellos vivían el mensaje de Cristo. No había posibilidad de duda ni de error. La Iglesia Católica también respiraba dualismo. La verdad es Dios y la Iglesia; todos quienes no acepten esto escupen la nada en un rincón frío y oscuro.
La Iglesia trasladó su mentalidad dualista maniquea al Medio Oriente. Las Cruzadas atravesaron mares y tierras. Las espadas bajo el estandarte de la Cruz querían aniquilar a los otros, al “mal”, a los infieles musulmanes. En Jerusalén, en Tierra Santa.
La creencia de que el mundo se divide entre el bien inmaculado y el mal a rajatablas, absolutamente separados, sin puntos de compenetración, es una clara distorsión de la realidad. La realidad es quizá menos esquemática. Lo real es cambio, mezcla, contradicción. Fusión de luces y sombras. La noche, lo oscuro, se mezcla con la primera luz del sol en el amanecer.
La creencia dualista procrea una mentalidad fanática, irracional, dogmática. Desconoce la realidad compleja, mixta, híbrida. Hoy, ya no hay cátaros, y el catolicismo no tiene el poder de otrora. Pero las civilizaciones confrontan en este siglo de la inteligencia artificial y la robótica, desde un trasfondo de creencia dualista maniquea en plena vigencia. Nuestro bando es el bien sin mancha, el camino; lo contrario es el mal, la decadencia, la perdición. En 1947, Andrei Zhdánov, político e ideólogo cultural soviético, emitió su doctrina: el mundo se divide entre lo soviético, el bien, y Occidente, el puro mal. Discurso que resuena hoy en el Kremlin, con otro andamiaje institucional, pero con un mismo pensamiento dualista de base (modo de pensar que también guio a George Bush hijo, cuando habló de una cruzada occidental contra el mal en Irak).
La creencia dualista, aguja caliente que teje la historia, mentalidad que divide y engendra la guerra y la muerte. Y que escapa de la realidad que fluctúa entre cristales partidos y vientos, en los que la supuesta luz, la supuesta sombra, siempre se mezclan y confunden, en ese punto en el que la verdad siempre escapa. La verdad de la que nadie puede proclamarse dueño.
*Filósofo, escritor, docente. Es autor de La sociedad de la excitación, Mundo virtual y sociedad pantalla, entre otros.