Con una obra muy prolífica y reconocida en diferentes lugares del mundo, la exquisita ilustradora francesa Rébecca Dautremer vino a la Feria del Libro a presentar Las ricas horas de Jacominus Gainsborough, publicado por la editorial Edelvives, esta vez, además, como autora del texto. Un título que, por varias razones, hace referencia a un famoso manuscrito del siglo XV, Las muy ricas horas del duque de Berry, el hombre más rico de su época, de quien se dice que vendió una ciudad para pagarlo. En el caso del conejo Jacominus, sus ricas horas son las de “una vida que vale la pena vivir”.
“Yo le puse ese título como metáfora de la vida de este personaje y, si bien conozco el manuscrito, no era consciente de la relación con mi libro, pero ahora que me lo dices, lo voy a usar porque queda mucho más inteligente y refinado. Lo que quise en verdad fue ponerle un título un poco rimbombante para contar una vida simple y sencilla”.
Una larga dedicatoria con instrucciones de lectura invita a dedicarle mucha atención a una historia con treinta y cuatro personajes, con un léxico elaborado, con un relato, en algunas partes, poco explícito y con personajes muy realistas (todos tienen contradicciones y defectos; la familia del protagonista no es el ideal de los cuentos infantiles), para contar una historia que termina con la muerte natural del protagonista.
—¿Eras consciente de la complejidad del libro?
—Yo pienso que podemos hablar a los niños sin quitar las cosas que a los adultos nos parecen complejas. Recuerdo que cuando era niña tenía mucho interés por los asuntos de los adultos: la muerte, el adulterio, las enfermedades. Yo escuchaba detrás de las puertas cuando ellos hablaban y creo que a todos los niños les gusta eso, entonces, ¿por qué no hablar en este libro de la muerte, de las cosas que no podemos cumplir, de aquellas a las que tenemos que renunciar? Además, es una propuesta para compartir entre los hijos y los padres, que habla de la vida, finalmente.
Y si la construcción de los personajes no es típica de los relatos infantiles, a su autora no parece importarle demasiado. “Yo hago los libros que me gustan y pienso que los niños pueden observar, dedicar mucho tiempo para “navegar” por las imágenes detalladas. Cada doble página es un pequeño mundo, una invitación a dar una vuelta por ese mundo y los niños, hasta los más pequeños, pueden observar, tratar de buscar al pequeño conejito y hablar de diferentes temas que se encuentran en el libro. Yo quería hablar de la muerte o de la discapacidad como algo que pasa en la vida, no quería hacer un libro sobre esos temas”.
La ilustración, como en los manuscritos medievales, tiene un predominio absoluto. Con una estética retro que homenajea a Beatrix Potter y muchas referencias a la historia del arte –un trabajo con la perspectiva que recuerda a De Chirico e imágenes en las que se puede reconocer a Peter Brueghel–, bocetos, planos y acuarelas construyen imágenes de una elaboración asombrosa.
—¿Los libros infantiles permiten una mayor libertad en el uso de técnicas y materiales?
—Yo tengo una libertad total para abordar los temas como quiero. Hay que decir que en Francia tenemos mucha libertad para crear y a mí no me importa si el libro lo leen niños o lo leen grandes. A mí no me gusta simplificar, poner colores plenos o formas simples. Cuando era pequeña, me gustaban mucho los cuadros de Brueghel y recuerdo haberme pasado mucho tiempo observando detalles de sus cuadros así que, sí, asumo la referencia.
Pensado en un principio como un libro único, rápidamente el protagonista cobró vida, por lo que su autora añadió cosas que no tenía pensado incluir, junto con muchos, muchísimos, detalles. El proyecto fue creciendo y ahora se propone seguir con él pero para hacer otras cosas. “No me gustaría hacer una serie de libros iguales, sino tratar de desarrollar el mundo de Jacominus en diferentes formatos. Por ejemplo, acabo de terminar un libro de papel troquelado, donde cuento un momento de la vida de Jacominus que está poco narrado en el libro, un encuentro con su novia, Dulce”. Y como es mucho más fácil mostrarlo que explicarlo, lo busca en su celular y me lo muestra. Es un pequeño teatro donde se van pasando las hojas y lo que se ve es un trayecto por un espacio único en el que Dulce atraviesa el libro para ir a ver a Jacominus, que la espera, al fondo del libro, en su barco. A medida que se pasan las páginas troqueladas, se va atravesando el espacio, plano a plano. Una experiencia de lectura que tiene mucho del prodigio de los comienzos del cine, aunque ella prefiera definirla como teatral.
Y Jacominus, a lo largo de su vida, aprende muchas cosas, pero sobre todo aprende a percibir, mucho más que a expresar sus sentimientos con palabras.
—¿Cuánto de vos, en tanto artista plástica, hay en este personaje?
—Creo que hay mucho más de mí en este personaje que en otros libros. Por primera vez me siento muy implicada en un libro y creo que está hecho con mucha sinceridad.