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Maud Daverio Cox: casualidades y causalidades en una vida y en un libro

La escritora Alina Diaconú reflexiona a partir de la lectura del libro de relatos de Maud Daverio Cox, “El misterio de las causalidades”, nutrido por historias autobiográficas con todo lo vivido como esposa y compañera del periodista británico Robert (Bob) Cox.

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Maud Daverio Cox y la tapa del libro, de reciente aparición. | Cedoc Perfil

“¡Qué cosa tan extraña son los presentimientos! –escribió en el siglo XIX la novelista inglesa Charlotte Brontë-. Ellos, como las simpatías espontáneas y los signos que se hallan en todas las cosas, constituyen un misterio del que la humanidad no ha encontrado la clave.”

Esta cita de una de las hermanas Brontë define magistralmente las ocho historias que nos presenta Maud Daverio Cox en este peculiar volumen. 

Advierto otra coincidencia que demuestra que nada es casual y que todo es “causal”: el 8 es, precisamente, el número que representa en forma simbólica el Infinito.

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En lo que se refiere a la autora, uno cree conocer a las personas por lo que parecen ser y por lo que nos comunican. Seguramente, como muchos, yo creía conocerla a Maud, a lo largo  de más de 40 años de amistad: una mujer lúcida, sagaz, audaz, fuerte, corajuda, culta, amante del Arte y de la Música, muy interesada en la Política (obviamente), buena analista de la actualidad, la esposa de un maestro del periodismo, Bob, estupenda madre y abuela, militante de una inteligencia privilegiada, dueña de un humor sarcástico y con un corazón grande como una casa grande.

Pero hay otra faceta de Maud, acaso desconocida. Esa que registró -en su rica vida- varias experiencias misteriosas, enigmáticas, que nos está revelando en estas páginas y que parecen provenir de dimensiones ignotas. Sólo una fina sensibilidad y un espíritu alerta pueden registrar hechos como estos, donde vive aquello que Carl Jung llamaba “sincronicidad”. 

¿Qué es la sincronicidad?” La aparición simultánea de hechos que no están vinculados por una relación causa-efecto, sino por un significado oculto. Esos hechos pueden expresarse de una manera real o simbólica y cuando uno no sabe cómo explicarlos, los atribuye al azar o a la casualidad.

Personalmente, creo que detrás de esas experiencias singulares, curiosas, aparentemente inexplicables, hay algo que se llama “causalidad”. Una causa… o varias causas. No siempre las tenemos claras, pero son ellas las que producen esas simultaneidades y esas inverosímiles asociaciones entre personas, objetos, sitios y tiempos históricos diferentes. Y considero que es un privilegio que a una observadora perceptiva y memoriosa como Maud se le hayan revelado. Cuando, además, ella lo va relatando como lo hace aquí, con suspenso , la sapiencia y el oficio de una hábil escritora, sólo cabe el aplauso.

Dice Maud en el prólogo de su libro: "Todos hemos experimentado episodios inesperados que nos han sorprendido. Intentamos entenderlos, pero no podemos. ¿Casualidad? (...)  Buscamos un por qué y no lo hay". Y termina su introducción: “Cada lector tendrá su propia experiencia de instantes en su viaje de vida. (…) Para mí escribir es una manera de comprender el mundo, ese “mar de tinieblas”, utilizando las palabras de Amado Nervo”.
Y me digo a mí misma: a lo mejor,  usted lector, encuentre el por qué de los enigmas expuestos en este libro. O bien capte cierto sentido, acaso cósmico, que está detrás de todo y que nos trasciende.

 

El alma de los objetos (extracto del libro)

