Alfredo Arias y Juan Stoppani son de los pocos que, alguna vez, pudieron hacer una de las tortas que enseñaba Doña Petrona. Porque la Doña, en cada una de las 80 ediciones de su clásico libro, incluso para la traducción en ruso, decía apenas “se decora con glacé real, adornándola con pimpollos de rosa, palomitas, adornos de pastillaje, etcétera” por toda indicación para decorar, por ejemplo, los tres pisos de la Torta de Bodas de Oro. Petrona C. de Gandulfo, pura imaginación pop de los años ‘60, confiaba en que, con un par de instrucciones, la mujer que había estado casada durante cincuenta años podía realizar ese acorazado de más de treinta huevos y kilo y medio de manteca.
Voluntad era lo que le sobraba a la santiagueña que empezó en la radio dando consejos de uso de las primeras cocinas a gas para luego pasar a la pantalla de televisión y quedarse por más de veinte años recetando ingredientes en exceso e indicaciones exiguas. Haciendo de la pareja con Juanita, su ayudante, otro clásico del maltrato que se da en las cocinas o entre patronas y domésticas.
Estas razones, el éxito descomunal de la ecónoma mediática y un cierto régimen de percepción de esas imágenes, asociadas a la evocación de la infancia y la memoria, son las que llevan a Arias y Stoppani a realizar Patria Petrona, un personalísimo recetario artístico. Con la colaboración de Pablo Ramírez, le terminaron de dar forma a una muestra que incluye cerámicas, pinturas y trajes pensados en una libre asociación entre las artes visuales, el diseño y la dramaturgia.
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