En 1924, André Breton sentó las bases en el Primer Manifiesto Surrealista del arte por venir. De esa manera “la última instantánea de la inteligencia europea”, como definió Walter Benjamin al círculo que se formaba en Francia alrededor de 1919 y sería la primera vanguardia, redactaba su programa (al tiempo que la historia lo transformaría en su testamento). Se sabe, también, que la vanguardia se volvió histórica, entró al museo y allí quedó para siempre el impulso de juntar arte y vida. Sin embargo, este análisis un poco extremo (y algo aforístico) se revitaliza de vez en cuando. Al leer el Manifiesto en cuestión, al volver sobre algunos autores (no a Breton; sí, Artaud), al ver ciertas exhibiciones. Si, por caso, citáramos algo de este programa que a comienzos del siglo XX quiso hacer tabula rasa con el pasado, crear antepasados imaginarios, derrotar al academismo, fundar una nueva lengua, en definitiva, refundar el arte, nos encontraríamos con uno de los motivos centrales de su proyecto: “Surrealismo: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral. Enciclopedia, Filosofía: el surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida.” El automatismo es la herramienta del artista que se precie de tal dentro del concepto de la vanguardia. Deudores de las teorías del incipiente Freud, asociar libremente fue el credo del movimiento. Pero también seguimos hablando de surrealismo en la muestra sobre la obra de Roberto Aizenberg (1928-1996) en el Museo Colección de Arte Lacroze de Fortabat. En este caso, por partida doble. Porque no sólo es la exposición del artista argentino formado y consecuente con el encuadre surrealista sino porque su curadora, Valeria González, eligió sumarse a las filas de Breton para pensar la muestra. De esta manera, lo que puede verse en el espacio del museo que mira a la ciudad desde esa periferia artificial de Puerto Madero es Trascendencia/Descendencia, un conjunto de obra sólida y ajustada del quehacer del conspicuo discípulo de Juan Batlle Planas y las evocaciones de la curadora sobre los contemporáneos de Aizenberg. La muestra puede pensarse con un gran cadáver exquisito, cuyo nombre se deriva de lo que surgió cuando fue jugado por primera vez en francés: “Le cadavre - exquis - boira - le vin - nouveau” (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo). Así aparecen las obras de Santiago Porter, Magdalena Jitrik, Cristina Schiavi, La Padula, Mangiante, Joglar, Linder, Lacarra, Dorr, Vilela, Azar, Sardó y Gómez Canle. La ronda termina cuando el último jugador puede “leer” el resultado final del poema o ver el dibujo que se forma por la yuxtaposición de frases o imágenes. Que en esta partida podría ser “Ciudad fundada, construida, reconstruida, misteriosa y oculta”, el título de la obra de Roberto Aizenberg de 1962 que se escribe en el vidrio para interponerse entre el adentro y el afuera de la sala.
Trascendencia / Descendencia
Puede visitarse hasta el 23 de junio de martes a domingo de 12 a 20 en Olga Cossettini 141.
Entrada $ 35 y $ 20 para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y alumnos.