Las variaciones del canon literario suelen obedecer a múltiples factores: en ocasiones, a la propia voluntad de los escritores de ingresar a él (ayudada, es cierto, por el talento), como sucedió con Roberto Arlt y su tan mentada “prepotencia de trabajo”; en otros casos, es el cine el que interviene para traer al presente lecturas renovadas de la obra de autores (a veces injustamente) marginados, como ocurrió con Antonio Di Benedetto; en otros, la crítica literaria se ocupa de legitimar nombres que hasta entonces circulaban en la periferia y les dan un espaldarazo (ahí está el trabajo de lectura y valoración de Juan José Saer por parte de Beatriz Sarlo y María Teresa Gramuglio).
Y también, dentro de las variantes posibles, sin excluir a las anteriores, a veces son las propias editoriales las que deciden apostar, poner en juego el capital simbólico con la publicación de la obra de un autor porque entienden que hay allí un universo valioso para que los lectores accedan.
Recientemente, luego de haber editado sus Novelas reunidas, sus Cuentos completos y sus crónicas, la editorial Adriana Hidalgo ha sumado a su catálogo de publicaciones de la obra de Hebe Uhart (1936-2018) –autora hoy canónica, pero en algún momento ignorada– dos flamantes volúmenes: uno de ellos se denomina Una pequeña parte del universo (compilado por Pía Bouzas y por Eduardo Muslip, investigadores, críticos y docentes universitarios, estudiosos de su obra a quienes les cabe el mérito de revalorización de la figura de Uhart), que reúne textos de la autora nacida en Moreno sobre literatura, otros sobre sus lecturas de cultura griega clásica, más algunas recomendaciones literarias.
El segundo volumen se titula Mudanzas y otras novelas breves, y comprende tres textos escritos entre los años ochenta y noventa: Algunos recuerdos (1983), Camilo asciende (1987) y Mudanzas (1996).
El criterio de selección tiene que ver, por un lado, con una cuestión geográfica: los tres relatos transcurren en la zona oeste del Gran Buenos Aires, entre Moreno y Paso del Rey, un territorio que Uhart conocía muy bien por haber vivido allí su infancia como hija de inmigrantes, dado que sus abuelos fueron de los primeros pobladores de aquella zona.
Por el otro, las tres historias giran alrededor de la iniciación y del aprendizaje (de hecho, el subtítulo del libro es “Tres historias de aprendizaje y superación”).
En relación con este último aspecto es que podría trazarse una línea de lectura que se interrogara por los saberes de los personajes en estos relatos (pero también, en buena parte de su literatura). Con frecuencia, en la obra de Uhart, encontramos personajes con poca instrucción formal, ya sea por su corta edad, por la falta de educación o por ambas cosas: su mirada del mundo, desprovista de los filtros de la cultura, es paradójicamente rica en sus limitaciones, o, para decirlo de otro modo, sus limitaciones producen una mirada del mundo peculiar, extrañada respecto de las convenciones habituales.
En Algunos recuerdos, la pequeña Luisa, en quien se centra la perspectiva, se pregunta “¿Cómo puede ser que una chica tan grande, de dieciocho años, quede tan fascinada delante de un frasco de caramelos?”, y consulta a su madre por el hecho. Ésta le responde lacónica: “Son chicas de campo, no conocen nada”, lo que genera la reflexión de la pequeña: “Luisa no se imaginó cómo sería no conocer nada y cómo sabían los adultos lo que sabían sin moverse de la silla ni levantar la vista del diario”. Posteriormente, Luisa acompaña a su tía en un paseo, y cuando ella se encuentra con otra señora, el texto afirma: “Se saludaban de potencia a potencia, pero no eran potencias enemigas; cada una era cuidadosa de las fronteras de la otra”. La metáfora enriquece la imagen por medio de la comparación y la diseminación de los sentidos.
En la segunda novela, Camilo asciende, Camilo, hijo de inmigrantes, aprende el oficio de telegrafista ante la reprobación de su padre, a quien esos saberes le parecen una estafa: “Lo tienen dos o tres días esos haraganes de traje y le van a hacer perder tiempo. Lo único que saben es llevar traje, corbata y cadena de reloj. Yo haría una cadena de reloj larga como todo el río y los acogotaría a todos”.
Finalmente, en la tercera novela, Mudanzas, circulan saberes tajantes e inquebrantables, asimilables a máximas en boca de Domingo, un hijo de inmigrantes que se cuestiona parte de su educación recibida: “Los animales no deben vivir con la gente”, “si algo está mal de raíz hay que cambiarlo, curarlo o exterminarlo”. Domingo critica los refranes y saberes de su padre: “Siempre tenía un refrán para cada ocasión […] La gente necesitaba normas, no refranes, algunas leyes para gobernarse, para aprender algo nuevo”.
El universo literario de Hebe Uhart es de una simplicidad engañosa, que nunca se confunde con liviandad o con falta de sustento. En sus relatos a menudo se construye un efecto de espontaneidad (porque está claro que se trata de eso, un efecto, es decir, el resultado de una serie de procedimientos narrativos deliberadamente elaborados), fruto de una capacidad de escucha aguda y sutil que sabe recrear el habla coloquial. En Algunos recuerdos, se dice que Luisa “pensó que su tía era un producto de baja calidad, digamos”; en Camilo asciende, Teresa lava los trapos en el río y piensa que “aquella no era un agua limpia como la del río en Italia; era un agua de merda”; María no permite que su hermanita agarre una muñeca: “—No —le dijo—. Vos no. Esta muñeca es preciosa, es limpita, no es una cagona como vos.”; en tanto que Camilo recibe la enseñanza del telegrafista: “¿Ves, pibe, las mujeres como esa que va por ahí, que tiene las piernas redondas abajo? ¿Sabés por qué es? Porque son putas”.
La literatura de Uhart combina la sensibilidad con el humor y descree de los temas “importantes”. Se trata, como ella misma afirmó, de aprender a detenerse en los detalles, de saber escuchar y de no dejarse llevar por los juicios de valor.