A 92 años del nacimiento de Gabriel García Márquez, el miércoles pasado Netflix anunció la adquisición de los derechos de Cien años de soledad para convertirla en una serie a estrenar en 2020. El golpe de efecto estuvo acompañado por el documental Gabo, la magia de lo real (2015, dirigida por Justin Webster) que la plataforma streaming exhibe como prólogo del anuncio. Seguramente las negociaciones con los herederos del escritor llevaron bastante tiempo y tomaron una definición con las tres estatuillas que obtuvo Roma en los últimos Premios Oscar (Alfonso Cuarón como mejor director, fotografía y película extranjera), con la particularidad de que dicha obra fue producida por la misma Netflix y se exhibió únicamente por esa vía. Este anuncio sobre la novela de García Márquez es, también, una demostración de fuerza en el mundo del espectáculo, que ya muestra fisuras, enojos y, tal vez, la previa de una batalla judicial.
Es que Steven Spielberg, el director con más influencia sobre la Academia que entrega los Oscar, pretende excluir a las plataformas streaming de la competencia. El argumento es económico, como señala Cuarón, porque no existen las mismas condiciones para los estudios de cine tradicionales que para los films de menores recursos. En sí, las salas de cine y productoras norteamericanas exigen que Netflix se adapte a sus condiciones: transparencia en datos estadísticos, período de ventana (paso por salas de cine antes de migrar a otros soportes) y menor disponibilidad de los contenidos (para no competir con las salas). Pero ¿no estamos ante otro tipo de disputa? VHS, servicio de cable, CD Rom, DVD, Blue Ray, films online, y finalmente las pantallas de gran tamaño HD, son todos avances tecnológicos que extendieron y transformaron las posibilidades del espectador en su hábitat. La decadencia de la televisión también incentivó a un consumidor activo, que decide qué, cómo y cuándo acceder a un film.
En este contexto sigue el misterio sobre cuánto dinero pagó Netflix por los derechos de Cien años de soledad, no obstante Rodrigo García Barcha, hijo del escritor, anticipó que las condiciones para la serie es que se filme en Colombia y en nuestra lengua. Esto obedece a que alguna vez García Márquez declaró que no quería una adaptación en inglés, o en cualquier otra lengua. Conste que Cien años de soledad se publicó en más de 45 idiomas, pero en cine existen otras limitaciones. Por caso, las adaptaciones de obras como Crónica de una muerte anunciada (1987, dirigida por Francesco Rosi, con Rupert Everett y Ornella Muti) o El coronel no tiene quién le escriba (1999, dirigida por Arturo Ripstein) no tuvieron mayor éxito a raíz de ciertas fallas tanto de producción como de realización.
¿Acaso el “realismo mágico”, esa corriente literaria tan fantástica como voluptuosa, tiene en su propio mecanismo de ficción una dificultad insalvable al momento de pasar al cine? Este es el verdadero desafío para esta serie, y luego: que no quede como rehén de la disputa entre sistemas de visualización (ya no existe un término preciso como cinematógrafo), o en un boicot, o trunca, como ocurrió en 1990 con El otoño del patriarca, adaptación que pretendía Akira Kurosawa.