Cuando estoy en Mar del Plata, reencarno en Cachorra, la novia de Isidoro Cañones. Me tomo un licuado en Torombolo y veo pasar a Nora Cárpena y Guillermo Bredeston, mientras fantaseo con que Sandro me lleva en una cupé a toda velocidad por la costanera. Esta vez no vamos a comer una mariscada al puerto sino a la inauguración del MAR, el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata. Una sigla breve y potente para aniquilar una discusión un poco pesada sobre qué es el arte contemporáneo, cuáles sus límites y sus referentes. En su lugar, un edificio magnífico por toda respuesta: una construcción que exhibe sus 7000 m2, sus perfectas terminaciones y funcionalidad. Un presente que es Espíritu Pop. Arte argentino de los sesenta, una muestra curada por Rodrigo Alonso, que concentra la atención, al tiempo que no clausura los interrogantes básicos sobre su futuro en términos de programación y conducción. Pero estoy en La Feliz y voy a hacerle honor a ese estado. Lo que en otro contexto podría ser kitsch, barroco e hiperbólico, en Mar del Plata es casi naturalista. Sin embargo, la entrada a la muestra impacta con dos tanques en tamaño y forma: un lobo marino realizado con paquetes de alfajores Havanna por Marta Minujín y “Monumental Moria”, de Edgardo Giménez. Una figura de más de 5 metros de la vedette coronada por aviones a la altura de la cabeza, como un King Kong pero en estado de gracia y no a punto de ser abatido. A la altura de los mortales, la estrella con su perrito, Carmen Barbieri, Fabián Gianolla, Soledad Silveyra, Nacha Guevara, la Xypolitakis y muchos más del tipo tu-cara-me suena que solo evidencian los imperdonables huecos en mi cultura farandulística. Jorge Telerman, Presidente del Instituto Cultural, de factótum a lazarillo que surfeaba las olas. Inteligente, habilidoso y chispeante iba y venía con el Gobernador de la Provincia con palabras apropiadas para el arco que supone la cultura en este caso: actores, políticos, críticos, periodistas, directores de museos, artistas, entre otros. Por su parte, la muestra hace que el pop haga ¡plop! y la palabra se extienda hasta “Popular”. Alonso eligió un conjunto de obra de esos años del arte argentino para torcer la idea de arte elitista, revulsivo y hasta incomprendido. En este espacio estoy tentada a decir que “El arte pop siempre fue peronista”. El discurso de Scioli tuvo algo de eso y remarcó lo “del museo para el pueblo”. En este caso pareciera que “el pueblo” estaría recibiendo calidad y la posibilidad de acceso a complejos niveles de cultura. La Feliz adquiere, en verano, su espíritu en la práctica de hacer fila para todo: para la milanesa napolitana, para entrar al teatro, para llegar a la playa. La fila es una formación orgánica y una de considerables dimensiones se estaba enhebrando a las puertas para la apertura al público a las 19. Había olido la vaharada de la celebrities y la curiosidad por el imponente edificio iluminado. Por fin, entró “el pueblo” que era mucho. Yo prefiero decirles visitantes