Bob Cox llegó a la Argentina en 1959 para trabajar en The Buenos Aires Herald, diario de la comunidad anglo-argentina. Allí se encontró con muchas personalidades diversas. Algunos habían llegado al país después de la Segunda Guerra Mundial. Cada uno expresaba opiniones basadas en  distintas experiencias. El editor, Norman Ingrey, había sido periodista en varios periódicos del mundo, incluida China. Esta experiencia le dejó una perspectiva global del mundo. También, entre los redactores se encontraban diversos personajes. El crítico de música, Fred Marey, era un alemán quien pudo escaparse de Alemania justo antes de las persecuciones nazis. Su mirada del mundo era parecida a la de Mademoiselle Moulin que había sufrido la guerra al lado del General de Gaulle. Todo el plantel del periódico era pintoresco. Los secretarios, empleados y columnistas más antiguos se habían argentinizado. La lista cubría anglo-argentinos como eran Betty Lombardo y Basil Thomson, un inglés, Archie Clapp, y la catamarqueña Rosa Amuchástegui. Además, aparecían semanalmente otros columnistas como fue Mrs. Leila Drew. Ella escribía la nota “Mainly for Women” comentando eventos, moda, agregando dibujos de ropa, sombreros y pieles de Haute Couture. Era también conocida en los círculos artísticos, habiendo sido crítica de arte para otros medios. Bob inmediatamente se sintió  “at home”, en casa, con el grupo del Herald. Conversaban y se reunían los días libres, tomando un café y oyendo las diferentes historias de vida de sus compañeros. Una gran parte venia de otros países -conocidos como “expatriots” (en inglés)- y comenzaba un nuevo núcleo de amigos. Se formó una cierta hermandad entre los periodistas. Estas amistades continuaban, aunque se trasladaban en otro espacio. Así pasó con Leila Drew cuando se fue a trabajar en otros rubros, ella siguió escribiendo notas para el Herald. Mrs. Leila Drew alcanzó su mayor reconocimiento cuando expuso el nacimiento de los quintillizos Diligenti. Hasta el 15 de Julio de 1943, solamente se conocía el nacimiento de las quintillizas canadienses Dionne. En febrero de 1944, Leila llegó a saber que unos meses antes había ocurrido en Buenos Aires otro caso de un nacimiento múltiple. Ella comenzó a averiguar cómo y dónde se había producido ese nacimiento y pudo confirmar y escribir la nota en el Herald. Reveló que la Señora Balotta había parido cinco bebés. El padre Franco Diligenti no los anotó inmediatamente en el registro porque lo quería mantener en secreto. La madre se había divorciado un año antes (en la Argentina no existía el divorcio en ese entonces). En esos años, las parejas se iban a Uruguay a divorciarse y casarse de nuevo. Esta noticia, publicada por Leila viajó por todo el mundo. Time magazine y Life dedicaron páginas en sus revistas sobre la familia Diligenti. Leila fue muy reconocida por haber sido la primera y única en lanzar el secreto. Una mañana en la década de los sesenta, Bob recibe un llamado telefónico de Leila. Ella ya no iba diariamente a la redacción, pero seguían comunicándose. Esta vez a Bob le sorprendió la llamada. Leila le explicó que tenía un problema y le pidió que la aconsejara. Se trataba de su hijo, Tony. Parecía que Tony había sufrido un ataque de furia, y ella, asustada, llamó a la policía para pedir ayuda. Los que acudieron al llamado decidieron separarlos y llevarlo a Tony al hospital psiquiátrico asistencial ‘Borda’ para tratarlo de su desequilibro mental. Leila se arrepintió de lo sucedido y trató de retirarlo del lugar. Las autoridades del hospital no le permitieron. El llamado a Bob era para pedirle que intervenga con el fin de lograr retirar a Tony del hospital. Bob accedió al pedido y fue directamente al director del hospital para hacer el pedido. Fue atendido de inmediato por el director del lugar y el problema se solucionó. Tony volvió a su hogar. Leila se mostró muy agradecida. Poco tiempo después Leila, ya jubilada, decidió partir y vivir en Inglaterra. Otra vez Bob recibió su llamada. Esta vez ella quería que Bob fuese a su casa para elegir uno de los cuadros que ella había recibido de regalo, pintados por artistas argentinos. Bob le agradeció, pero le explicó que no podía aceptar el regalo. El sentía profundamente que eso no era correcto. Leila entendió su posición. Unos meses más tarde, recibimos en casa un paquete. Al abrirlo nos encontramos con un cuadro. La tarjeta decía, “Ya me he ido y aquí te mando esta pintura tan especial de Buenos Aires. Gracias, Leila”. La pintura, al óleo, reflejaba un galpón en el puerto de Buenos Aires con bolsas almacenadas y estibadores descansando, otros jugando a los naipes, mientas uno trabajaba ordenando las mochilas... El pintor era el argentino Jorge de la Puente, conocido por sus acuarelas de paisajes y por su arquitectura religiosa. Bob y yo admiramos el cuadro, descubriendo esos trabajadores de la bodega .Buscamos un rincón apropiado y lo colgamos en la sala. En diciembre de 1979 fuimos exiliados. Después de vivir en Inglaterra, Paris, Alejandria y Boston, nos quedamos en Charleston, ciudad en el estado de Carolina del Sur. Una ciudad cuya arquitectura data del siglo XVIII. Bob fue nombrado asistente del editor del diario matutino The Post and Courier. Ya instalados, Peter Manigault, dueño y director del diario, dio una reunión para presentarnos a dos familias latinas, entre ellos a Phillipe y Lynette Berthet, argentina, y a Carlos y María Asunción Salinas, chilenos. Carlos y María Salinas eran dentistas en la universidad y además habían organizado el Círculo Latinoamericano de Charleston. Philippe Berthet dirigía una fábrica francesa de lana y había trabajado en la Argentina en el mismo ramo: comprando y exportando lana. En Buenos Aires conoció a su esposa Lynette. Ella se dedicaba a dibujar y pintar paisajes. Casados, volvieron a Francia donde Philippe siguió trabajando en la casa central de la compañía. Luego, lo transfirieron a Charleston. En esa ciudad ,Lynette se unió al círculo artístico y fue nombrada en el Directorio de la Galería de Arte Gibbes. Nosotros, ya instalados en la nueva casa, decidimos reunirnos con los nuevos amigos. Una tarde, invitamos a los Berthet a cenar. Al entrar a la sala, Lynette, la esposa, pegó un grito, diciendo: “¿Qué hace aquí esta pintura de Jorge de la Puente?”. Nosotros la miramos sin entender bien a que se refería. Se acercó más al lienzo y siguió exclamando: “Ese el galpón era de mi padre. Jorge fue mi maestro de Arte”. Todos quedamos asombrados. Continuó explicándonos que su padre, “Van Peborgh” tenía una estancia en el sur de la Argentina, donde criaba ovejas. Amigo de De la Puente, le pidió hacer una pintura de su bodegón. Los dibujos del galpón luego se imprimían y se los colocaba en un almanaque que distribuía a sus clientes. Lynette quedó muy emocionada. Le parecía increíble que en esta ciudad sureña, estadounidense, Charleston, se había encontrado con el pasado. Recordó su adolescencia. Una vida tan distinta, un espacio tan distinto y las costumbres tan distintas. Nos hicimos grandes amigas. Fui a su casa y me mostró sus bosquejos, sus pinturas, los dibujos que estaba componiendo en su tiempo libre. Una belleza. Siguió con sus proyectos; siempre pensando en su primer maestro que la introdujo en el arte.

*Escritora y columnista argentina, nacida en Bucarest, Rumania. Autora de 21 libros, los más recientes “Alberto Girri: El asceta de la Poesía” y  “Rosas del Desierto” (Vinciguerra, 2019).