CULTURA
muestra

Paisaje de la piel que no olvida

La serie fotográfica evanescente que trae al artista paraguayo Alfredo Quiroz a Buenos Aires, ganador en Asunción de los prestigiosos Henri Matisse en pintura y Hippolyte Bayard de Fotografía, cierra un ciclo: el de Quiroz con su padre. En la primera exposición del artista en esta ciudad, lo que quiso fue traer algo que al mismo tiempo sintetizara y cerrara una etapa artística vital. La muestra puede verse hasta el 20 de diciembre en +Galler y Labs Contemporary.

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Huella. El artista Alfredo Quiroz refiere de la renovación del arte paraguayo –en el colectivo fotográfico Ojo Salvaje por ejemplo– preocupada, entre otras cuestiones, en la recuperación del pasado. | gza. +Gallery Labs Contemporary

Existe una pintura que anticipa la dominación moderna del goce y la memoria que residía en el cuerpo antes del capitalismo. “La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp” de Rembrandt, de 1632, monta la máquina discursiva del saber que quiere atrapar el élan vital inescrutable de la biodiversidad, desmemoriando la Ley y el Orden el cuerpo de un criminal. Y en esos médicos, que Rembrandt fija en nombres históricos, acuden proyecciones de los arquitectos de la condena de la carne. Barlaeus y Descartes, ambos también anatomistas, respiraban de ese Ámsterdam burgués. A miles de kilómetros, y en una continuidad dislocada y reflexiva del pasado en el presente, de lo representado y la realidad, el fotógrafo paraguayo Alfredo Quiroz en Herida(s) de vacilación desmonta aquella violencia normativa fundacional, usando modelos también con marcas en la piel, suspendiendo el sentido hegemónico entre paréntesis. Y el médico Quiroz abre el instante de indecisión que devuelve la corporalidad y la descosifica, la humaniza, siempre resistente, al filo entre la vida y la muerte.

“El hogar paraguayo es una ruina que sangra: un hogar sin padre”, sentenciaba en 1907 el periodista y anarquista español Rafael Barrett. La serie fotográfica evanescente que trae al artista paraguayo a Buenos Aires, ganador en Asunción de los prestigiosos Henri Matisse en pintura y Hippolyte Bayard de Fotografía, cierra un ciclo. El de Alfredo con su padre. “Luego de “Hifas” e “Impromptu” entendí una vez terminada Herida(s) de vacilación –los cortes imperceptibles de los intentos de suicidio–, que constituían las tres series sumadas, el relato descarnado de mi vínculo con mi padre: desde aquel hombre autoritario, y un poco violento, al frágil anciano que cuidé en los últimos días. Para la primera vez que expongo individualmente en Argentina quise traer Herida(s) de vacilación porque sintetiza y cierra una etapa mía artística y vital”, explica Quiroz, cuya imaginería hecha de repujes se mete bajo las capas del teatro familiar, y vela las tramas de maltratos y censuras diarias. Tajos que perduran, que nos hieren en luces y sombras, y tatúan el alma escarbando la piel que no olvida.

Mi propio álbum. Capas imborrables de recuerdos como las sábanas que una y otra vez tienden una helada cama hospitalaria, pero quedaran fijadas algún día, alguna vez, en algún momento, y que contarán una identidad. “Para mí la fotografía es tiempo y memoria. Tiempo detenido y restituido. Como no poseo viejas fotos familiares busco desplazarme en la temporalidad para apropiarme y crear una nueva representación de la realidad, entre lo documental y lo escenográfico. También planteo en imágenes al cuerpo, ese elemento y paisaje de mi contacto con el mundo, como un campo de batalla. Porque también habla de mi vida de familia homoparental en el Paraguay, que debe callar para sobrevivir”, dice Quiroz que además posee una potente obra gráfica en collage, técnica que utiliza asimismo en la fotografía.

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En las fotografías presentadas irrumpe la imagen hecha carne, a contraluz de la semiosis, y pone a la memoria a jugar en una postura distinta a la memoria metastásica, y aniquilada, que impera en este mundo sin futuro. Quiroz despedaza el simulacro, las medulares “El afecto de la memoria I, II y III” exhibidos en la calle Esmeralda denuncian el dispositivo, en brújula de otra memoria. Más hacia la memoria autónoma de la promesa benjaminiana, que pone el ángel horrorizado por el pasado, pero con las energías en recomponer lo destruído y recomenzar. No convalidar que la magia de la huella inmovilice detrás de los espejos de los tiempos de Solano López, y disparar Quiroz el flash a los de-sobedientes cuerpos y deseos resistentes que tuercen a un paso, a un ojo, fuera de la celda. Sean soldados paraguayos en el mismo espacio fantasmal que guerreros guaraníes de la infame Guerra contra el Paraguay en “Reflexiones nocturnas”, sean marcas tumberas en puñales en “Impromptu”. O en la expuesta Herida(s) de vacilación, sean cuerpos expandidos que resignifican los sillones familiares.  

Vórtice Quiroz. Anticipando parte de su reciente trabajo, el impactante montaje digital de “Revelaciones”, que transgrede la asepsia científica denunciando la explotación de hombres y naturaleza en el Alto Paraná, recuperando la voz del Barrett de “cuerpos enfermos, almas enfermas en los yerbatales capitalistas”, Alfredo Quiroz refiere de la renovación del arte paraguayo –en el colectivo fotográfico Ojo Salvaje por ejemplo– preocupada, entre otras cuestiones, en la recuperación del pasado. A pesar de que “siguen temas que no se hablan, como la Guerra de la Triple Alianza. O que estamos casi treinta años atrasados en cuestiones básicas como las disidencias sexuales”. “Los poetas, narradores e intelectuales paraguayos tienen conciencia de hallarse en un punto extremo de la sucesión histórica. Tal vez eso los hace anormalmente conscientes de los problemas de su historia y sociedad”, soñaba Augusto Roa Bastos hace medio siglo, otro férreo admirador de Barrett. La fotografía de Alfredo Quiroz dispara a ese punto latinoamericano en cuerpo, afecto y libertad.

 

Herida(s) de vacilación

De Alfredo Quiroz.

Hasta el 20 de diciembre en +Galler y Labs Contemporary Art, Esmeralda 986, CABA.

Entrada Gratuita.