Macedonio Fernández fue una figura emblemática de la vanguardia literaria argentina. Precursor nada menos que de Jorge Luis Borges, su obra fue “redescubierta” hacia 1967 cuando volvieron a publicarse algunos de sus escritos y, como si fuera poco, se conocieron textos inéditos que lo elevaron a la singular categoría de humorista metafísico y, como solía designarse a sí mismo, primer “filósofo criollo”.
La curiosidad por Macedonio fue proporcional a la trascendencia de su producción literaria, un creciente interés que hoy se expresa con la publicación de un volumen de la Historia crítica de la literatura argentina, que dirige Noé Jitrik, dedicado exclusivamente al análisis de su obra.
Yo no existo. En uno de los capítulos, el crítico literario y docente Diego Vecchio pone especial énfasis en destacar la relación de Macedonio con la filosofía, evocando la bienvenida que le dio Raúl Scalabrini Ortiz a su obra “No toda es vigilia la de los ojos abiertos”, lo que le haría lanzar una fórmula que tendría una larga posteridad: “Macedonio, nuestro primer metafísico”. Luego, fue el turno de Jorge Luis Borges, quien no dudó en afirmar que Macedonio “era una especie de Parménides, meditando en una oscura pensión del barrio de Tribunales”.
“El reverso de esta admiración – explica Diego Vecchio - fue el silencio glacial de los filósofos profesionales. En las historias de la filosofía argentina, el nombre de Macedonio ocupa un lugar marginal. Para algunos, su metafísica no sería más que una variedad de logorrea. Macedonio fue nuestro primer charlatán”
Lo concreto es que si pudo ser considerado primer metafísico y, al mismo tiempo, primer charlatán, es porque evidentemente sus “escritos metafísicos” provocaron no pocas reacciones, no pasaron inadvertidos.
Un “filósofo bruto”. “No habría que concluir que Macedonio fue un hombre de letras excepcional que se aventuró, con gracia y por desgracia, en el terreno abrupto de la filosofía. Tampoco habría que concluir, sin más, que fue una especie de pensador-topo que revolucionó desde la oscuridad de su madriguera-pensión el pensamiento occidental. Macedonio fue nuestro primer ´filósofo bruto´”, sostiene Vecchio.
Para comprender en su real dimensión semejante calificación, y no ser víctima de indeseables prejuicios, es preciso comprender que se considera arte bruto al “que se produce fuera de la cultura, sin su bendición”. En esta definición, la palabra cultura designa el espacio de un saber, delimitado por dos tipos de operaciones, por un lado formación de los artistas, por el otro difusión, evaluación, legitimación y conservación de las obras.
“Desde luego – aclara Vecchio - es posible producir arte fuera de este espacio. Pero esta extraterritorialidad exige un precio, a saber, la ausencia de obra. O si se prefiere, la locura. En el sentido foucaultiano del término; la locura, no como patología mental, sino como exterior al espacio epistemológico de la cultura”.
“De este modo podemos definir a un filósofo bruto como aquel que construye conceptos o produce pensamientos fuera del espacio epistemológico de la filosofía. O sea, fuera de la red de instituciones que forman a los filósofos y legitiman y difunden el saber, tales como la universidad, el coloquio, la Sociedad de Amigos de Immanuel Kant, etc", agrega.
Malestar de la cultura. En Macedonio la cultura es algo que cansa y agota. El libro es algo que extenúa y produce dolor de cabeza. En “No toda es vigilia de la de los ojos abiertos” se establece un pacto con lector, autorizándose a omitir las citas de los innumerables estudiosos.
Argumenta que la cita distrae, dispersa, desconcentra. Se instala así, “afuera” de la cultura. Piensa sin biblioteca. Pero este afuera está adentro. A pesar del pacto, no deja de referirse a lo largo del libro, para criticar o celebrar, a los nombres más prestigiosos de la filosofía de su época. Piensa en compañía de Schopenhauer, William James, Hume, Bergson, Berkeley, incluso Kant.