En 2009 se cumplieron cincuenta años de la muerte de Raymond Chandler. Me pareció la ocasión ideal para hacer una nota larga sobre aquellas novelas policiales que había leído hacía tiempo más de una vez con gran placer. Las fui consiguiendo, una por una. Además, estaba la personalidad llena de recovecos del propio Chandler. Pero leí la primera (El sueño eterno), después otra (Adiós muñeca) y el primer tercio de la tercera (La ventana alta), y me detuve. Como suele pasar, la primera era crispada, muy despareja. Adiós muñeca tenía un comienzo descomunal, y dos personajes inolvidables: el gigante enamorado Moose Malloy, y el comisario Nulty, siempre dispuesto a autocompadecerse con “paciencia agria”. Cada vez que aparece uno de ellos, el relato recobra la electricidad. El problema es que aparecen poco en la segunda mitad. Chandler era un genio para enredarse con sus propias tramas. Dicho de otro modo: me cansé, y no escribí la nota.
Ahora, en 2010, aparece un volumen gigante, Todo Marlowe, que como su nombre lo indica reúne las siete novelas que tienen a Philip Marlowe como protagonista y agrega dos cuentos: El confidente (de 1934) y El lápiz, viejo relato reescrito en 1959 y de publicación póstuma. Un poco fastidiado conmigo mismo por mi fracaso anterior, empecé a leerlo. Son 1.391 páginas de caja grande, con mucho texto. No hay prólogo, notas, ni detalles mayores ni menores. Por un milagro típico de la ficción popular (a la que Chandler pertenecía sólo a medias), la lectura fue del todo distinta.
Autor y personaje. Leídas en función no de Chandler sino de Philip Marlowe, el asunto fluye con muy otra velocidad. De lengua larga y afilada, pero maestro también en controlarse cuando hace falta, con un ojo clínico para la atmósfera de Los Angeles, empecinado solitario, jugador de ajedrez también a solas para calmar los nervios, Marlowe se echa las novelas al hombro y las hace avanzar. Cuando está inspirado, no sólo es un personaje inolvidable, sino también algo que se acerca mucho a un escritor “duro”, que recorta con precisión los fallos de la sociedad urbana (o la soledad y sordidez de la montaña, en La dama del lago).
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